A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

El hijo del falangista

2 enero, 2019 11:16
Debi Mazar interpreta a una desatada Ava Gardner en la serie de Paco León, <em>Arde Madrid</em>

Debi Mazar interpreta a una desatada Ava Gardner en la serie de Paco León, Arde Madrid

Veo de cuando en vez algunos episodios de la serie televisiva Arde Madrid.  A veces me divierten algunas ocurrencias de los personajes y estereotipos que aparecen y desaparecen de escena y veo que la leyenda de Ava en Madrid es inmortal. Todo el mundo la conoció, todo el mundo asistió a algunas de sus fiestas, todo el mundo tuvo que saludar a Perón o a Isabelita, todo el mundo supo del cadáver momificado de Evita. En fin, se podía haber hecho una serie mucho mejor, con un conocimiento mucho más certero de los personajes y con una Ava superior a la que intenta, inútilmente, alcanzar a la diva en su propio papel.

Una vez conocí a un mal escritor que lo primero que me dijo durante una noche en el Oliver, rodeados de humo, carcajadas y alcohol, es que su padre había conocido a Ava Gardner y que se había acostado con ella. Luego supe que ese mismo escritor, un traidorzuelo de poca monta, un ganapán buscón de la fama, se lo contaba a todo el mundo nada más conocerlo. La primera vez que me lo contó pude contener la carcajada e hice como que me lo creía. Total, incluso el Fary, que entonces era un taxista frente al Pasapoga de la Gran Vía, decía que se había acostado con la Señora.

La segunda vez que me lo contó le puso más entusiasmo que la primera. Se había olvidado de que ya me lo había contado. Empezó a darme datos, pelos y señales, para que no dudara en ningún momento que lo que contaba de su padre y Ava era verdad. No iba a ser su padre menos que el torero Dominguín. El asunto esta vez cambiaba, porque no lo contaba el Torero, el protagonista, sino el hijo del protagonista, un periodista fascista del Arriba al servicio del franquismo más adicto y flamante. Ese, el periodista del Arriba era esta vez el protagonista y su hijo, un pésimo escritor, un busca fama, lo contaba a todo el que lo quería escuchar. Así como el falangista se hizo falangista en su época por prestigio y respeto, los hijos del falangista, como tantos otros hijos de falangistas, se hicieron del PCE cuando ser del Partido significaba respeto y prestigio, gente distinta con una superioridad moral que se creían a pie juntillas. Eran "comunistas" exactamente igual que yo era Arzobispo de Manila, de tal manera que cuando Felipe González apareció por el horizonte se lanzaron todos al agua del socialismo pidiendo un puesto en el cielo que se acercaba en lontananza. Además de repetir como una cotorra venezolana lo de su padre y Ava Gardner, el pésimo escritor repetía en aquella época que Eduardo Sotillos le había arrebatado a última hora un gran privilegio: ser portavoz del primer gobierno de Felipe González, ni más ni menos. Como era natural en su "bonhomía" despotricaba de Sotillos y de los "trileros" (así los llamaba) Felipe González y Alfonso Guerra. Era un perillán sin casta ni clase que ambicionaba ser tenido en cuenta como un gran escritor, tipo Faulkner en Hollywood. El hijo del falangista iba siempre acompañado por un tipo feo, con el pelo revuelto, mal vestido y con una pinta de sucio que no podía con ella. Este personaje secuencia era todavía más pícaro y ganapán que el pésimo escritor y cuando el hijo del falangista contaba las proezas eróticas de su padre, él añadía detalles sutiles (o eso es lo que él creía) que hacía más hilarante la historia cuando se pretendía lo contrario. Se llamaba Figuerido o Figueroa o algo así, no lo recuerdo bien, y tenía una vez de gallina clueca, insoportable en las frases largas, y era completamente analfabeto en cuestiones literarias.

Un día, como para confirmar que era verdad que su padre se había acostado con Ava Gardner, la leyenda de Madrid en aquella temporada del franquismo, el pésimo escritor lo trajo al Hotel Miguel Ángel para que yo lo conociera. No era nada del otro mundo, pero había un elemento de la prepotencia de otros tiempos que el falangista quería sin conseguirlo convertirla en elegancia física. Un chulito falangista de pistola de la primera época asesina, eso era. Y eso le quedaba. Eso y la leyenda de Ava de la que en la reunión, como un "caballero", no soltó prenda. Yo me miraba a mí mismo y miraba aquella ordinariez moral del padre y del hijo y me preguntaba qué hacía yo en medio de dos caballistas tan propios de la picaresca del franquismo.

No he podido evitar convertir al pésimo escritor y a su padre en una de las historias de mi novela, en progreso de escritura, Las noches del Oliver, un relato de los años últimos del franquismo, del periodismo ramplón de la época en la que cada uno de los periodistas de medio pelo que conocí tenía su coartada para entrar en la eterna heroicidad de España. El pésimo escritor tenía la suya. Y su padre, en fin, la gloria del embuste de haberse acostado con Ava Gardner.

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