Image: Axel Hötte, el viajero inmóvil

Image: Axel Hötte, el viajero inmóvil

Exposiciones

Axel Hötte, el viajero inmóvil

Terra incognita

19 febrero, 2004 01:00

Pico de águila, de la serie Niebla, 1994-2003

Palacio de Velázquez. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 10 de mayo

Axel Hötte (Essen, 1951) es uno más de los discípulos de Bernd y Hilla Becher que han conformado el formidable e influyente grupo de fotógrafos alemanes cuyos trabajos han sido progresiva e ininterrumpidamente conocidos en nuestro país. Los nombres de Thomas Ruff, Candida Hüfer, Thomas Struth, Andreas Görsky forman parte del programa de exposiciones de las galerías madrileñas Helga de Alvear, Fúcares o Javier López; en la primera expone también Hötte, como lo hacen, igualmente, otros fotógrafos no educados directamente con el matrimonio Becher, así Jörgen Klauke o Roland Fischer, con Helga de Alvear y Max Estrella. Los trabajos más conocidos de Hötte son aquellos que tienen como motivo los paisajes, contemplados y recogidos en países de los cinco continentes; felizmente, la selección hecha por la comisaria de esta exposición, Rosa Olivares, incluye otros aspectos precedentes de su labor, que aportan una multiplicidad de rasgos que lo hacen más atrayente.

En primer lugar, un conjunto de arquitecturas, fechadas en los primeros años de la década de los ochenta, en las que resulta evidente la impronta de los Becher, no sólo por la gélida utilización del blanco y negro, sino por las simetrías de la composición, por la búsqueda de estructuras racionales -tras las que se vislumbra el mundo del trabajo, de la educación o del vivir diario- y la ausencia absoluta de la figura humana, como si la omisión de quienes habitan esos lugares simbolizase el vacío de su existencia civil.

En segundo término, y a mi juicio la parte más espectacular y sugerente de la muestra, cuatro grupos de retratos: mujeres, artistas norteamericanos y alemanes y "niños supervivientes". Responden a un modelo frío, que conocemos, también, en Ruff y otros fotógrafos coetáneos, pero en sus ligeras variantes -más tomas de perfil que estrictamente de frente, la mirada algo más dirigida a lo alto que al nivel de los ojos- parece o simula aportarnos los rasgos psicológicos de la persona que posa. Una y otra serie responden, también, a esa voluntad que podríamos describir como de archivero, de documentalista de un tiempo y un lugar que caracteriza la labor de los Becher.

Los paisajes de Hötte pertenecen, a su vez, a distintos tipos o patrones. Así, los más antiguos recogidos en la exposición, de finales de los ochenta y principios de los años noventa -algunos todavía en blanco y negro y ya los más en color- realizados en Italia, España y Portugal, o así agrupados por Rosa Olivares, ajustan la presencia de la arquitectura -antiguas fortalezas, casonas abandonadas- o la obra pública -puentes, carreteras- al generalmente desolado y amplísimo horizonte que se extiende interminable ante los ojos del espectador. Son, como muy lógicamente escriben tanto la comisaria como el poeta y novelista Julio Llamazares en el espléndido catálogo publicado, fiel expresión del romanticismo nórdico. "Como el auténtico artista romántico -cito a Rosa Olivares-, Hötte se convierte en la única presencia humana ante la naturaleza en toda su grandeza y toda su extensión: es por su mirada por la que nosotros llegamos a ver esa naturaleza, a través de lo que él ha mirado y nos devuelve en sus fotografías, para que seamos testigos tanto de la magnitud de la belleza como del hecho irreversible del dominio del hombre sobre la naturaleza".

Una mirada, la de Hötte, y una devolución que juega, además, con los equívocos de la percepción y los impulsa o provoca. De ese modo, por ejemplo, la excelente serie Niebla -obras fechadas entre 1994 y 2003- opone a un primer plano más o menos prístino, una capa blanquecina que vela la visión ya sea de un bosque, una llanura, un valle bajo los pies del fotógrafo o, en la maravillosa Furkablick, el espacio que se abre tras el edificio del hotel de ese nombre.

Más reveladora, incluso, es la serie más moderna de las que constituyen la exposición. Titulada Retrato III (2001-2003) muestra borrosas y diminutas figuras femeninas en el seno de inmensos paisajes arbolados. Cuando se las mira con un poco más de atención se entiende que lo que vemos es en realidad el reflejo del paisaje y sus mujeres visitantes en un lago o un río. El artista invierte la posición de la fotografía de modo que lo que vemos como vertical es, en verdad, una imagen horizontal, barrida por el leve movimiento del agua.

Compañera de ésta, aunque quizás sólo sea suposición mía, es Noche, fotografías tratadas en las que la luz se comporta como materia cromática con la que Hötte "pinta" fotografías que podemos equiparar a cuadros abstractos, así la imagen de la Nationalgalerie de Berlín, en la que el entramado arquitectónico divide la superficie según líneas y rectángulos que hacen del conjunto una vibrante y bruñida orquestación geométrica.