Jaime Gil de Biedma en 1983. Foto: Elisa Cabot

Jaime Gil de Biedma en 1983. Foto: Elisa Cabot

Entreclásicos

Jaime Gil de Biedma, poeta de una España arisca, vil y bella

Su poesía intimista no es ajena a la política, ya que su sensibilidad pagana era un acto de beligerancia contra la dictadura

4 julio, 2023 02:07

Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929-1990) escribió fundamentalmente sobre el amor, pero no fue un poeta neutral. Su poesía mostró las miserias del franquismo y la resistencia secular de la oligarquía y las masas al cambio, el progreso y la modernidad. La mayoría de sus poemas son un canto al cuerpo, el placer y la pasión. Aparentemente, esa faceta intimista parece ajena a la política, pero lo cierto es que está asociada a una sensibilidad pagana y precristiana y, por tanto, constituye un acto de beligerancia contra la dictadura.

Gil de Biedma está muy cerca de Luis Cernuda, pero con la salvedad de que en su poesía no hay alusiones explícitas al amor homosexual. Formalmente, ambos poetas incorporan a sus versos el lenguaje hablado y la expresión coloquial, rehuyendo la retórica y el hermetismo. Sus voces no vibran desde una atalaya de marfil, sino desde la calle. No es solamente un canto espontáneo. También es una deliberada reivindicación de la áspera belleza de los tugurios, donde corre el alcohol, la conciencia se enturbia y se ama entre penumbras, ignorando los nombres y sin pensar en el futuro o la moral.

Hijo de una familia de la alta burguesía, Gil de Biedma se acercó al marxismo, pero el PSUC rechazó su solicitud de militancia por su homosexualidad. Desencantado, sucumbió al pesimismo, adoptando un tono más sombrío y nihilista en sus últimos poemas. El SIDA acabó con su vida a los sesenta años.

Gil de Biedma dejó una obra breve, pero de un gran rigor intelectual y una extraordinaria calidad lírica. Además de poemas y diarios, escribió magníficas piezas de crítica literaria, análisis certeros y llenos de intuiciones deslumbrantes que añaden a su obra una perspectiva sumamente lúcida sobre la creación artística y la figura del autor. Gil de Biedma entendía que la crítica literaria era un género más, no un simple ejercicio de erudición. Sus notas sobre Cernuda y Juan Gil-Albert son brillantes ejercicios de exégesis, pero sobre todo nos ayudan a comprender mejor su propia obra. “Los poetas metidos a críticos de poesía —apunta Gil de Biedma— nunca resultamos del todo convincentes, aunque a veces sí muy estimulantes, precisamente porque estamos hablando en secreto de nosotros mismos”.

En Compañeros de viaje (1959) y Moralidades (1966), Gil de Biedma mostró su lado más político. Su poesía social evidencia que el compromiso no implica necesariamente una caída en el prosaísmo. En “Apología y petición”, se refiere a España como “ese país de todos los demonios / en donde el mal gobierno, la pobreza / no son, sin más, pobreza y mal gobierno / sino un estado místico del hombre”. ¿Se puede absolver a una nación que se ha resignado a ser humillada y maltratada? ¿Cabe esperar algo de un pueblo que interpreta la pobreza y la tiranía como destinos inherentes a su ser? “De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal”. El español parece atribuir sus desgracias a la fatalidad y no a la corrupción de sus gobernantes. Sin embargo, es posible “otra historia”. Gil de Biedma no idealiza al pueblo, quizás porque tiene presente el “vivan las cadenas” que hizo naufragar en España el espíritu de progreso. Las Cortes de Cádiz pudieron imponer un cambio de rumbo, pero una sociedad inculta, supersticiosa y apegada a tradiciones más bárbaras frustró la posibilidad de “otra historia”, de otra España.

