El librero Pedro Yanes, el poeta Heberto Padilla y el escritor Reinaldo Arenas en la librería Las Américas tras la presentación del libro 'Las naves quemadas', de J. J. Armas Marcelo

El librero Pedro Yanes, el poeta Heberto Padilla y el escritor Reinaldo Arenas en la librería Las Américas tras la presentación del libro 'Las naves quemadas', de J. J. Armas Marcelo Archivo de Pedro Yanes

A la intemperie

Un millón de libros

El librero cubano Pedro Yanes era un líder intelectual, viejo librero, que conocía a todo el mundo y todo el mundo lo conocía a él

5 enero, 2022 01:42

Como todas las navidades, hace unos días recibí desde Miami City la llamada telefónica de felicitación de mi amigo de tantos años Pedro Yanes, librero cubano de Sagua la Grande. Yanes fue socio de Germán Sánchez Ruipérez y los dos levantaron en Manhattan una librería mítica, Las Américas, que -según la leyenda- contenía en sus almacenes más de un millón de libros. Además, publicaban bajo ese nombre -Las Américas- libros y libros de todo género, inundaban el mercado americano y sus universidades con libros editados en español y se convirtieron en los primeros vendedores de libros en español en todos los Estados Unidos.

Entonces, Pedro Yanes era un líder intelectual, viejo librero, que conocía a todo el mundo y todo el mundo lo conocía a él, y en las dependencias de Las Américas, en la Unión Square de Manhattan, se reunían con frecuencia profesores, escritores, poetas perdidos en Nueva York y llegados de todos los países de América Latina. Allí, con Pedro Yanes, tenían su asiento caliente y su conversación, su charla literaria y política, de modo que Las Américas se convirtió en punto de encuentro y academia popular de la literatura de lengua española enNueva York.

En la primavera de 1982 se presentó allí, en Las Américas, mi novela Las naves quemadas, que había publicado Carlos Barral en la Bibliotheca del Fénice, "la Fénice" para los amigos. La novela la presentaron Guillermo Cabrera Infante, lleno de humoroso humor, como siempre, y Heberto Padilla, el poeta del "caso" que lleva su nombre. Y allí estuvieron un rato Francisco Ayala y Juan Benet, entre otros escritores y profesores. Fue un acto afectuoso, con muchísima gente latina alrededor, un acto inolvidable para mí que llenó la librería Las Américas y nos dejó para siempre un gratísimo recuerdo de aquel momento. Estoy seguro que ese acto colaboró mucho a que la editorial Avon Books se interesara por la novela y la publicará en Nueva York en inglés dos años más tarde. Nada de eso lo habrá conseguido sin Pedro Yanes, aquel entusiasta y divertido cubano cuyas iniciativas delirantes se convertían en brillantes realidades en la librería de un millón de libros.

Yanes tenía un amigo especial, el Chino Esquivel, cubano que había sido en tiempos de Fulgencio Batista el chófer del estudiante Fidel Castro cuando éste hacía sus primeros pinitos políticos y se le tenía por muchacho de gatillo fácil. Muchos años después de triunfar la Revolución, vueltas muchas de las aguas a su cauce, Yanes y Esquivel recordarían los días primeros de La Habana con Fidel Castro, los mismos días en los que ellos dos salieron de Cuba con lo puesto, avisados por algunos amigos del furor terrible de Fifo.

Esquivel volvió tras más de treinta años a Cuba con permiso de Fidel Castro, que lo llamó a La Coronela para sostener una conversación llena de recuerdos y memorias. Hablaron Castro y Esquivel de los viejos tiempos durante horas y, al final, el dictador le preguntó al Chino qué cuánto le había quedado de pensión en Estados Unidos. El chino le contestó que unos tres mil dólares al mes. Entonces, Castro, exultante, le dijo que con ese dinero en La Habana llevaría una vida de millonario. Y lo invitó a quedarse. El Chino, sorprendido, le dijo a Castro que lo iba a pensar durante unos días. Cuando salió de La Coronela llamó a Pedro Yanes a Miami y le contó lo que estaba sucediendo. "Sal de ahí inmediatamente, ese te va a hacer pagar todo lo que has dicho en Miami sobre él en estos años", le gritó Yanes una y otra vez, y el Chino Esquivel se fue de La Habana para siempre.

Esa era una de las historias que más le gustaba contar a Pedro Yanes, que todo el día sigue revolviendo en su memoria las miles de anécdotas y episodios que ha vivido en Cuba, cuando era periodista en tiempos de Batista, y después, como librero en Nueva York. Una vez, de las muchas que vino a España, llegó convencido para abrir una librería en Madrid, "en el centro de Madrid", como él decía, un proyecto delirante más porque en ese momento estaban cerrado librerías en todas las ciudades de España y el mercado del libro no respondía a ninguna de las expectativas de Pedro Yanes. De modo que, finalmente, el proyecto no se hizo. Luego vinieron tiempos peores y hubo que quitarse de encima Las Américas y su millón de libros. Dice la leyenda que entonces apareció un mago de libros, el editor Abelardo Linares, dueño y director de la editorial Renacimiento de Sevilla, que compró el millón de libros y se los trajo a España para venderlos. Otra delirante y aventurera historia que, según las trazas legendarias, esta vez salió bien.

El viejo Yanes y yo recordábamos por teléfono, muchos de la risa, algunos de esos episodios que él ya me había contado y otros que vivimos juntos en ferias del libro por ciudades americanas y latinoamericanas, y que forman parte de mis propias memorias. Cada vez que echo el cuento, alguien me dice que estoy exagerando el número de libros y yo se lo comento a Yanes, que se ríe por teléfono y siempre me comenta lo mismo. "Son unos ignorantes, había muchos más libros que un millón y los compró todos Abelardo", me dice. En fin, historias de las que ya no hay, sobre todo porque el tiempo pasa y ya no hay héroes como los de de antes ni las aventuras son las mismas, ni la imaginación quiere ya el poder para nada. Ya saben, a mí me sigue gustando mucho más el cine en blanco y negro que los colorines de ahora y por eso cuento alguna película histórica de vez en cuando, como la que acabo de terminar de narrarles hoy a ustedes.

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