El poeta cubano Heberto Padilla

El poeta cubano Heberto Padilla

A la intemperie

'El caso Padilla': la autocrítica forzada que destrozó al poeta

Un documental recrea el caso del poeta cubano, que en 1971 fue obligado por el castrismo a inculparse como contrarrevolucionario y delatar a sus colegas

24 mayo, 2023 02:28

A principios de marzo pasado escribí aquí mismo sobre el “caso” del poeta Padilla en Cuba. Hablé del documental terrible que había visto, obra de Pavel Giroud, sobre la confesión del poeta como traidor a la Revolución Cubana, impactado por las secuencias que durante hora y media convierten a Padilla en un actor fantástico, entregado a su labor dramática de crear un ambiente verdaderamente hipnótico con su monólogo. Su secreto objetivo en escena, aunque evidente para los avisados, era convencer al mundo de que en Cuba el castrismo estaba haciendo juicios semejantes a los que el estalinismo llevó a cabo contra las libertades en la Unión Soviética. Lo consiguió.

Esta nota de hoy viene porque he visto de nuevo el documental, titulado El caso Padilla, que se estrenará en Barcelona el 5 de junio próximo, y tengo para mí que es interesante escribir una vez más sobre Padilla y su “caso” para que se animen a ir a ver la obra de Pavel Giroud, un documento histórico de primera mano, imprescindible para Cuba, para toda América y el mundo entero.

Mis reflexiones no han variado nada con esta revisita al documental. Veo de nuevo a Padilla entregado a su drama y salen a relucir más preguntas sobre el terrible “caso”. Una: ¿Sabía el poeta que se estaba jugando la vida y la de sus amigos al “confesar” cosas que no pensaba sólo para dar dramatismo teatral a aquel episodio execrable? ¿Pensaba el poeta que en el momento de su autodenuncia se estaba poniendo la soga al cuello y se la estaba poniendo además a sus amigos también poetas? Años más tarde del "caso", en el Congreso que se llevó a cabo en Valencia como homenaje al Congreso Antifascista de 1937, el poeta Pablo Armando Fernández, que nunca se fue de Cuba, me confesó lo siguiente: “Estoy seguro de que podían habernos fusilado”.

Dos: ¿Quería Fidel Castro fusilar a sus poetas o sólo ofrecer aquel escarmiento lamentable al pueblo cubano para que todo el mundo en Cuba supiera lo que pasaba en su régimen con los niños malos y rebeldes a su política? ¿Esperaba Fidel Castro que aquella broma macabra se convirtiera en la vergüenza más grande de los años más siniestros de su régimen y que de ello se enterara el mundo entero?

Quienes se fueron de Cuba de todos los nombrados por Padilla fueron Manuel Díaz Martínez y Norberto Fuentes, el aguafiestas de la noche porque al desmentir a Padilla rompió el juego teatral del poeta y liquidó el guion previamente pactado con el régimen, provocando un ataque de ira del propio Fidel Castro.

Antón Arrufat, dramaturgo, gay en los peores momentos del castrismo, Pablo Armando Fernández y César López pasaron al ostracismo y al silencio durante años, hasta que vino el perdón del sátrapa y les concedieron condecoraciones y premios de máxima altura, exactamente lo mismo que pasaba en mi tiempo en el colegio de los jesuitas con los que se portaban mal dentro y fuera de clase. No se olviden ahora de que Fidel y Raúl Castro recibieron sus primeras enseñanzas en el Colegio de los Jesuitas de Belén, que nacieron fuera del matrimonio y vivieron los primeros años de su vida en un rincón de la finca de don Ángel Castro, el padre de estos Castro, hasta que fueron los jesuitas los que obligaron al viejo a “naturalizar” a Fidel y a Raúl y a darles los apellidos, además de tomar todos los santos sacramentos de la Iglesia Católica de la que hasta entonces estaban al margen.

Podría escribir un libro entero de mis conversaciones interminables con Padilla y confieso que hay bastantes archivos guardados sobre este asunto y mi gran amistad con el poeta cubano. En Inventarios Provisionales edité uno de sus libros de poemas y en Argos Vergara, años más tarde, su novela En mi jardín pastan los héroes —cuyo original buscaron la gente del G2 en Cuba durante meses como testimonio de la traición del poeta— y las memorias del poeta tituladas de forma satírica (o irónica) La mala memoria.

Muchos de los archivos que guardo para el segundo tomo de mis memorias, que no se van a titular La buena memoria ni mucho menos, son descriptivas de lo que allí en Cuba pasó con Padilla después del juicio, del “caso”, y de lo que tristemente pasó con el poeta una vez que obtuvo la libertad. Nunca más escribió un poema con el que el propio poeta estuviera de acuerdo. Nunca más volvió a ser aquel Padilla triunfante, arrogante, agresivo, vivo, brillante, hipnótico, genial. Su “caso” lo destrozó. Como dicen en Cuba, “lo quebró”, y Padilla murió poco a poco en vida, repudiado por las izquierdas del mundo, que seguían creyendo en la superstición castrista, y por las derechas, que lo veían como un sospechoso todavía adscrito al régimen de Fidel con el que había colaborado durante bastantes años antes de que estallara, en las mismas manos del poeta, la bomba de su “caso”.

Se cumplía así, una vez más, el adagio de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes que decía que los más brillantes escritores de Cuba habían escrito sus mejores libros dentro de la Isla y perdían la magia y los mecanismos de la escritura una vez que se iban de Cuba, se exiliaban o los exiliaban. Claro que todo esto son mis reflexiones, todas discutibles, pero basadas en argumentos y en mi propia experiencia y cercanía con los poetas cubanos involucrados en el “caso”.

Gabriel García Márquez. Foto: L. M. Palomares

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