Image: Elena Blasco, jardín de la mano mala

Image: Elena Blasco, jardín de la mano mala

Exposiciones

Elena Blasco, jardín de la mano mala

Millones y abundantes razones

6 abril, 2012 02:00

Vista de la exposición

Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid. Alcalá, 31. Madrid. Hasta el 20 de mayo.

Una propuesta de exorcismo y manifestación de la perplejidad ante lo real. Una cascada de incoherencias que resulta de lo más coherente.

El planteamiento de Alicia Murría, comisaria de esta primera gran exposición institucional dedicada a la obra de Elena Blasco (Madrid, 1950), me recuerda a una especie de jardín de casa de pueblo español de los 80, con su caminito de entrada y su tímida rosaleda, con sus pesadas sillas de exterior de hierro curvado en ornamentos y sus tiestos de plástico, entre teja y café con leche, y una mesa con un cenicero de hojalata de alguna marca de vermú y algún cachivache y objeto que no debería estar ahí pero está, firme y con colores chillones mal combinados pintados con pintura plástica y algún rastro de espuma aislante con forma de torta o gurruño. Es un modo afortunado ya que logra presentar ese ordenado caos que viene siendo la esencia del trabajo de Blasco desde que en 1986 comenzara a saber un poco lo que quería ser como artista. Fue entonces cuando, ante la perspectiva de exponer sus pinturas en la galería Ángel Romero, decidió, allí mismo y sobre la marcha, romper con su planteamiento inicial y durante cuatro días y cuatro noches acumular una especie de residuo de artículos de baratillo junto a sus pinturas, imágenes y objetos, en un revuelto de mercadillo.

Desde entonces, Blasco ha venido chapoteando en ese magma hirviente y apasionado, esa sopa primordial a la que dio paso aquel "ancha es Castilla" y que se convirtió en mirada convulsa, agitada y estupefacta hacia lo que rodea de forma más cercana a su ser. Con ello articula un lenguaje particular con la metáfora literaria devuelta a su origen visual y apoyada en el juego, la ingenuidad de primitivos y niños y la reunión con lo inesperado, lo grotesco y lo informe. Su pegamento esencial es un humor descarnado que funciona como espejo del horror cotidiano y de la sorpresa hacia lo mundano. Y es una lengua que parece brotar de un tronco común vernáculo de España y en la que resuenan ecos de otros creadores del último siglo como el grupo musical Vainica Doble, los poetas Gloria Fuertes o Ramón Gómez de la Serna, los artistas Juan Ugalde o Carlos Pazos y escritores del humor como Miguel Mihura o los de La Codorniz.

Esta muestra de Alcala 31 aparece como una exposición más de Elena Blasco pero expandida en el espacio y el tiempo. Como si se tratara de una gran instalación, en ella se interconectan 140 obras fechadas a lo largo de tres décadas sin que resulte fácil adivinar periodos ni particiones conceptuales. La violencia, la exageración en las expresiones de lo social, la condición de la mujer y sus supuestas funciones, el orden de lo cultural y el propio sistema del arte son expresados en una plástica que hace del color llevado a su extremo (como "arma arrojadiza", según afirma Blasco) y de la promiscuidad casi imposible de géneros, lenguajes, técnicas y, especialmente, materiales, la gran virtud. La otra es la tendencia "anti heroica" a pintar y a fotografiar y a esculpir, como si fuera con la mano menos dotada técnicamente: la propensión a hacer churros.

Todo ello trata de comunicarnos una propuesta incesante de exorcismo y manifestación de la perplejidad ante lo real, donde cualquier objeto, cualquier imagen, cualquier travestismo, puede ser utilizada en su contra. Una cascada de incoherencias que acaba por resultar de lo más coherente.