En “Asturias, 1962”, Gil de Biedma se solidariza con los mineros en huelga. El recuerdo de la guerra civil y la ferocidad de los vencedores trajo un tiempo de silencio. Protestar era “desgañitarse contra el muro / de un espeso silencio”. Gracias a las protestas mineras, “el silencio / es hoy distinto”. Gil de Biedma desliza una hebra de optimismo infrecuente en su obra: “Nos vuelve a visitar la confianza”. Y esa confianza proviene de una imagen: “un paisaje / de vagonetas en las bocaminas / y de grúas inmóviles, como en una instantánea”. En “Un día de difuntos”, la esperanza está asociada a la tumba de Pablo Iglesias. Durante una mañana octubre, con “un cielo puro y profundo”, un grupo de intelectuales jóvenes decide homenajear a los que son “sustancia y fundamento de nuestra libertad”. Al traspasar el umbral del cementerio civil, el grupo experimenta una mezcla de soledad y solidaridad. Los claveles rojos que adornan la tumba del patriarca socialista insinúan “un porvenir / distinto y más hermoso”. La noble imagen de Pablo Iglesias bajo el sol del otoño “siempre vivirá como un símbolo, como una invocación / apasionada hacia el futuro”, especialmente “en los momentos malos”.

En “Años triunfales”, Gil de Biedma recrea el clima de miedo y represión instaurado por el franquismo: “Media España ocupaba España entera / con la vulgaridad, con el desprecio / total del que es capaz, frente al vencido, / un inestable pueblo de cabreros”. Gil de Biedma describe Madrid y Barcelona como “algo humillado. / Como una casa sucia”, oscura y con olor a miseria. Parece que siempre hay “luz de atardecer” y todo el mundo es viejo. Las calles son un desfile de “infelices gabardinas / a la deriva”. Las mujeres son “sombras” mal vestidas que muchas veces se ganan la vida de cualquier manera, pues sus padres, hermanos o maridos se encuentran en prisión o bajo una cuneta. Sin otra opción que prostituirse, “por la noche / las más hermosas sonreían / a los más insolentes de los vencedores”. Entre los vencidos, se hallan los poetas exiliados, como Luis Cernuda, al que Gil de Biedma dedica el poema “Después de la noticia de su muerte”. Ambos poetas intercambiaron cartas, pero no llegaron a conocerse en persona. Gil de Biedma imagina la “vejez serena” de Cernuda bajo el “cielo de México, como el de Grecia”. El poema concluye con una exaltación de la última etapa de Cernuda y con un hermoso lamento: “Su poesía, con la edad haciéndose / más hermosa, más seca; / mi pena resumida en un título de libro / Desolación de la Quimera”.

La guerra civil española sorprendió a Gil de Biedma con diez años. No solo no sufrió penalidades, sino que fue la época más feliz de su vida. La guerra hizo que conociera “los páramos con viento, / los sembrados de gleba pegajosa, / y las tardes de azul, celestes y algo pálidas, / con los montes de nieve sonrosada a lo lejos” (“Intento formular mi experiencia de la guerra”). Con amarga ironía, el poeta reconoce: “Mi amor por los inviernos mesetarios / es una consecuencia / de que hubiera en España casi un millón de muertos”. Aunque sabía que cerca del puente de Uñes se había enterrado a cinco fusilados, la idea de lo que había significado aquello no se forjó hasta la posguerra. En “Elegía y recuerdo de la canción francesa”, Gil de Biedma señala que Europa se hizo más familiar cuando llegaron a los noticiarios las imágenes de la posguerra de 1945. La esperanza y el temor se despertó en medio de una “paz harapienta”. Los vencidos comenzaron a hablar en voz baja y el poeta conoció la canción francesa, “oh rosa de lo sórdido, manchada / creación de los hombres, arisca, vil y bella”. El joven Gil de Biedma anheló para su país las llamaradas de rebeldía y “esa heroicidad canalla” que advirtió en la canción francesa, pero esa hora se demoraría y, al cabo del tiempo, solo quedaría la nostalgia de lo que no fue.

Gil de Biedma nos dejó demasiado pronto. ¿Qué habría escrito sobre la España de las últimas décadas? En una pequeña nota, explicó que su vocación nacía del propósito de forjarse una identidad como poeta, pero que en realidad había descubierto que su verdadero deseo era ser poema. A medio camino entre Calibán y Narciso, no renegaba de sus convicciones izquierdistas, pero ya no albergaba esperanzas. De ahí que sus versos se hubieran oscurecido. Ya solo fantaseaba con una “vita beata”: “No leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas / y vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia”. Pese a ese desencanto, su palabra permanece hoy fresca y afilada. No solo ha soportado incólume el paso del tiempo, sino que nos ayuda a soñar con una España con las virtudes de la canción francesa. Una España “arisca, vil y bella”, donde lo canalla y lo hermoso prevalezcan sobre esos “tristes dioses crucificados” a los que increpó Cernuda por “despreciar esa tierra ardorosa” que hace y deshace a los hombres.

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