La columna de aire por Abel Hernández

Sobre 'Benji' y 'Morning Phase': Renacimientos paralelos

7 abril, 2014 11:12

Tengo mis dudas de que sea una simple casualidad la salida casi simultánea de Morning Phase de Beck y Benji de Sun Kil Moon, dos elepés sobre los que hemos escrito recientemente. Me parece que ambos guardan entre sí una relación más estrecha de la que aparentan a simple vista. Y que de sus numerosos puntos en común acaso pueda extraerse alguna lectura interesante sobre el momento musical actual.

Posiblemente lo primero que cabe decir en este sentido es que se trata de obras que sus autores publican en cierto momento determinado, uno en que parecen haber llegado a un remanso de su propio tiempo. Un alto en cierta meseta a mitad del camino de la vida, para contemplar la subida dejada atrás y lo que se intuye será la cuesta abajo del porvenir particular, la desembocadura. Ambos encuentran un reflejo exacto, cómo decirlo, una conformidad de esos respectivos autores consigo mismos, con sus recursos, con lo más básico de su manera de concebir la construcción musical.

Tanto en Benji como en Morning Phase uno encuentra compendios o recapitulaciones de lo comprendido y experimentado. Son dos elepés de adioses: a personas queridas (y en el caso de Benji a desconocidos llorados), y a la propia persona que cada uno va dejando atrás en el tiempo. A la vez funcionan como imagen encontrada en numerosos espejos del pasado universal del Pop, ese alimento que aportan los otros y que suele ser el aliento de los que hacen música. En este sentido, Hansen y Kozelek, parecen estar midiéndose con los modelos que les han llevado hasta donde están, revaluando algunos aspectos esenciales de la clase de música de la que proceden, la que explica su pasión.

En Benji sobre todo, tales referencias a la música de otros aparece deletreada en las canciones como parte de la historia de una vida. Y, de paso, como cierto armazón pasional de donde el autor parece haber sacado las ganas de tocar, cantar y escribir sus propias coplas. En ese fascinante patchwork de referencias que es Benji, donde todo está conectado y las letras de cada canción parecen encontrar su relación con al menos otra, salen a nuestro encuentro The Doors, Elvis Presley, Edgar Winter tocando They Only Come Out at Night, David Bowie y su Young Americans, sin faltar las referencias a su propia antigua banda Red House Painters o la de amigos y contemporáneos como Ben Gibbard y The Postal Service. También se cita y homenajea a Rain Song, Bron-Yr-Aur o No Quarter de Led Zeppelin, todas ellas interpretadas en el concierto de 1973 que se ve en The Song Remains the Same, la película sobre la banda de rock británica que penetra en el título de la gran canción árbol, la gran canción catarata del Iguazú de Benji. (Quejido flamenco en la lejanía incluido.)

Igualmente, Benji también toma de los Pink Floyd del disco Animals de 1977 la referencia para el título de otra de sus piezas, aquella en que esa obcecación mujeriega, tan a menudo bruma en los sentidos de Kozelek y su personaje, explica sus primeros pasos y se considera en retrospectiva. En su propia Dogs, Kozelek pasa revista a varias relaciones amorosas o carnales significativas en su vida y filosofa sobre los aguijones del sexo y el amor, como si observara esa parcela de su vida y su búsqueda en la lejanía de una etapa ya superada.

En el caso del disco de Beck, las referencias no son enunciadas pero son más que claras desde el punto de vista musical. Como ya ocurriera en Mutations o Sea Change (disco que él mismo se ha apresurado a conectar con Morning Phase, anticipándose así al posible vapuleo de cierta crítica), no inventa nada, sólo nos abre la puerta para que merodeemos cual leve planeo de polvo en un haz de sol por una de las viejas construcciones del rock. La misma habitación con ecos de iglesia donde se desliza cierta intimidad de cámara apoyada en brillos armónicos y en pasajes de sección de cuerdas, cierto clasicismo traslúcido a medio tiempo, sensual, espectral y narcótico, que también edificaron con sus ecos Simon & Garfunkel en The Sound of Silence, Lennon en Double Fantasy, Nick Drake en Bryter Lyter, Gram Parsons en Grevious Angel, Dylan en Nashville Skyline, Nico (con Cale y Browne) en Chelsea Girls, Neil Young en Harvest y muchos otros como Gainsbourg, Donovan, Battiato, los Portishead de Roseland NYC Live o la Björk de Homogenic

En Morning Phase, Beck aparta a un lado el pánico a dejar de innovar formalmente y afronta sus propias limitaciones, maneras y tics como ventajas compositivas, para construir un disco que, pese a las mencionadas referencias, suena de manera inconfundible a él. Por su parte, puede hacerse un análisis paralelo de Benji: es la depuración de una forma anhelada desde el principio de una carrera de más de un cuarto de siglo, la clase de obra que obliga a pensar eso de que en el fondo cualquier artista está siempre buscando la misma cosa.

