queen1Anya Taylor-Joy en 'Gambito de dama'. Foto: Charlie Gray/Netflix © 2020

queen1Anya Taylor-Joy en 'Gambito de dama'. Foto: Charlie Gray/Netflix © 2020

En plan serie por Enric Albero

'Gambito de dama', Son Goku contra Ivan Drago

Mitad relato de iniciación, mitad narración épica, la serie de Scott Frank sobre una jugadora de ajedrez en los tiempos de la Guerra Fría es la hermana tranquila de ficciones deportivas como 'Rocky'

30 octubre, 2020 09:50

1. Beth Harmon (Anya Taylor-Joy) es una joven huérfana que acaba de ingresar en un centro de acogida tras perder a su madre. Durante su internamiento descubrirá dos cosas: la facilidad que tiene para jugar al ajedrez -cuyas reglas le enseña el conserje interpretado por Bill Camp- y los ansiolíticos, cinturones de seguridad que contienen las sacudidas de una mente en aceleración perpetua. Mitad relato de iniciación, mitad narración épica, Gambito de dama es una irrechazable invitación para acompañar a Beth en su camino hacía el éxito mientras combate contra sus demonios farmacológicos.

2. Aunque pueda parecer una boutade, esta miniserie escrita por Scott Allan y Scott Frank y dirigida al completo por este último es la (supuesta) hermana tranquila de ficciones deportivas en la línea de Rocky (John G. Avildsen, 1976) y, sobre todo y por rango de edad de la protagonista, de Karate Kid (John G. Avildsen, 1984). No importa tanto que haya abismos formales entre unas y otra porque, en lo elemental, en su mecánica, son muy similares: una sucesión de combates/partidas interrumpidas por el entrenamiento y eventualidades de orden secundario (relaciones sentimentales, problemas familiares, etcétera, etcétera, etcétera). En el fondo, Beth Harmon no es tan distinta de Son Goku, aquel niño extraterrestre creado por Akira Toriyama para su mítica Dragon Ball (1986-1989) que, como todos los de su especie, veía cómo aumentaba su fuerza a medida que combatía (no importaba el resultado del envite). Aquellos famosos torneos de artes marciales de las primeras temporadas de la serie de animación nipona encuentran su eco en las sucesivas competiciones a las que la joven de Lexington tiene que hacer frente hasta culminar con un proceso de aprendizaje que terminará con la disputa del título mundial, competición que se disputará en la URSS, en un guiño evidente al famoso duelo que en 1972 disputaron Bobby Fisher y Boris Spassky en Reikiavik; final relatada por Edward Zwick en El caso Fischer (2016), aunque la película buena-buena sobre el genio de Chicago es En busca de Bobby Fisher (Steven Zaillan, 1993) que, alejándose del biopic, consigue acercarnos al complicado mundo de los genios precoces mucho mejor que la obra basada en hechos reales. Dado que los acontecimientos de Gambito de dama están situados en los inicios de la Guerra Fría y que el gran rival de Harmon, Vasily Borgov (Marcin Dorocinski), se caracteriza por su mente analítica, su estudio concienzudo de las partidas precedentes (propias y ajenas) y la metódica aplicación de una estrategia predefinida -en clara oposición al ajedrez huracanado e imprevisible de Beth- la mención de Ivan Drago (Dolph Lundrgen) -el rival high-tech/comunista/insensible de Rocky Balboa (Sylvester Stallone) en la cuarta entrega de la saga- quizá no sea tan descabellada como habrán supuesto tras leer el encabezado (como la serie deja patente asistimos al choque de dos sistemas, el americano, basado en el culto al individuo, y el soviético, cimentado en los valores de la colectividad). Valga todo esto para establecer este caprichoso vínculo entre Harmon, su rival y tan ilustres predecesores. Siendo justos, y tratándose de una historia protagonizada por una mujer que se labra su futuro a golpe de jaque mate habría que buscar otros referentes como por ejemplo la Diana Guzmán (Michelle Rodríguez) de Girlfight (Karyn Kusama, 2000).

3. Aunque usted no tenga ni la más remota idea de quién es Judit Polgár ni de qué es la defensa Caro-Kann, es bastante probable que devore los siete capítulos de esta producción de Netflix con la facilidad con la que se emborrachó de estadísticas viendo Moneyball (Bennett Miller, 2011) sin saber nada de beisbol. Y estas cosas no suceden porque sí. Suceden porque Frank mueve con destreza los hilos de la empatía, apoyándose, principalmente, en tres elementos: la subyugadora partitura de Carlos Rafael Rivera (es una serie tan musicada que por momentos uno cree estar bailando un vals con un alfil), los suaves (y continuos) movimientos de cámara que abundan en la creación de ese efecto de envolvimiento sugerido por la música (Frank ha indicado que Douglas Sirk es el referente principal) y un montaje que varía en función de las necesidades dramáticas de cada momento (la preferencia por las tomas largas puede desaparecer para dar paso a un montaje sincopado o a la pantalla partida y las composiciones más recargadas no están reñidas con esos planos frontales, con Beth mirando a cámara, que remiten a las primeras enseñanzas impartidas por el conserje Shibel… La imagen se adapta a cada situación).

