La columna de aire por Abel Hernández

Sobre la ciudad que emerge, la mente que baila y la callada victoria de Brian Eno

10 enero, 2014 11:36

Porque ¿y si en realidad 2013 hubiera sido un año significativo para la música pop? ¿Y si hubiera sido el momento en que, en ese vasto horizonte que consideramos casi desierto de renovación, se hubiera revelado ante nuestros oídos el alzado de esa ciudad musical que hasta ahora tan sólo se insinuaba en los mapas de algunos exploradores considerados pobres alucinados? Quizá lo que suena ahí sea eso que lleva ya unos pocos años anunciándose, latiendo desde los confines del paisaje archiconocido de los subestilos pop, moviéndose bajo la arena de una época nuestra que casi todos creemos rendida al pasado (fin NeoCon de la Historia, polvo de un archivo acumulado folio a folio por la industria de entretenimiento que simplemente se remueve y se recombina en su propia densidad, oxímoron, uróboro, etc). Quizá lo estuviéramos confundiendo con el mismo desierto, con simples dunas de movimientos imprevisibles y desde ahora ya seamos conscientes de que contienen formas, estructuras y fuerzas que no son parte del desierto, ni ruinas sepultadas de otra época, sino emergencias bajo su fina capa de arena exterior, insólitas tensiones que lo desbordan.

Hablamos de esa música que asociábamos con seguro desdén con los caprichos de la esfera de la música techno o (con desdén aún mayor) con la música electrónica en general, que nos sacábamos de encima de un plumazo como algo al margen del pop y que venía siguiendo patrones de repetición desde su fundación más o menos vía Kraftwerk y la evolución del rock cósmico alemán.

Mirándolo desde ese ángulo 2013 sería el tiempo en que, en medio de las arenas de la extensa planicie, han empezado a divisarse edificios que por fuerza tendrán que ser estupendos a tenor de torres y pináculos que ya son visibles. Partes de esos edificios, de esa ciudad nueva, son discos que se colocan entre el resto de la cosecha pop sin que sepamos muy bien cómo relacionarlos. Como R Plus Seven de Oneohtrix Point Never o Chance of Rain de Laurel Halo, dos creadores que provienen de un área difusa en que el pop y el techno (y, en cierta medida, el jazz) se confunden con la música experimental y la Contemporánea y que ahora han condensado todo el conocimiento en edificaciones que nos cuesta clasificar y comprender pero no disfrutar. Ha sido el año del muy extraño y desmedido The Inheritors donde James Holden, músico con ADN 100% techno pese a su singularidad principesca desde hace casi una década, acepta el desafío de entrar en un territorio salvaje sin fronteras entre tribus y por tanto con bailes diferentes a los acostumbrados. También de 2013 son Virgins de Tim Hecker y Colonial Patterns de Huerco S. y, aunque con altura menos sobresaliente, otras construcciones anómalas que despuntan sobre la planicie pop como Fools  de AyGeeTee o Dutch Tvashar Plumes de Lee Gamble.

Todos ellos son discos y músicos que emplean estrategias tan diferentes como personales pero permiten aventurar un conjunto que, aunque borroso y muy complicado de delimitar, muestra cómo emerge y se ensambla esa novedosa urbe musical que aparece como un quiste o un cuerpo extraño en la estabilidad pop. No, no acabamos de reconocerla todavía pero, incluso en su estado actual, cubierta como está por las arenas del pasado y el miedo al futuro, ya pueden oírse como propuestas sonoras con características en común.

Su inspiración proviene y en parte se mantiene en esa sopa primordial que se cuece en lo que hemos llamado los overgrounds, en lo que se escapa del molde, lo inmensurable de la globalidad. La verdad que está ahí afuera y no deja de multiplicarse lo veamos o no.

Pueden verse como resultado de la praxis de las tesis de Brian Eno sobre el estudio de grabación como el principal instrumento contemporáneo de composición y generación de sonido. Toda esta música es procesada y procesual, sintetizada y sintética, de modo que sus timbres y ritmos son de laboratorio y a sus artífices cabe llamarlos productores. Mientras una buena parte del pop independiente e incluso underground permanece ajeno al aprovechamiento de los nuevos instrumentos y hasta su mentalidad más DIY parece anclada en el set guitarras-teclados-bajo-batería-voz, los constructores y arquitectos musicales de los que hablamos han cambiado la habitual relación con los instrumentos y se aferran a las ingentes posibilidades de la tecnología doméstica y de bajo coste (sin quitar que algunos den el toque final a sus grabaciones en estudios profesionales).

Pensándolo bien, pueden verse como un triunfo y continuación de muchas de las ideas, que no tanto del sonido, de Eno y de esa rama de la música electrónica cuyo surgimiento hace cuatro décadas encabeza el creador inglés en paralelo a la que con el tiempo se ha establecido como corriente principal. Mientras el techno metronómico, robótico pero funky, automático y brillante se introducía en el pop o corría velozmente en paralelo a éste, esa otra electrónica arrancaba en cierta forma con Eno a partir de Discreet Music (1975), procedente del minimalismo y la experimentación con el estudio de grabación. Las actuales posibilidades sin límite de lo digital y la acumulación de sonidos y trucos electrónicos y sintéticos probados a lo largo de varias décadas, proporciona no sólo una paleta de métodos, sistemas y estrategias con que reproducir, obtener o generar sonidos y órdenes, sino una nueva sensibilidad en sí, que se entrelaza con lo mental tanto o más que con el cuerpo. Es un poco el triunfo de una "Electronic Mind Music" que a menudo también mueve músculo y nervio.

