Ichiban Kasuga y su elaborado tatuaje que lo identifica como miembro de la yakuza

Ichiban Kasuga y su elaborado tatuaje que lo identifica como miembro de la yakuza

Videojuegos

'Yakuza: Like a Dragon', en los márgenes

La última entrega de la saga policíaca de Sega funciona a modo de reinicio, con cambios jugables, un nuevo protagonista, Kasuga Ichiban, y una nueva ciudad: Yokohama

22 marzo, 2021 09:15

Ichiban Kasuga es un joven yakuza que trata de ganarse la aprobación del patriarca de la familia Arakawa, que un día le pide cargar con el asesinato de un oficial de otra familia. Ichiban accede, deseoso de saldar la deuda que contrajo con Arakawa al salvarle de las calles en su juventud, y pasa los próximos dieciocho años en prisión. Sin embargo, a la salida, en vez del recibimiento triunfal que lleva lustros imaginando, se topa con que nadie le espera. Todos parecen haberle olvidado, salvo un ex detective que le pide ayuda para esclarecer casos de corrupción en las más altas esferas policiales y que le pone al corriente de la situación.

Tras su encarcelamiento, el hijo de Masumi Arakawa murió y poco después el patriarca traicionó al Clan Tojo, expulsando a todos los yakuza de Tokio de su territorio y creando un vacío de poder que la Alianza Omi, de la región de Kansai, aprovechó para suplantarlos. Ichiban, incapaz de asimilar la traición de su jefe, interrumpe una cena con los patriarcas más veteranos y le exige una explicación a Arakawa, que le responde con un disparo. Días más tarde, Ichiban se despierta en el distrito de Isezaki Ijincho, en Yokohama, el único reducto fuera del alcance de los Omi gracias al muro creado por el equilibrio de poder de las feroces mafias autóctonas: el Liumang chino, el Geomijul coreano y el clan Seryu japonés. Un misterioso billete falso en su bolsillo encarna la única pista para esclarecer los dramáticos acontecimientos durante su larga estancia en prisión y la traición de su patriarca.

Alianzas tácticas

Yakuza: Like a Dragon abraza con entusiasmo su identidad como juego de rol, no solo transformando el sistema de combate a uno por turnos –más propio del género– sino tomándose todo el tiempo del mundo para hilvanar un relato complejo, repleto de vericuetos, con múltiples piezas en movimiento y una larga ristra de personajes cuyos pasados se entrecruzan de las maneras más sorprendentes y que siempre operan a varios niveles, moviéndose por una sinuosa senda de alianzas tácticas y lealtades escondidas. Es un relato apasionante que bebe de la historiada tradición de la novela negra japonesa y las películas ninkyo, con detectives quijotescos, siempre ajados, que tratan de sortear las trampas del sistema para llegar a la verdad. Sin embargo, lo que diferencia a Like a Dragon de otras entregas de la serie es su fortísima crítica social. El juego funciona en muchos aspectos como un espejo que los propios desarrolladores han puesto frente al tejido social del país y que no deja títere con cabeza: el negocio de las residencias de ancianos en una población envejecida, el racismo inherente en el trato a los inmigrantes, la exclusión sistemática de las personas sin hogar, la hipocresía de los códigos de la yakuza y, sobre todo, la corrupción y la miseria moral de una clase política cuya codicia no conoce límites.

Gran parte de la trama del juego gira en torno a las denominadas “zonas grises”, reductos urbanos que se escapan a la legalidad vigente con todo tipo de tretas y que sirven para ejercer actividades, en teoría perseguidas, como la prostitución en los soaplands. Un grupo de presión ciudadano que obedece al nombre de Bleach Japan (en inglés en el original) está determinado a expulsar a los negocios de mala reputación y sanear los centros de lo que consideran una perversión moral de la sociedad. Las manifestaciones, en un principio pacíficas, se revelan de manera paulatina como una forma de acosar a los colectivos más vulnerables, los que tienen la desgracia de caerse por las grietas de la rígida estructura socioeconómica, en una andanada populista que políticos enfermos de ambición saben manipular a su antojo y a los que el juego somete a una crítica demoledora.

El juego funciona como un espejo que los desarrolladores han puesto frente al tejido social del país y que no deja títere con cabeza

Aunque Kasuga es el protagonista indiscutible, al adoptar la estructura de un juego de rol (incluso con menciones expresas al fenómeno Dragon Quest) el grupo de amigos que va conformando adquiere mucha importancia, y ahí radica la que quizá sea la faceta más brillante del juego. Conforme las relaciones con los demás personajes se van afianzando, se van desbloqueando largas conversaciones en el bar predilecto del grupo, un lugar acogedor al más puro estilo lounge japonés, con sus vinilos de jazz suave y sus exclusivas botellas de whisky. Estas conversaciones están escritas con una sensibilidad exquisita, y permiten de manera natural, recurriendo en ocasiones a una ironía amable, profundizar en los personajes al margen de la trama principal, lo que termina por definirlos más allá del momento en el que se vieron atrapados en el vórtice de acontecimientos que genera Ichiban. Al completar todas estas subtramas opcionales, el grupo acaba resultando una unidad cohesionada capaz de enfrentarse a la violenta conflagración de los poderes fácticos de Japón que sucede en el clímax.

Yakuza: Like a Dragon es un relato sobre aquellos que perviven en los márgenes, maltratados por la vida, repudiados por la sociedad, que arrastran a lo largo de los años un dolor inenarrable. La vocación por el melodrama es clara, pero los guionistas han sabido aliviar la tensión con arriesgados cambios tonales que no tienen reparos a la hora de introducir un humor marcadamente oriental, en ocasiones tan absurdo como excesivo, que sin embargo conecta con la raigambre de la identidad nipona y consigue traspasar la innegable distancia cultural al ser siempre muy autoconsciente. Un nuevo comienzo que demuestra la desbordante humanidad que encierran los relatos del inframundo allá donde extiendan sus dominios.

@borjavserrano