4. Como ya demostrará en Godless (2017), Scott Frank es un autor total -en la sintonía de Hugo Blick- cuyas intenciones detrás de la cámara trascienden lo ilustrativo. Para empezar, no filma ni una sola partida de ajedrez de la misma manera: en ocasiones nos la muestra entera, en otras nos escatima los movimientos sobre el tablero para capturar las reacciones de los personajes, unas crecen a golpe de fanfarria hasta imprimirse como leyendas, otras se vacían de música y dejan que el tic-tac de los relojes y deslizamiento de los peones orquesten la tensión… Lo más importante es que todas estas decisiones siempre tienen sentido. Valga como ejemplo la secuencia de las partidas simultáneas contra Benny Watts (Thomas Brodie-Sangster) y sus dos amigos en ‘Aplazamientos’ (1.06). Beth viene de haber perdido una serie de partidas rápidas amistosas contra Watts y ahora, mientras se prepara para su primer enfrentamiento con Borgov, acepta el nuevo pique: su orgullo está en juego, aunque ya haya destrozado a Benny en competición oficial. En esa secuencia suena entera Yeh, Yeh de Georgie Fame and The Blue Flames, el tempo rápido de la canción se acelera con los continuos clics de los relojes de ajedrez y el montaje sincopado y los movimientos de cámara (de los rostros al tablero y vuelta) hacen el resto: si se trata de ponernos en situación, de convencernos de la velocidad mental que se necesita para jugar a ese ritmo, Frank sabe cómo hacerlo. En resumen, hay partidas para todos los gustos: contra Beltik (Harry Melling) en ‘Intercambios’ (solo relojes, golpes de piezas, bostezos y gestos: la música solo entrará cuando Beth vuelva del baño habiendo dado con la estrategia para ganar) o la primera contra Benny Watts cuyos primeros compases veremos enteros.

Foto: Phil Bray/Netflix © 2020

5. Gambito de dama también se explaya en la exposición de ese binomio difícilmente separable que forman la genialidad y la locura (y la búsqueda de la calma mental a través de la adicción: “mi tranquilidad necesita refuerzos”). Beth Harmon es un personaje cargado de malditismo (los continuos y demasiado insistentes flashbacks sobre el final que tuvo su madre así nos lo hacen saber). Su perspicacia para anticipar el juego se contrapone a sus nulas habilidades sociales; de hecho, Scott Frank separa ambos mundos, encerrando el universo ajedrecista en el sótano del instituto y constatando la distancia que existe entre Beth y sus compañeras de generación -ella observa los primeros escarceos amorosos de las otras desde lejos. Esa disociación se observa claramente en ‘Peones doblados’ (1.03): Harmon acude a una reunión de chicas y el guionista de Logan (James Mangold, 2017) crea una composición en forma de U de manera que todas ellas forman la grafía de la letra, mientras que Beth (cuya vestimenta negra contrasta con las tonalidades claras del resto) se sitúa en el espacio vacío y a una altura más elevada, remarcando su soledad, pero también su superioridad. Cuando abandone el salón y se marche a la habitación contigua en la que el padre de la anfitriona lee, una toma desde el exterior utilizará los ventanales de la fachada, separados por un pilar, para sellar esa diferencia irreconciliable entre las que disfrutan de la música suave en una habitación rosada y la que observa a un hombre leyendo en un cuarto en penumbra. 

Cuando Beth es adoptada por los Wheatley, veremos que la casa está construida como si fuera un escenario teatral. El arco que separa el living del recibidor tiene cortinas a los lados, al igual que el reservado en el que se ubica el piano (su madre es otra mujer con un talento que no muestra en público y con un grave problema de alcoholismo) y la cama de Beth. No es casual que cuando Alma (Marielle Heller) muera y la joven ajedrecista se quede con la casa, arranque las cortinas: ya no hay necesidad de fingir, de representar ningún papel para nadie, si antes el fingimiento era requisito obligatorio para lograr la aceptación, ahora bastará con los méritos alcanzados por una misma. La secuencia al ritmo de Venus, con Beth borracha y la cámara volando liberada redefiniendo la casa como un espacio problemático tras la pérdida del punto de apoyo que suponía Alma es, también, muy elocuente.

6. A esta teleficción basada en la novela de Walter Tevis se le pueden achacar la excesiva reiteración de algunos tics -hemos mencionado los flashbacks, también podríamos añadir los efectos digitales que simulan el tablero imaginado por Beth que, si bien sirven para justificar el uso del cenital en momentos clave (traducción fílmica de la inspiración), se torna un recurso demasiado facilón- y algún que otro devaneo con la casualidad que ayuda a preparar los desenlaces -hay dos encuentros fortuitos con Borgov (en el ascensor y cuando preparan la partida en el hotel) difícilmente justificables. Con todo, y asumiendo que un lifting a su duración le sentaría bien, es placentero toparse con alguien como Scott Frank, un tipo que parece desoír los mandamientos más rancios de la industria y al que no le importa variar las duraciones de los episodios (de 67 a 46 minutos), jugar con las formas sin que la propuesta pierda consistencia o conseguir pasta para que alguien le produzca una serie sobre ajedrez. 

7. Si no tienen suficientes motivos para acercarse a la serie, aquí va el último: Anya Taylor-Joy, una mezcla entre Audrey Hepburn, Natalie Wood y Deep Blue a la que le entregas todas tus piezas nada más salir en pantalla. ¿Qué cómo se hace eso? Ni idea. Es como si me preguntan por cómo desplegar una defensa siciliana. ¿Que si lo consigue? Les responderé con otra pregunta: ¿pueden las reinas moverse por el tablero como les plazca? 

@EnricAlbero

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