En plan serie por Enric Albero

Peaky Blinders. The Gipsy Kings

5 enero, 2018 09:29

Preámbulo

Aún quedan los Reyes. Así que ese periodo vacacional –para quién lo tenga- mal llamado Navidad, todavía no ha terminado. Cuando uno ha comido por encima de sus posibilidades y ha bebido lo suficiente como para ser confundido con el propietario de un bar cuando va a echar el vidrio al reciclaje, lo que menos le apetece es ponerse a escribir. Así que entre idas y venidas, desayunos-cena, ‘stolis’ con tónica y una franciacorta Ca’del Bosco Vintage que jamás olvidaré, lo fácil, lo que cualquier veterinario recomendaría, es marcarse un post diurético que higienice la mente, el típico listado de ‘las series más esperadas de 2018’.

Iba a hacerlo. Os lo juro. Un poco de google por aquí, otro poco de cosmética sinonímica por allá, dos paridas enjundiosas y listo, a comerme un roscón como el sombrero de Jorge Negrete. Pero entonces me encontré con el tuit de otro Jorge, Carrión para más señas. Apuntaba –parafraseo- que no puede existir una aproximación crítica sobre las series (ni sobre nada) que esté por venir. Que todo son apriorismos sin fundamento, débilmente justificados por la carrera de tal o cual director o guionista, que no refrendan nada salvo la ilusión del firmante por, pongamos el caso, la vuelta de Urbizu o la llegada de los Coen a televisión. Y esto es antes un espacio para el análisis que una lista de deseos. Es decir, que por culpa del autor de Los Muertos no escribiré esa carta a los Reyes (Catódicos) que tenía prevista, de hecho prácticamente escrita en mi cerebro, y me tocará estrujarme las meninges hablando del clan de los Shelby, una familia embriagada de espíritu navideño: a Arthur le gusta la nieve, a Polly le encanta dar sorpresas y en la cena de Nochebuena todo es fraternidad porque el único cuñado que había fue enviado ‘a por tabaco’. Con ustedes los Peaky Fuckin’ Blinders.

https://www.youtube.com/watch?v=whgdkjDJAjg

Caballero con espada

Steven Knight empezó a hacerse célebre por su guion para Promesas del Este (David Cronenberg, 2007), aunque antes ya había firmado el libreto de la estimulante Negocios Ocultos (Stephen Frears, 2002), lo que en palabras del crítico Jordi Costa le acreditaba como uno “de los efectivos más prometedores de un neonoir capaz de diseccionar el tejido corrupto de entornos urbanos marcados por nuevas formas de violencia transcultural”. También figuraba su nombre detrás de la competente Amazing Grace (Michael Apted, 2006); todo ello tras iniciarse, a principios de los 90, en la televisión. Knight es más interesante cuando más se acerca al noir. Incluso sus guiones menos afortunados dentro del género (Redemption, Closed Circuit) son infinitamente superiores a los que abordan otras temáticas: ahí están las horripilantes Burnt (John Wells, 2015) y Un viaje de diez metros (Lasse Hällstrom, 2014) para certificar que su cine gastronómico solo provoca indigestión. Más allá de la irregularidad de sus trabajos dentro de la industria (véanse Aliados, una película que gracias a Robert Zemeckis sobrevive a Brad Pitt, o El caso Fisher, el enésimo intento de Edward Zwick por hacernos creer que es lo que no es: un buen director), la obra clave en la filmografía del guionista inglés es Locke, dirigida por él mismo en 2013 y protagonizada por un excelso Tom Hardy. 80 minutos de un tipo hablando por teléfono (y desmoronándose) dentro de un coche: si no la han visto, están tardando – la cosa fue tan bien, que Hardy reclutó a Knight para guionizar la serie Taboo: si vuelve, hablaremos de ella.

Justo un año después de aquel prodigio arrancaba Peaky Blinders, la historia de una familia de mafiosos de origen gitano que campa a sus anchas por el Birmingham de principios del XX, de la que Netflix acaba de estrenar su cuarta temporada. Esta última entrega está consagrada a la figura de Luca Changretta, un hampón que viaja desde Nueva York hasta tierras británicas para vengar la muerte de su padre a manos de los Shelby. Es decir, esta es la temporada de Adrien Brody. Como la anterior fue la de Tom Hardy, la segunda la de Noah Taylor y la primera la de Sam Neill.

Peaky Blinders se define por la magnífica composición de sus antagonistas tanto a nivel dramatúrgico como interpretativo. Y eso es fundamental, puesto que darle la réplica a Cillian Murphy -que se aprovecha del magnetismo helado que desprenden sus ojos azules para bordar a un tipo torturado, maquiavélico y sin talento para la paz- no es fácil. La fisonomía de Brody remite directamente al perfil aguileño de Al Pacino y, por tanto, entronca por la vía de la apariencia con Michael Corleone (una operación similar a la que realizó Francis Ford Coppola en la tercera parte de El Padrino al seleccionar a Andy García, que también comparte rasgos con Pacino, para prolongar el linaje). Todo en Luca Changretta –salvo los tatuajes- remite al clan siciliano: su aspecto lo adopta de Michael, la voz es de Vito y su impetuosa estrategia criminal parece extraída del manual jamás escrito por Sonny. Knight juega con un arquetipo fácilmente reconocible por el espectador, le da peso con arriesgadas decisiones de guion –cargarse protagonistas no es de recibo- y lo transforma en una amenaza real, temible.

