Félix de la Concha en su exposición

Félix de la Concha en su exposición

Exposiciones

Las Torres Blancas, la mole vertical que une a C. Tangana, Jim Jarmusch y Félix de la Concha

El artista presenta en la Galería Fernández-Braso una serie de pinturas que representan el icónico edificio del arquitecto Javier Sáenz de Oíza

28 marzo, 2022 02:13

El edificio conocido como Torres Blancas fue un encargo que el empresario Juan Huarte le hizo a Javier Sáenz de Oíza. A cambio de su trabajo el arquitecto recibió uno de los lujosos dúplex de un bloque que se inauguró en 1968 no sin suscitar polémica. Sus volúmenes y curvaturas sorprendieron como también lo hizo otro de sus trabajos: el Ruedo de la M-30, apodado como la cárcel. Con el tiempo, esta mole vertical de hormigón se ha convertido en un icono arquitectónico que muchos conocen, aunque solo sea su exterior. Su interior, por el contrario, lo hemos podido ver recientemente en el videoclip de 'Los tontos' de C. Tangana y su fachada formó parte de la película The Limits of Control (2009) de Jim Jarmusch. También ha llamado la atención de Félix de la Concha (León, 1962), pintor que le ha dedicado una serie de pinturas que se exponen en la Galería Fernández-Braso bajo el título Torres Blancas. After Fallingwater

Torres Blancas, desde el interior

¿Qué tiene este edificio que atrae la mirada de artistas de diferentes disciplinas? “Igual que la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright fue influencia para Sáenz de Oíza, este ejerce inspiración en las generaciones nuevas de arquitectos”, apunta De la Concha. El pintor accedió por primera vez a su interior durante una visita guiada por Rafael Moneo (fue discípulo del autor de las torres) con motivo del centenario de Sáenz de Oíza. “Me presentaron al presidente de la comunidad, le conté que había pintado la Casa de la Cascada de Wright y este me invitó a hacer lo mismo”, recuerda el pintor.

Vista de la exposición en la galería Fernández-Braso

Vista de la exposición en la galería Fernández-Braso

En aquel momento De la Concha estaba involucrado en otro proyecto que tenía que haberse expuesto en el Lázaro Galdiano, después se metió de lleno en Ropa tendida, serie que hemos podido ver en la última edición de ARCO, y luego llegó el traspiés de la pandemia. Una vez salimos del confinamiento Félix de la Concha se plantó frente a las Torres Blancas con un caballete y un lienzo y pintó una vista exterior con un árbol: le gustaba “la simbología de Oíza y cómo concibe el edificio como un tronco con su copa”, apunta. Para entonces, habían cambiado de presidenta pero esta le dio todas las facilidades para acceder a su interior. “Podía dejar allí las cosas y gracias a eso pude pintar el interior del portal”, comenta. 

Félix de la Concha presenta una serie de pinturas en las que vemos las Torres Blancas desde diferentes perspectivas. A raíz de aquella primera vista, el pintor empezó a variar las distancias. “Si en este grupo de pinturas prima la verticalidad que impone la propia torre, en otros que recogen vistas parciales del exterior del edificio, el artista ha dado todo el protagonismo a las formas circulares de las terrazas”, escribe la comisaria María Escribano en el catálogo. 

Tras la primera vista exterior y una vez concluidos las escenas interiores, en las que vemos distintas perspectivas del portal, desde la entrada a las barandillas, Félix de la Concha se atrevió con la panorámica de la terraza. En esta vista se detuvo durante varios meses; desde el cierre de la temporada de la piscina hasta su reapertura en verano. “Quería hacer un recorrido de luces continuo y quería plantearlo como una evolución de la luz”, manifiesta. Por eso, cada tabla de este cuadro presenta una tonalidad de azul en su cielo. La razón es sencilla: cada día es diferente. También se debe a que a Félix de la Concha le gusta que “se note el artificio de cómo la realidad no es única y hay variaciones cada día”. Siempre subía a la terraza a la misma hora, hacia el atardecer, incluso cuando soplaba un fuerte viento que le impedía avanzar. 

Vista de la exposición en la que vemos una pintura del interior del edificio

Vista de la exposición en la que vemos una pintura del interior del edificio

Una de las características de la pintura de Félix de la Concha, que en 1989 recibió una beca para pintar en la Academia de España en Roma, donde aprendió a explorar conceptos como el tiempo, es que se trata de una arquitectura habitada pero despojada de vida humana. El artista asegura que se trata de algo que le sucede “intuitivamente” porque su obra “recrea unos tiempos determinados en los que el movimiento de la gente sería anecdótico”. Sin embargo, en esta serie vemos al portero de la finca porque “estaba dentro de mis tiempos, me demoro días y meses y él siempre estaba ahí”. En este caso, el portero se convirtió en un "elemento esencial”. 

Conexiones entre Sáenz de Oíza y Frank Lloyd Wright

Es cierto que la arquitectura es una fuente inagotable de inspiración para Félix de la Concha. El pintor sostiene que todo es arquitectura, incluso cuando se sumerge en la serie Ropa tendida en la que vemos tendederos de los que cuelgan prendas de vestir. “Me gusta pintar en los barrios donde vivo. No voy con una idea preconcebida”, asegura. Esta influencia se ve en otra serie a la que hace alusión en el mismo título de la exposición: la Casa de la Cascada de Pensilvania, una de las arquitecturas contemporáneas más conocidas, icónicas, visitadas y fotografiadas.  

Dos de las pinturas de la serie dedicada a la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright

Dos de las pinturas de la serie dedicada a la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright

Fue la directora de la Western Pennsylvania Conservancy (institución a la que pertenece la casa después de que la familia Kauffman la donara) quien contactó con el pintor y le invitó a “explorar la posibilidad de hacer un proyecto” en torno a este emblemático lugar. “Inicialmente pensé que era un edificio tan icónico que me daba coraje porque suelo pintar cosas muy prosaicas. En aquel momento, además, estaba pintando un tráiler abandonado y destrozado que estaba a las afueras de Pittsburgh, algo en las antípodas de la mansión de lujo”, recuerda De la Concha. 

Finalmente, accedió a adentrarse en el icono y acudió a la casa durante varias temporadas, lo que le permitió crear una serie que se ha quedado en diversas colecciones de Estados Unidos. “Hice una panorámica interior que pinté de noche y de día porque quería representar las 24 horas del día”. En Madrid podemos ver dos piezas de aquel proyecto: una vista nocturna de una entrada de la casa y otra vista realizada desde el bosque aledaño. “Quería ver qué puede aportar un pintor porque es una de las casas más conocidas así que hice esa interpretación”, aclara.

Aquel edificio de Wright fue una influencia en Sáenz de Oíza y Félix de la Concha lo percibió al poco de entrar en las Torres Blancas. “Ahora no nos parece tan raro porque la arquitectura ha evolucionado y se ha hecho más elástica, ya no hay esa rigidez de paredes rectilíneas”, apunta. En su interior, elegante y vintage al mismo tiempo con barandillas revestidas de cuero granate, parece que el tiempo se hubiera detenido. Como apunta Escribano en el catálogo que acompaña a la exposición, “tras muchos años persiguiendo el enigma del tiempo, la pintura de Félix de la Concha es también una forma de meditación”.