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A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Galdós en el Retiro

10 julio, 2019 13:20

La escultura de Macho sigue intacta: Galdós viendo pasar el tiempo en los jardines de El Retiro, junto a La Rosaleda. El sábado pasado tuvimos allí, junto a la escultura, un acto simbólico de homenaje perenne: la singular presentación en Madrid, junto a Galdós, de la novela de Santiago Gil, El gran amor de Galdós, una historia silenciada y secreta que fue el punto de partida para que Benito, entonces, se convirtiera después en Don Benito, un gran novelista. Después, en un acto de hermandad muy emotivo, tuvo lugar la fundación de la Gran Orden Galdosiana y se nombró a José Esteban Gonzalo, un gran galdosiano de siempre (y no como lo de ahora, que se hacen a toda carrera para participar del Centenario inmediato...) y al resto de la directiva fundadora. 

Una reflexión: Galdós, durante bastante tiempo, fue tratado por cierta élite literaria española despectivamente. Era más escritor y tenía más personalidad que sus detractores, mucha más obra escrita y de mayor trascendencia que los que lo negaban como escritor. En vida no fue así: tras el estreno teatral de Electra, salió a hombros de teatro por las calles de Madrid. Ya estaba casi ciego, pero sintió aquella apoteosis. Mientras tanto, sus detractores, también en vida, le llamaban "Garbancero". Los que no saben, y hablan más de la cuenta (esos bichos y bichas que pululan por los barrios de la literatura jadeando un lugar en el mundo que no se han ganado en ningún momento), lo llamaban "Garbancero" creyendo que eso era porque le gustaban los garbanzos (que le gustaban) y escribía nada más que por tener dinero.

No sabían que el nombre le venía de Valle-Inclán que, en su sarcasmo intelectual, dijo en cierta ocasión que las novelas de Galdós olían demasiado a garbanzos. 

Segunda reflexión: después de su muerte, pasados los tiempos del recuerdo, Galdós fue olvidado por la mayoría de la sociedad española, aunque seguía siendo leído y publicado por una minoría fiel que conocía, precisamente por esas lecturas, de la intemporalidad de sus escritos. En su tierra nativa, de la que nunca se despreocupó (hay cartas que constatan mi afirmación), fue rechazado y despreciado y sólo pudo abrirse su casa-natal como museo casi al final de los años 60 del siglo pasado, con la expresa prohibición de entrar en esa casa por parte del Doctor Pildain Zapiain, obispo de Canarias, nacionalista vasco y hombre raro. Si no hubiera sido por la intervención, el tesón inteligente y la voluntad indoblegable de Alfonso Armas Ayala, a lo peor todavía estaríamos esperando a que se abriera aquella casa que hoy, años después, es uno de los más grandes tesoros literarias que guarda la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

Tercera reflexión: ahora los galdosianos brillarán, en los próximos meses por miles, todos habrán sido galdosianos de toda la vida, todos habrán leído a Galdós y todos serán llamados a calmar sus malas conciencias intelectuales y políticas al participar en los festejos de su centenario. Sin olvidar que, en Madrid, cuando lo presentaron a la Real Academia, lo rechazaron la primera vez y tuvo que ser la autoridad de Menéndez y Pelayo la que interviniera para colocar las cosas en su lugar; Menéndez y Pelayo, cuya escultura en piedra en la Biblioteca Nacional se empeñó en eliminar, dizque por machista y reaccionario, la feniloca Rosa Regás, el bluff más grande de la literatura española en los últimos cincuenta años, que llegó a ser director de la Biblioteca Nacional, la cuarta del mundo, por las influencias caprichosas, políticas y nefastas de aquella señora llamada María Teresa Fernández de la Vega. Galdós tenía y tiene razón: todo sigue igual en las pestilentes élites españolas. Sic transit gloria mundi.

El gran amor de Galdós: adquiéranlo en cualquier librería y leánla. No es sólo una novela de Santiago Gil, que camina con trazas de convertirse en gran novelista (como Alexis Ravelo, Anelio Rodríguez Concepción, González Déniz, Allen, Nicolás Melini y algunos otros novelistas insulares), sino una gran reflexión sobre la vida del novelista más importante de España desde Cervantes. Sí, ahora todos quieren seguir "el camino de Galdós", pero casi todos desconocen los escollos, los obstáculos y los sacrificios que Benito tuvo que sufrir para transformarse con los años en Don Benito. El gran amor de Galdós trae a la actualidad un suceso singular y lamentable que, sin embargo, fue el detonante para que el joven Galdós, tal vez contra su voluntad, fuera destinado por su familia a Madrid, para estudiar Derecho, disciplina y vocación que nunca sintió. Así ocurren las cosas en la vida de los hombres extraordinarios: no sólo no hay mal que por bien no venga, sino bien que mal no traiga. Sí, Galdós: entre otros, Umbral y Benet, ¡qué sincronicidades tiene la vida!, cayeron sobra la obra de Galdós para deshacerla en periódicos, declaraciones y conferencias. ¡Ah!, pero la vida es una maravilla, aunque el mundo sea una gran mierda. Y a veces, la vida, la inmensa y maravillosa vida, le gana al mundo, esa excrecencia en la que no nos queda más remedio que vivir luchando para que no nos contamine demasiado.

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