Antonio Gisbert: El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, 1888

Museo del Prado. Paseo del Prado, s/n. Madrid. Comisario: Javier Barón. Hasta el 30 de junio

Afirma Miguel Falomir que las obras sobre el 2 y el 3 de mayo de Goya, La Rendición de Breda de Velázquez y el Guernica de Picasso compondrían, con El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga de Antonio Gisbert (Alcoy, 1834 - París, 1901), la "galería de los grandes cuadros dedicados a la historia de España". Y sí: como obra de arte es imponente y su significación política es máxima. Con ella se celebra (con un año de retraso) el 150 aniversario de la nacionalización de las colecciones reales en 1868. Ni la pintura (1888) ni el hecho que representa (1831) se corresponden con esa fecha pero Gisbert, se alega, fue el primer director del museo ya público y, además, esta es la única obra que el Estado ha encargado nunca para el Prado. Bueno, da igual. La exposición es tan emocionante que nos lleva a aceptar la endeblez de la coartada.



El fusilamiento

Los visitantes del Prado conocen bien el cuadro pues está siempre colgado en esa sala, aunque se aprecia ahora mucho mejor en la pared opuesta. Lo que es novedoso es su "documentación" por medio de un boceto a lápiz y una copia a tamaño reducido, unas estampas, la última carta que dirigió Torrijos a su esposa y otras pinturas: el retrato por Casado del Alisal del presidente Sagasta (comitente del cuadro), un retrato juvenil de Torrijos realizado en Londres por el duque de Rivas y Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, de Gisbert. Dos son fundamentales. La primera es la carta, que fue adquirida por el Congreso y es exhibida en una urna. La yuxtaposición, inédita, del formidable cuadro de tonalidades cadavéricas que hielan la sangre -algo que se le reprochó en su día y que sin embargo es uno de sus mayores hallazgos-, con la íntima, cálida, trágica carta, resulta en un estallido de indignación y pena que nos hace ver aún más grandes a los gigantes representados en la tela.



Boceto de El fusilamiento de Torrijos, 1886-1887

La segunda es esa pintura de historia, de temática relacionable, que le hizo ganar en 1860 al artista su segunda medalla de oro en la Exposición Nacional (obtuvo otras dos) y que nos hace sospechar que El fusilamiento de Torrijos es una obra única en otro sentido: un milagro en la producción de Gisbert. Aunque los 25 años que distan entre ambas obras explican la gran diferencia de estilo, parece mentira que sean de la misma mano: la factura es diversa pero la concepción es antagónica. En Los comuneros, Gisbert seguía al pie de la letra las consignas para triunfar como artista: grandes cuadros sobre conmovedores episodios nacionales según la Historia General de España de Modesto Lafuente o la Historia de España del Padre Mariana ejecutados con un realismo académico en la estela de Delaroche. Se pegó a los Madrazo para hacerse sitio y conseguir la pensión en Roma y, luego, tanto su ambición como sus contactos políticos en el bando liberal le valieron grandes éxitos; apoyado por Olózaga, a quien retrató, se convirtió tras la Gloriosa en pintor áulico de Amadeo de Saboya y en director del Prado. "El pillete de Gisbert", como le llamaba Federico de Madrazo, se apropió allí de una sala como estudio personal. En 1873, despedido Amadeo y muertos Prim y Olózaga, se exilió para siempre a París. En esta etapa, como pintor de historia o de retratos, era rutinario.



En París fue peor. Se dio a la pintura preciosista, de damiselas, trovadores y casacones, a lo Meissonier, en cuadritos que vendía muy bien aunque sin el éxito de Fortuny o Raimundo de Madrazo. Terribles. Aún probó con alguna pintura de historia, para el Salón parisino. Pero, cuando en 1886 propuso al Gobierno -para remediar la escasez de obras suyas en el museo y así consolidar su prestigio- pintar El fusilamiento para el Prado, llevaba más de diez años sin tocar el género, que en España había derivado hacia el "realismo decorativo" (tipo Pradilla). Y, así, en el ocaso de este, pintó no solo la mejor pintura de historia del XIX español sino la única obra maestra de su vida. Beruete lo acusó de "anticuado". Aunque en París los impresionistas llevaban una década dando guerra Gisbert regresó en busca de referentes al primer romanticismo heroico, a los cadáveres de La balsa de la Medusa y del 3 de mayo, a la pared humana de La Libertad guiando al pueblo de Delacroix, apropiándose de algún detalle más moderno como la chistera caída que toma de La ejecución del mariscal Ney (Gérôme). Gisbert, en su alegato último por la libertad, se muestra libre. Y esa fila de hombres valientes, de la mano y con muertos a los pies, respaldados por una borrosa formación de soldaditos de plomo y, lejos, la sierra de Mijas, mata al género e indulta al artista.



@ElenaVozmediano