Desde el punto de vista del contenido expresado por la voz y las letras, pese a las enormes distancias entre ambos compositores, también encontramos curiosas coincidencias y contornos de formas complementarias.

El contraste entre sutileza y grandiosidad de Morning Phase circunda versos construidos con palabras e imágenes en su mayoría corrientes pero cuyo sentido último no resulta fácil de discernir. Beck transmite el recogimiento en la seguridad de que el alba, la luz tras la noche oscura, siempre llega. Y la quietud de un ser que ve cómo todo va cambiando a su alrededor: las cosas giran, el mundo entero gira en Morning Phase, pero el punto de vista es el de alguien que necesita expresarse desde la aceptación de la soledad. Sus palabras, entonadas lentamente, parecen trazar el mapa de una renovación espiritual, cuyas líneas se trazan con metáforas que estallan como aforismos de una filosofía ajena, de una metafísica o una mística. Hay un temblor que recorre el disco. Un temblor que quizá pueda calificarse como religioso. El cienciólogo, acaso aún marcado por su educación judía, acepta esa parte de sí, y pudorosamente se explica sin esconderse, mediante ella. Quizá sólo así puedan surgir canciones como esa Wave que es un cénit de disco como se da pocas veces.

Benji es una nueva camisa de gala para la gran serpiente de la balada-río norteamericana. La eterna historia habitual de soledad, apartamento y sucesos incomprensibles que se dan a cada minuto en la vida corriente. Es Kozelek intentando explicarse a sí mismo una vida en 61 minutos de tiempo coagulado. Es el tránsito con lo puesto de un esqueleto con carne encima y con un alma, corazón o psique que sale al encuentro de lo que le rodea y donde el yo se explica a partir de muchas otras historias con las que el oyente puede comprometerse emocionalmente. Es un disco sobre lo inevitable de la muerte y el sinsentido de la existencia ante su trágico grito. Y, a la vez, una ardiente celebración de lo esencial de la vida, un alarido aún más poderoso de arrepentimiento, compasión, gratitud, amor y amistad que dice que, frente a los caprichos de la dama de la guadaña y su absurdo, quizá sólo cabe la celebración de lo que hay y de cómo ha llegado a ser así, y el reconocimiento poético de quienes comparten con nosotros el camino.

Morning Phase construye meditaciones mediante palabras que se conciben también como sonidos capaces de transmitir el sentimiento sin decir qué hay que pensar exactamente. Benji construye poemas sabios mediante narraciones de una inmediatez y coloquialidad poderosa. Desde luego, en ambos hay algo de acercamiento al misterio que rodea lo ordinario, a cierta textura de lo sagrado y trascendente. Eso que ilumina una parte del ser, empezando por la percepción sensible de la realidad cotidiana para acabar refiriéndose a otras capas de la existencia. De algún modo, los autores de ambas obras rehúyen cualquier forma de separación irónica o sarcasmo. Y sin dar todo masticado, tampoco juegan al escondite o a un juego de pistas con el oyente.

Nos encontramos con dos obras paralelas protagonizadas por el recogimiento en las propias coordenadas y una especie de renacimiento personal. En ambas parece concluyente la asunción del fin definitivo del crecimiento, la juventud y de la urgencia inventiva. Así, desde el punto de vista formalista, ninguno hace que avance o progrese la música actual, pero ambos demuestran que eso no tiene por qué suponer un retroceso o una marcha atrás. Más allá de la fiebre del presente y de guiños retóricos al pasado crean un pasaje musical coherente, maduro, trascendente, intemporal y posiblemente duradero. No es la música que sería bueno esperar de autores de 20 años, ni siquiera de muchos de los que ya han pasado los 40, aunque sí quizá sea necesario que algunas primeras figuras experimentadas, antes de injuriarla, sean capaces de sentar en sus rodillas a la belleza de la canción pop en todo su esplendor.

He aquí, por tanto, un par de discos confesionales e íntimos que se plantan, cada uno a su manera pero desde la desnudez, ante la velocidad de las cosas, ante la exigencia y competitividad de un mundo que ha hecho de la exhibición de lo personal e íntimo su propia exhibición de atrocidades y en que se mata por celebridad y fama. Beck y Kozelek logran obras de calado aceptando el terreno que tienen y trabajándolo con sus propias circunstancias y fuerzas y una honestidad brutal. Para el oyente interesado en las batallas del pop contemporáneo pueden suponer también un alto en el camino, un remanso y vacaciones de la exigencia de que todo sea un paso adelante; una sublevación frente a la bulimia de la, por otra parte tan necesaria, novedad y experimentación compositiva, estilística y sonora.

Amaral deja KO a los políticos

Anterior

Charles Simic y la ambigüedad de los fantasmas

Siguiente