Image: Elena del Rivero, desgarradura

Image: Elena del Rivero, desgarradura

Exposiciones

Elena del Rivero, desgarradura

Nuberrota

29 enero, 2004 01:00

Artemisia, la nube, 2003

Elvira González. General Castaños, 3. Madrid. Hasta el 10 de marzo

Hay experiencias humanas intensas que se viven como un corte: escisión, herida, desgarradura. En su trayectoria artística, Elena del Rivero plantea experiencias personales, incluso íntimas, trascendidas en sus piezas. La nueva serie de obras, agrupadas en torno al título de Nuberrota, sigue esa orientación. En este caso, el punto desencadenante es la visión de una nube desde el estudio de la artista en Nueva York, situado junto a donde estuvieron las Torres Gemelas, en lo que hoy se conoce como Zona cero.

Dice Elena que, estando tan cerca, no podía ver las Torres, y por eso la visión de la nube tiene el efecto de una elevación, de una especie de subida al cielo inalcanzable. La muestra, impregnada de un intenso aliento romántico, está integrada por una serie de pinturas de gran formato, el poema Nuberrota dedicado a Artemisia Gentileschi, cada uno de cuyos versos es el título de uno de los cuadros, y cuatro tapices con la imagen de la nube, realizados a partir de la fotografía original por la Real Fábrica de Tapices.

Además, Elena del Rivero fue escribiendo, con tinta roja, en los cantos de los cuadros una especie de diario o cuaderno de ruta que nos permite seguir el itinerario de su desarrollo. Dos términos en particular despertaron mi atención: proceso y azar. Dos términos que nos hablan del carácter abierto por el que las pinturas fueron tomando cuerpo, estructurándose con pequeñas unidades similares a teselas como en un rompecabezas, pero del que no tuviéramos previamente ninguna imagen general. Esa dimensión de incertidumbre (¿no sucede lo mismo en el desarrollo de la vida humana...?) se resuelve dramáticamente con el desgarramiento del lienzo y del tapiz, imagen del cristal o del cuadro rasgado tan densamente presente en el arte de nuestro tiempo, de Duchamp a Fontana.

Pero en este caso, junto a la desgarradura hay a la vez suturas, el hilo restaña el corte, dejando ver la presencia de la herida, pero también la posibilidad de la cura, de la salvación. El tejer y destejer de Penélope viene entonces a nuestra memoria, unido a la luz interior de las pinturas potenciada por el empleo de lacas superpuestas, como en la pintura del dieciocho, que, junto a los tapices, propician plásticamente una experiencia de acumulación, de densidad temporal. Esa nube rota, nuestra herida, nosotros mismos tratando de elevarnos siempre, siempre. Hacia el cielo inalcanzable.