Matt Dillon en 'Nimic'

Matt Dillon en 'Nimic'

Otras pantallas por Carlos Reviriego

Las reglas de Lanthimos

El cortometraje 'Nimic', disponible en MUBI, es un un perfecto ejemplo para analizar por qué el cine de Yorgos Lanthimos resulta tan magnético y a qué clase de normas obedece

11 diciembre, 2020 12:17

Frente a las hipnóticas imágenes de Canino (2009), que para gran parte de los espectadores representó la puerta de entrada al universo del griego Yorgos Lanthimos (aunque no sea su primer largometraje), resultaba difícil sustraerse del oxímoron que contienen: la lógica del absurdo. Acaso uno de los factores que vinculan al espectador con las situaciones absurdas, inverosímiles o demenciales que plantean sus relatos es que, a pesar de todo ello, logra construir una suerte de lógica que da pleno (o cierto) sentido a lo que nos cuenta. Un sentido metafórico en todo caso. 

En Canino, el padre tenía sometida a su familia a un enclaustramiento domiciliario justificado por toda una serie de normas que reconfiguraban el mundo (y hasta el lenguaje) de sus hijos, engañados por la existencia de una amenaza exterior que les coartaba la libertad. Ese conjunto de normas absurdas obedecían a la lógica poética de un relato que, más allá de su apariencia, nos hablaba de los mecanismos de control de los sistemas dictatoriales tal y como pueden ser representados en un microcosmos familiar. Obviamente, llevado todo ello a los extremos del surrealismo y la comedia grotesca, territorio en el que Lanthimos está dotado de un talento especial.

La aparente arbitrariedad que pueden desprender las premisas y desarrollos narrativos de sus películas, como si respondieran a la fantasía masturbatoria de un creador que no se marca límites a la imaginación, es en verdad el espejismo de un discurso mayor, calculado y mucho más hermético de lo que una primera impresión dicta. La genialidad o el talento de Lanthimos yace precisamente en su capacidad para construir unas normas muy cerradas (como las que impone el padre de familia en Canino, que vendría a ser como el alter-ego del cineasta concebido como un demiurgo o un tirano) a partir de las cuales imaginar universos delirantes que, si prestamos atención, no se distancian tanto del nuestro, de ciertas reglas o conductas que hemos aceptado dentro de la normalización social pero que, acaso observadas desde fuera, sean en verdad de los más absurdas, hipócritas y rocambolescas. En el cine de Lanthimos, el distanciamiento brechtiano y los gestos surrealistas se conjugan con enorme precisión para crear un mundo que también obedece a sus propias reglas y no deja de ser un espejo deformado de la realidad que habitamos.

En el éxito de esa 'suspensión de la credibilidad' necesaria para disfrutar y captar los ecos alegóricos de su cine, resulta fundamental lo que podríamos considerar la indolencia de los personajes, su pasividad o indiferencia. Aunque eventualmente algunas de sus criaturas acaben rebelándose contra el sistema, en principio siempre parecen dispuestos a someterse a las normas, por más absurdas que parezcan, con una carga de sumisión que se transmite directamente al espectador, quien consecuentemente desiste en su labor de cuestionar lo que está viendo. Si los personajes aceptan todas estas reglas como algo absolutamente natural, nosotros estamos llamados a hacer lo mismo. Son las reglas del juego.  

En el nuevo trabajo de Lanthimos esta estrategia vuelve a ser determinante. Se trata del cortometraje Nimic (estrenado en Locarno y que puede verse ahora en Mubi), que participa plenamente de los postulados que han convertido al director griego en una de las voces más singulares del cine mundial. Matt Dillon da vida a ese personaje indolente que hace posible que el relato funcione del modo en que funciona, con toda su perversión y perturbación, pero también con su inherente sentido del humor destinado a generar incomodidad. Debido a su pasividad aceptamos sin problemas el proceso de mímesis y de vampirismo que propone la historia. Él es un chelista profesional que regresando del trabajo, en el metro, le pregunta a una joven pasajera por la hora. Ella, encarnada por Daphne Patakia, le contesta con la misma pregunta, y pone en marcha así la escalada de mímesis que le llevará a suplantar el rol del chelista en su casa y con su familia, es decir, a robarle la identidad, su lugar en el mundo. 

Aunque la tendencia pase por considerar un cortometraje como un pase previo al largometraje y poco más, lo cierto es que le hacemos un flaco favor al formato corto y a muchos cineastas que prefieren trabajar en él, dado que determinadas historias están mejor contadas desde la concisión de una película de breve duración. Sin duda, Nimic pertenece a esa estirpe de relatos que no buscan (porque no necesitan) mayor desarrollo que el de su planteamiento, lo que no impide que el director de Alps (2011) y La favorita (2018) haya volcado en él, casi como si fuera una cápsula de su universo poético, las técnicas y motivos que ha convertido en su sello personal. Uno de los aspectos más admirables del autor de Langosta (2015) es que el universo de sus filmes ha logrado trascender el nicho minoritario al que la propia naturaleza vanguardista y ambivalente de sus historias parecía condenarle en su etapa griega. La posibilidad de llevar esa poética, por más suavizada que esté, a la industria norteamericana, le abre las puertas a un público mucho más amplio que, sin embargo, no ha mermado en forma considerable su atrevimiento narrativo y formal. 

Nimic es un perfecto ejemplo para analizar por qué el cine de Lanthimos resulta tan magnético, a qué clase de normas obedece y cómo detrás de la incoherente fachada narrativa podemos encontrar profundas reflexiones sobre la condición humana y el mundo que habitamos. Tras los doce apasionantes, extraños minutos de Nimic, nos habremos asomado al abismo de un mundo en el que, efectivamente, podemos perder todo lo que tenemos del modo más inconcebible y en el que, pese lo que nos pese, todos somos prescindibles y reemplazables.

@carlosreviriego

Francisco Brines. Foto FFB

¿Por qué merece Brines el Cervantes?

Anterior
Kim Ki-duk . Foto: Ivan Bessedin - Flickr: Kim Ki-duk (김기덕)

Muere el cineasta surcoreano Kim Ki-duk

Siguiente