Vista de sala

Espacio Fundación Telefónica. Fuencarral, 3. Madrid. Comisarios: Miguel A. Delgado y María Santoyo. Hasta el 28 de mayo.

En vida, Harry Houdini (1874-1926) fue una celebridad mundial, el showman con dimensión pública más señalada. Y nunca fue olvidado, no tanto por sus trucos como por la intensidad del personaje que él mismo construyó. Se le han dedicado películas, series televisivas, biografías, ensayos y también exposiciones. Entre las recientes destaca la organizada en 2010 por el Jewish Museum de Nueva York, que itineró a Los Ángeles, San Francisco y Madison, con materiales originales (en la muestra madrileña predominan las reproducciones) y, esto es muy interesante, obras de artistas contemporáneos inspiradas por la figura del gran mago, entre los que se contaban Matthew Barney (Cremaster 2), Vik Muniz y Raymond Pettibon. Menciono esto porque, al margen de la relevancia de Houdini en la formulación de la magia moderna y en su conversión en un espectáculo de masas, hay otros aspectos entrevistos en la exposición que tienen hoy enorme interés y vigencia para un amplio ámbito en el que convergen antropología, cultura visual y creación artística.



En primer lugar, se puede considerar a Houdini paradigma del modelado contemporáneo del propio cuerpo y de la propia identidad. No se trata solo de la férrea disciplina gimnástica que se imponía, necesaria para su supervivencia, sino de algo con un fondo psicológico y social más complejo, que ha estudiado por ejemplo J.K. Kasson en Houdini, Tarzán y el hombre perfecto: el cuerpo del hombre blanco y el desafío de la modernidad en América (2001). Erik Weisz, Erich Weiss, Harry Houdini -sus nombres en las sucesivas etapas vitales- exhibió su desnudez, hizo del sufrimiento físico un espectáculo y explotó las posibilidades del disfraz, para sí mismo y sus colaboradores. Busquen en la muestra las fotografías de Rose Mackenberg, que se caracterizaba, a las órdenes del mago, para asistir a sesiones de espiritismo y desenmascarar a los supuestos médiums: es sorprendente la similitud con las primeras series de Cindy Sherman, Murder Mystery y Bus Riders. Pero el género del alter ego lo cultivó también como actor, en las películas mudas de ficción que a veces él mismo produjo; encarnó, en la serie The Master Mystery, al investigador escapista Quentin Locke que se enfrenta -otra señal de su imaginario vanguardista- a un robot con cerebro humano, The Automaton, a las órdenes -qué actual- de multinacionales que monopolizan patentes. Las películas, con guion de Arthur B. Reeve, se convertirían luego en (proto)fotonovelas, combinación narrativa de fotografía y texto que ha tenido posteriores usos artísticos.



A punto de hacer un número de escape (detalle). Fotografía: Library of Congress

Houdini fue asimismo un adelantado en la virtualización y la desmaterialización que hoy campan en nuestra esfera visual: su primer truco famoso fue el de la Metamorfosis, que teletransportaba a una persona desde un baúl en el que la había encerrado, y llegó a hacer desaparecer un elefante en el Teatro Hippodrome de Nueva York en 1918. Los artistas que tratan digitalmente y en 3D las imágenes conocen sin duda la suite de software que, expresivamente, lleva el nombre del mago. Los trucos de Houdini se basaban en buena parte en un profundo conocimiento de la fisiología de la visión y la percepción, al servicio del ilusionismo. Un terreno próximo al arte. Pero fue sobre todo un erudito en la historia de la magia, y llegó a reunir una insuperable colección sobre el tema y a escribir varios libros, lo que es índice de un análisis asimismo muy moderno de la tecnología y los fundamentos teóricos de las prácticas creativas.



En algunas facetas, Houdini fue subversivo. Sus habilidades escapistas le ponían implícitamente al margen del control policial y otras instancias de poder. No sólo podía liberarse de esposas y celdas sino también de camisas de fuerza -control psiquiátrico de las anomalías mentales y sociales- y de la propia tumba. Su relación con la muerte le sitúa en la zona de máxima fricción entre cientifismo y espiritualismo -un vivo debate en la época- pues en sus últimos años de vida se consagró a combatir a los médiums, en una guerra que tuvo como principal campo de batalla la fotografía y como gran oponente al novelista Arthur Conan Doyle. En su libro Un mago entre los espíritus, Houdini denunciaba los montajes de la fotografía espiritista, de enorme éxito -vean las fantásticas imágenes y las publicaciones que se exponen- y de gran trascendencia en la historia de la "fotografía construida" artística, y lo hace a veces apoyándose en otra modalidad de fotografía que bebe de la ilustración científica y que tendrá un desarrollo posterior en el arte: la secuencia narrativa. Y, sin embargo, se constata en él cierta ambigüedad respecto a lo oculto, y parece, a juzgar por el famoso "código Houdini", que no cerró la posibilidad de la comunicación de ultratumba. Éstos son solo algunos de los interesantísimos vínculos, a explorar en mayor hondura, de las manifestaciones visuales "houdinianas" con el arte posterior. Aún hoy se deja sentir su fascinación sobre los artistas: hace muy poco, Tony Oursler le hizo protagonista de su obra Imponderable.



@ElenaVozmediano