https://www.youtube.com/watch?v=HmBOH1eRvSY

Otra de las virtudes de la serie es acumular talento actoral como quien colma la despensa a la espera de un largo invierno. ‘Fichar’ a una estrella para hacer de ‘malo’ no implica prescindir de la anterior. Señores, esto es el mundo del hampa, aquí hay casi más gente sin escrúpulos que en el documental de Amy Winehouse. Juntar a Brody, Murphy y Hardy o, lo que es lo mismo, a Lucha Changretta, Tommy Shelby y Alfie Solomons, es un lujo que no está al alcance de muchas producciones, así que sería absurdo no buscar la alineación de los astros para que eso suceda. Además, para un escritor como Knight, amante de ese tipo de diálogos con los que se puede pelar una manzana, contar con esos actores es jugar con el viento a favor. El personaje de Solomons es el que da la medida del crescendo que ha vivido Peaky Blinders hasta ahora. Un mafioso judío ortodoxo, con un acento endiablado, locuaz hasta la extenuación de su interlocutor, cuyo uso ladino del lenguaje le convierte en un prestidigitador de palabras: lo que dice es justo lo contrario de lo que hará (el verbo disimulando la acción, la retórica ocultando un disparo… ¡qué final!). A continuación, un tête à tête Tommy-Alfie, para que se  hagan una idea.

Shelby's Women Club

En el mundo del crimen organizado las mujeres apenas tienen espacio. Sin embargo, el Club de Mujeres Shelby está formado por unas tipas que no se limitan a acompañar a sus consortes en las fiestas, a servir el té, a cuidar de los hijos o a ser apaleadas. Polly Gray (Helen McCrory) es la tesorera de la Shelby Company Limited, lleva pistola, está presente en casi cualquier tipo de negociación y no duda en amenazar, sin necesidad de intermediarios, a quien se sitúe entre ella y sus intereses. La secuencia en la que flirtea/advierte a Aberama Gold (Aidan Gillen, otro fichajazo), un tipo con menos piedad que Homer Simpson delante de una caja de donuts, define perfectamente la fortaleza de su espíritu.

No es la única que da el salto a la primera línea de acción. Aunque Polly ejerza como matriarca del clan, Linda Shelby (Kate Phillips) maneja a su antojo a alguien tan peligroso e inestable como Arthur (Paul Anderson); Ada Shelby (Sophie Rundle) es la editora de la familia, la que pone los puntos sobre las íes y corrige a los que escriben fuera los renglones y Lizzie Stark (Natasha O’Keeffe), la mujer pañuelo de Tom, no está dispuesta a ser un pelele, más aún después de alumbrar a la hija de su todavía amante. La reunión de todas ellas en el cuarto de baño del gimnasio en el que se celebra el combate de boxeo con el que se cierra la temporada, muestra a unas mujeres sin reparos –beben, fuman, se drogan y se acuestan con quien quieren- protectoras de su estirpe sin renunciar a los galones que, por méritos propios, se han ganado. Ahí es nada.

El día de los tramposos

Esta cuarta temporada tiene la vendetta como motivo central. Una guerra sin cuartel en la que la capacidad de anticipación de los movimientos del contrario, las posibles alianzas y las debilidades afectivas deciden si Changretta borra el apellido Shelby del registro civil o si los gitanos de Birmingham dejan al payo aceitunado como una escurridera. Las tensiones familiares –recuerden cómo acaba la anterior entrega- , la escalada de violencia, las jugarretas y los engaños entre unos y otros cumplen con las expectativas hasta que llegamos al último episodio. Hasta ahí, nada que reprochar: duelos de gigantes, andanadas verbales, carga ideológica con la aparición de Jesse Eden (Charlie Murphy) y las huelgas organizadas por los comunistas (la serie siempre pegada a la Historia), el cuidadísimo diseño de producción, el vestuario (qué trajes, ¡búsquenme a ese sastre!), el soundtrack con Radiohead o Laura Marling para decirnos que lo que pasaba entonces sigue pasando ahora (la connivencia entre las élites y los despojos sociales)… Todo funciona, funciona incluso esa rima que se establece con el season finale de la temporada 2: aquella acaba con una carrera de caballos y está con un duelo sobre el ring, el deporte como metáfora de lo que acontece, como válvula de escape y como fachada para desarrollar negocios menos nobles. Pero este cierre, lejos de recordar a los de las temporadas 2 o 3, al que más se asemeja es al tramposo final de la inaugural. Veamos.