Cada uno a su manera, estos nombres del ahora como mañana continúan esa idea de música que provoca un ambiente donde se sitúan diferentes objetos sonoros y donde melodía, armonía y hasta ritmo no son tan importantes como el proceso y la interacción física entre tales objetos sonoros, y donde la autoría determinista parece ser menos decisiva que la indeterminación. Algunos de los discos que mencionamos hasta creeríamos que han sido edificados con ayuda de las “Estrategias Oblicuas”. Pero sobre todo son autores y autoras que expanden sus límites hasta alturas que llegan más arriba que la melodía, el tempo y el ritmo.

Podría decirse que el principal denominador de todos ellos es la aspiración a levantar lugares que no resulten comunes y el acceso a una clase de abstracción expresionista y a menudo basada en lo deconstruido, desensamblado, que en lugar de describir la complejidad emocional de la época la traduce con un lenguaje inspirado en ella misma, que se abstiene de narrar o glosar su mensaje para desencriptar sus códigos. Su investigación y experimentación con lo sonoro conduce a algo cada vez más inclasificable donde es habitual que varios tempos se solapen, se interrumpan y alteren entre sí, donde las nociones armónicas y melódicas del pop se subvierten pasando de lo biensonante y divertido a lo plano o inaprensible de forma imprevisible y difícil de memorizar. En algunos de los casos se advierte cierta condición común al jazz avanzado, cierta organicidad free, continuidad, improvisación, a la que convendrá estar atentos. Pero, resulte o no certera esta intuición de conexión con lo jazzístico entendido casi como un arte marcial, en todo caso hablamos de música en que el ruido y el espacio adquieren características físicas, espaciales o texturales, que se pueden acariciar o habitar, que recuerda cada vez más a otras formas de mover los sentidos y la psique como la pintura, la escenografía, o la arquitectura. Estos músicos acostumbran a reunir en el mismo momento sonoro, la experiencia microscópica de la escucha a solas con auriculares, la sutileza íntima de los pequeños detalles de grano y espacialidad aural, con la grandeza del sonido de la pista de baile o del concierto multitudinario y su pegada y volumen de elefante. Han concentrado por tanto las dos maneras principales de vivir la música en la actualidad, en casa o por la calle pero solos, ensimismados y a menudo conectados a la red, o en los eventos en vivo o en las pistas de baile.

Para terminar, y curiosamente como asimismo hiciera Eno 39 años atrás, esos artífices de lo nuevo abren la puerta a otros músicos. Los sellos al cuidado de Daniel Lopatin/ Oneohtrix Point Never (Software), James Holden (Community Border) o Darren J. Cunningham aka Actress (Werk), han amparado algunos de los movimientos discográficos más interesantes y poco calculados de estos últimos años. Me parece que no puede haber mejor manifiesto estético que esto.

No sé. 2013 nos ha dejado ricas porciones de pop. El pop no va a morirse a pesar de lo confuso de su retroalimentación. Posiblemente siempre harán falta canciones tan honestas y conmovedoras como las de Bill Callahan, Julia Holter o Dean Blunt, como las de The Knife o Vampire Weekend. Y dirán con toda la razón que con obras como Mbv, Cupid's Head o Tomorrow’s Harvest la emoción venía de la mano de riqueza sonora.

Pero, no sé, me parece que quizá llevemos demasiado tiempo pensando que sólo hay dos clases de música (la buena y la mala), usando baremos puramente emocionales. Y esta música nueva que ahora no lo olvidemos, tan sólo empieza a desenvolverse de la piel de arena del pop colapsado en un gif animado, nos invita a pensar que tales clasificaciones provienen de las profundidades de los designios culturales, del idioma del lugar común, tan posiblemente verdadero en parte como peligrosamente totalitario. Que tal gusto por lo emocional proviene sobre todo de una continuidad con las de una antigüedad romántica (años 50) que blanqueó algo más potente y que el problema de estancamiento del pop no sea tanto un problema de estilos sino de esa óptica que procede de la necesidad de un relato y una impresión diseñada, sublimada.

Y que quizá haya otro tipo de música: la que no acepta ser catalogada porque desborda las categorías en que se basan tales conceptos de lo bueno y lo malo, música de un tiempo o lugar desconocidos que, como las ciencias puras, no acepta una interpretación sentimental. Música cuyos desarrollos, sucesiones, transformaciones, procedimientos o tratamientos estén por encima de la finalidad compositiva de orden y belleza y emocional. Música donde no se narra una historia clara, incluso tampoco se describe un ámbito, un paisaje, donde por no haber ni siquiera hay una lógica clara. Música abstracta, fragmentaria, construida con haces de Data, trasunto del inventario interno de un mundo de irrealidad emocional. Música pensada por la mente digital, pero de alguna manera encarnada del pop, surgida de éste. Que llega de otra manera, por conductos que, si son emocionales, son distintos de los de siempre.

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