Image: El viajero Wifredo Lam

Image: El viajero Wifredo Lam

Exposiciones

El viajero Wifredo Lam

Wifredo Lam

8 abril, 2016 02:00

Detalle de Sol, 1925

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 15 de agosto

Lo más destacable de esta apasionante exposición es que señala algo que, siendo visible, no ha obtenido la relevancia que merece. Porque desde luego no es un descubrimiento que Wifredo Lam (Sagua La Grande, Cuba 1902 - París, 1982) sea un extraordinario pintor vanguardista, ni que pasara en España un largo periodo de formación (iba camino de París a disfrutar de una beca y lo que iba a ser una escala se prolongó catorce años, de 1923 a 1938). Lo que desde la perspectiva de hoy en día le convierte en excepcional es su condición de exótico y su procedencia subalterna en un contexto cultural que estaba fascinado por lo lejano y lo primitivo. La situación la resumió Picasso, cuando alguien criticó la excesiva transparencia de la máscara africana bajo sus rostros cubistas. El malagueño zanjó la discusión diciendo: "Está en su derecho ¡es negro!".

Y así sucesivamente. Lam, cubano de origen (de padre chino y madre mulata, por más señas), goza de un lugar propio tanto en el cubismo como en el surrealismo, pero en muchos sentidos él mismo portaba esa lejanía que tanto cubistas como surrealistas admiraban. Tampoco fue ajeno a esa fascinación. Lam no era, en ningún sentido, un primitivo. Por ejemplo, el surrealismo de Lam no es el de un hechicero sino el de un estudioso que se inició en el vudú de la mano de Lydia Cabrera y Alejo Carpentier. Esa curiosidad y capacidad de asimilar influencias le acercó también en su día al expresionismo americano y, más rotundamente, al grupo CoBrA.

La primera de las salas está dedicada a sus años en España, donde continuó el aprendizaje académico que había empezado en Cuba. Frecuentó a los maestros del Prado, pero también conoció la pintura de Miró, Gris y Picasso y Matisse y Gauguin. Años de búsqueda de un lenguaje propio que se refleja en retratos orientalizantes o en cuadros que recuerdan el realismo mágico de Ángeles Santos o las figuras coloristas de Anglada Camarasa. Su vida sufrió también grandes estremecimientos: su esposa y su hijo fallecieron de tuberculosis en 1931.

Detalle de El sombrío malembo, 1943

Además, cuando estalló la guerra civil española Lam se alistó en el ejército de la República. El exilio le condujo a París y su obra da cuenta de una inmersión radical en los lenguajes de la vanguardia. La acogida de Picasso, las visitas al Musée de L'Homme, recién inaugurado, tienen su eco en una serie de retratos de sorprendente esquematismo. Rostros enmascarados, de ojos ciegos, que produce dolor contemplar. Y paráfrasis picassianas, en especial de figuras del Guernica, que desembocan en una serie fascinante de dibujos que exploran la combinatoria gestual del rostro. Parecería que Wifredo Lam hubiera contraído el cubismo como enfermedad infantil del vanguardismo y no pudiera librarse de él. Pero cuidaron de su convalecencia Breton y Péret, y en su compañía abandonó París en 1941, cuando la ciudad fue tomada por los alemanes.En Marsella, en la legendaria mansión de Bel Air, el grupo surrealista, Lam incluido, llevó a cabo una serie de experimentos estéticos, desde cadáveres exquisitos a una inventiva baraja al modo del Tarot de Marsella que aquí podemos contemplar.

Finalmente Lam abandonará Europa rumbo al Caribe. En La Martinica tuvo lugar un encuentro que le marcaría. Conoce a Aimé Césaire, el poeta de la negritud, ferviente combatiente del colonialismo a partir de posiciones marxistas, que proporcionará a Lam una conciencia de su identidad cultural que ya no dejará de explorar. Por ello, su vuelta a Cuba, tras dieciocho años de ausencia, será la ocasión de poner en práctica esa denodada búsqueda de sus raíces. De esa época datan los asombrosos cuadros poblados de figuras sincréticas, que unen lo vegetal, lo animal y lo humano, trasladando al lienzo la energía espiritual de la cultura animista. Y ese será, en adelante, su mundo. A lo largo de una vida viajera practicará una peculiar figuración que es completamente reconocible.

Seres de rasgos siempre puntiagudos, como de insectos o hechos de osamentas, en los que reconocemos extremidades, pechos y glúteos pero nunca, jamás, un rostro humano. Los encontramos en sus cuadros generalmente de grandes proporciones, pero también en su obra gráfica e incluso en su casi desconocida cerámica. Como un sueño o una visión trasladada al lienzo, estas obras nos recuerdan que el arte, antes de ser un objeto valioso, es una genuina aventura del espíritu. Se comprueba recorriendo las 250 piezas que componen esta muestra.

Sólo echo de menos una cosa, no hay una sola mención a Eugenio Granell, que conoció en Madrid y con el que coincidió luego en países y épocas distintas y con el que creo que guarda alguna concomitancia estética.