Es hasta cierto punto lógico que en una historia protagonizada por extorsionadores, asesinos y traficantes, la mentira esté a la orden del día. Es incluso deseable que la serie se embeba de la idiosincrasia tahúr de sus protagonistas. Los giros de guion de Peaky Blinders suelen funcionar porque se derivan de las decisiones íntimas de los personajes: cuando Tommy Shelby decide ‘tangar’ a los suyos no da parte a nadie y no necesitamos verlo. Está bien, es lícito. El problema está cuando nos enseñan una cosa no ya falsa sino directamente imposible. OJO QUE VA UN SPOILER COMO LA CATEDRAL DE SAINT PHILLIP. Me explico: cuando Tom encuentra a Arthur estrangulado en el suelo, David Caffrey, director de los seis episodios, filma una pietà, un motivo visual que implica la muerte de uno de los dos protagonistas. Tanto esa composición como la actitud de Tom indican que, efectivamente, su hermano ha muerto. Puesto que están solos en el vestuario y nadie les observa, no hay necesidad de fingir, ergo Arthur está muerto. A su salida del vestuario, el jefe del clan Shelby se cruza con Polly y le susurra algo al oído que no escuchamos. Acto seguido, se anunciará el fallecimiento, se enviará a Michael Gray (Finn Cole) a Nueva York y se acordará, a través de Audrey Changretta (Brid Brenna), claudicar ante su hijo Luca para evitar más sangre.

Solo dos leves indicios –el cambio de destino de Michael y el bisbiseo oculto de Tom a Polly- nos pueden hacer pensar que nada es lo que parece, aunque la imagen enuncia que hemos presenciado un homicidio. Sin embargo, en la secuencia que clausurará la trama más importante de la temporada, los gatos o las liebres –uno ya no sabe bien qué- empezarán a salir de las chisteras para, flashback mediante, decirnos que todo era mentira, pura estrategia. La solución me parece chabacana –esa moviola facilona; que todo se dirima fuera de campo, en otra latitud, con la participación de individuos a los que no hemos visto por más que la mitología criminal nos los haga reconocibles-, un recurso simplón para dar carpetazo a una temporada que se eleva como una montaña, más aún cuando a la audiencia no se le ofrece ninguna pista, ningún asidero, para que pueda descubrir, aunque sea analizando la secuencia a posteriori, que la solución al enigma estaba en las propias imágenes -tal y como sucede en una película; y perdón por alejarme tanto; como El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999) en la que la sorpresa del twist final nos compromete como espectadores puesto que teníamos los indicios para averiguar lo que sucedía delante de nuestros ojos pero no lo supimos ver.

A pesar de este cierre en falso, Peaky Blinders sigue manteniendo vivo el interés. El casting, el diseño de caracteres, el dominio de las claves del género que posee Knight y la solvencia de Caffrey en la dirección (aunque abuse del ralentí), o el nuevo objetivo que se ha fijado el ‘parlamentario’ Tommy Shelby, son alicientes suficientes como para esperar una quinta temporada que llegará, eso sí, en 2019. Antes, el bueno de Steven tiene mucho curro: la post-producción de su película Serenity, un thriller con Matthew McConaughey y Anne Hataway; el remate del guion de Rio, el siguiente proyecto de Luca Guadagnino con Jake Gyllenhaal y Benedict Cumberbatch, y el estreno de la segunda parte de la trilogía Millenium que está filmando Fede Álvarez con Claire Foy (The Crown) como Lisbeth Salander. Demasiados motivos como para no estar atentos, así que stay tuned.

Regalo de Reyes

Bueno. Venga. Va. Estas son las series ‘a estrenar’ que me llaman la atención (y todo sin salirme de enero de 2018).

-La Peste: thriller histórico dirigido por Alberto Rodríguez que se presentó en el Festival de San Sebastián. Lo estrena Movistar + el 12 de enero (o sea, el próximo viernes).

-Mosaic: uno de mis directores de cabecera, Steven Soderbergh, se embarca en la resolución del asesinato de la escritora de libros infantiles Olivia Lake (Sharon Stone). El 23 de enero en HBO España.

-American Crime History: el asesinato de Gianni Versace: después de reconstruir brillantemente el caso O.J. Simspon, el prolífico Ryan Murphy pone los ojos sobre el homicidio del diseñador. Se estrena en enero en USA y a España llegará de la mano de Netflix (sin fecha). Sí, es la serie en la que a Penélope Cruz le ponen el pelo como a una bayeta de Vileda para hacer de Donatella.

-Electric Dreams. Amazon Prime Video se lanza a una adaptación de relatos de Phillip K. Dick. Diez episodios independientes, con un reparto de campanillas (Bryan Cranston, Steve Buscemi, Anna Paquin,…) que se podrán ver a partir del 12 de enero.

-El Alienista. El 22 de enero se estrena en Estados Unidos, vía TNT, la adaptación de la novela de Caleb Carr protagonizada por Luke Evans. Un thriller ambientado en el siglo XVIII con Carey Fukunaga a los mandos que a España llegará de la mano de Netflix (sin fecha aún).

Y lo dejó en este póker de estrenos (si quieren más aquí les dejo un bonito enlace de los compañeros de El Mundo), porque no hemos ni siquiera mencionado los regresos de Jessica Jones, Westworld, The Americans o Veep… Ya habrá tiempo para hablar de ellas con detenimiento.

Salud y mucho Omeprazol (o Almax si ya he llegado tarde).

 

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