Image: Esther Pizarro, desde la periferia

Image: Esther Pizarro, desde la periferia

Exposiciones

Esther Pizarro, desde la periferia

Redes de contención

José Marin–medina
Publicada

Celda dual, 2007

Galería Raquel Ponce. Alameda, 3. Madrid. Hasta el 15 de diciembre. De 1.500 a 16.000 E.

El proyecto escultórico de Esther Pizarro (Madrid, 1967) versa sobre el espacio urbano, y de manera más específica y preferente sobre el espacio construido, arquitectónico. Su soporte conceptual se centra en reflexionar sobre tres cuestiones: el modo que actualmente tenemos de percibir la ciudad, el impacto que esa percepción provoca en nosotros y las maneras plásticas en que poder interpretar y construir como escultura esas sensaciones, vivencias y memorias. Su trabajo consiste en seleccionar fragmentos significativos de las ciudades en las que ha vivido (Los ángeles, Roma, París, el cinturón industrial de Madrid…), interpretándolos desde un planteamiento formalmente abierto e imaginativo, en el que la elección de materiales (aluminio, hierro, plomo, madera, fieltro y cera) juega funciones determinantes. Asimismo, su práctica no quiere limitarse a la escultura como "tal", y se desmarca y expande al espacio público y a la arquitectura. En esa orientación, cabe subrayar sus intervenciones en las estaciones de Metro de Francos Rodríguez y Arganda del Rey -realizadas en colaboración con Mónica Gener-, la llevada a efecto en el Parque de la Reina, y, de manera especial, el revestimiento para la fachada del Palacio de Congresos y Exposiciones de Mérida, de Enrique Sobejano y Fuensanta Nieto.

Esta exposición de su obra más reciente presenta una evolución notable, al desviar ahora Esther Pizarro su mirada de los lugares y tipos arquitectónicos del centro urbano a los espacios residuales del extrarradio: esos sitios "de nadie" ocupados por restos de arqueología industrial, y cruzados por redes de autopistas que desarrollan sobre ellos sus nudos intrincados. El imaginario de estas obras es el mismo de esa arqueología metálica, constructiva e ingenieril: depósitos, contenedores, tolvas, balanzas, habitáculos fabriles, postes, escaleras, calzadas de circulación entrelazada… Recorriendo la desolación de esos no-lugares, Esther Pizarro trata de estetizar la periferia abandonada, haciendo competir a la escultura con la realidad desnuda. En consecuencia, el amable perfume dadaísta de Duchamp -todo puede ser arte, y la condición del artista se prueba en el crisol de fundir arte y vida- sirve de atmósfera a estas esculturas de tan bello y preciso diseño, al tiempo que los diferentes materiales contraponen aquí la frialdad y rigidez metálicas del acero y la calidez lanosa y maleabilidad del fieltro, o la opacidad textil con la transparencia del metacrilato, mientras las figuras turriformes de estas construcciones fabriles abren de manera imprevista sus mamparas por medio de cremalleras, o vuelven a cerrarlas con un juego imposible de presillas y broches. El espectador no tiene escapatoria: podrá resistirse dialécticamente al proceso de estetización general, o… dejarse llevar, seducido otra vez por la poética romántica de las ruinas.