Ernest Hemingway, cazando un león durante un safari en 1934. / Biblioteca John F. Kennedy

Ernest Hemingway, cazando un león durante un safari en 1934. / Biblioteca John F. Kennedy

A la intemperie

Leones en el Serengueti

Para los escritores de antes, los Faulkner y los Hemingway, escribir todos los días, aunque fuera un simple folio, era matar un león

18 mayo, 2022 03:20

Dicen los que saben que los leones que nacen en el Serengueti no salen de su territorio. Viven en su tierra nomadeando a través de su desierto y de los bosques de su parque nacional, y son los dueños del tiempo y el espacio. Dicen que terminan por conocer cada celemín de tierra y la hora exacta en que las migraciones anuales de ñúes pueblan de repente su parte del mundo y ahí se inicia la guerra de costumbre. Pero, en fin, me quedo con la tesis de que los leones no salen del Serengueti en toda su vida, sino que van de un lugar a otro de ese inmenso espacio y ahí viven todas sus aventuras de supervivencia, todas las vidas que defienden y todos los nacimientos que pide la especie para perpetuarse.

Creo que uno de los mejores cuentos que escribió Ernest Hemingway tiene relación con los leones. El cuento se titula La vida breve y feliz de Francis Macomber. El argumento es el que sigue: todas las mañanas, un cazador se viste, se prepara y se hace con su rifle de matar par ir a la selva a cazar un león. El narrador relata el miedo que todos esos días de su vida siente el cazador cada vez que se está preparando para ir a cazar al león. Miedo y pánico. Pánico y miedo porque sabe que el león no le dará, al encontrarse cara a cara, más que una oportunidad de matarlo.

Si no da en el clavo, el cazador puede darse por muerto porque el león lo despedazará con la fiereza de sus garras y su dentadura mortal. Hay que ir de frente, con confianza y con la certidumbre de darle al león un único disparo entre los ojos y dejarlo muerto a pocos pasos. No se puede fallar. Es una lucha a muerte, no hay primera sangre y la vida y la muerte se suceden en un segundo de tiempo.

Eso tienen los leones, y también los leones que no salen del Serengueti: son muy celosos de sus propias vidas y están preparados para defenderse como ningún otro animal de la tierra.

A Gabriel García Márquez le gustaba mucho este cuento de Hemingway y afirmaba que era el mejor cuento del Nobel norteamericano, que -sea dicho de paso- escribió muy buenos cuentos. Como Faulkner, cuyo mejor cuento en mi criterio de lector y escritor se titula El oso y tiene que ver también con la supervivencia, la cacería y todo ese mundo salvaje que enfrenta al hombre con el animal.

Ahora se cuela cualquiera a la escritura simple y cree ese cualquiera que está escribiendo un poema, un relato o una novela

García Márquez confirmaba que el cuento de Hemingway le parecía una metáfora del escritor, que todas las mañanas se levanta a escribir como el cazador se levanta a cazar. El escritor está, como el cazador, lleno de miedo porque no sabe con qué se va a encontrar cuando se pone a escribir, pero sabe que tiene que escribir y que no puede fallar, que tiene que darle el tiro al león en el centro de la frente y borrarle la mirada del Serengueti para siempre. El escritor entra en su Serengueti, la escritura literaria de todos los días, con el miedo a todo aquello con lo que todavía no sabe que se va a encontrar y que constituye su propia existencia, su supervivencia y su pasión única en el momento de enfrentarse al león de la escritura.

No sé si todos los escritores de hoy, también fáciles casi todos y tan locos por el comercio y la fama, saben de estos pesares de los que habla García Márquez, y de los que tanto supieron los escritores de antes, los Faulkner y los Hemingway incluidos. Porque para ellos escribir todos los días, aunque fuera un simple folio, era matar un león y sentirse siempre dueños del territorio de su Serengueti, esa cosa que seguimos llamando algunos escritores la escritura literaria. Porque una cosa es redactar y hasta escribir y otra muy distinta es la escritura literaria, la que provoca miedo y al mismo tiempo placer al cazador de palabras que hay siempre en un escritor literario.

Hoy ya no hay filtros de calidad como los que existieron hasta hace unos años. Ahora se cuela cualquiera a la escritura simple y cree ese cualquiera que está escribiendo un poema, un relato o una novela, sin darse cuenta de que lo que tiene delante y por descubrir, en el caso de que descubra la escritura literaria, es matar un león. No sienten miedo, emoción, pánico, pasión. No sudan, no corren, no sufren, no sienten placer, sólo se miran al espejo a ver si siguen siendo tan bonitos e inteligentes como cuando ayer le dijeron a sus amigos que estaban escribiendo un relato, un cuento, un poema o una novela. Lo mismo da que da lo mismo.

A mí me sigue pasando después de más de cincuenta años de escritura literaria lo que a Francis Macomber al levantarse por la mañana para ir a cazar un león. Hay que estar preparados como el cazador por si el león aparece. Ese enfrentamiento en el Serengueti me llena de vida, ilusión, miedo, a veces pavor, pero siempre pasión, una pasión irreductible que es parecida al vértigo que sienten los cazadores ante el león.

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