Image: Manolo Valdés

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Exposiciones

Manolo Valdés

Variaciones sobre Matisse

14 febrero, 2001 01:00

Odalisca I, 2000. Óleo sobre arpillera, 190 x 231

Galería Marlborough. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 10 de marzo. Precio único: 18.000.000 pesetas

Hasta donde nos llega el entendimiento suponemos que la vigencia del arte más excelente alcanzará, por los siglos de los siglos, a toda la eternidad. Tal podrá ser el caso de cuanto pintó Matisse, algunas de cuyas cabezas de mujer dan tema a los 14 cuadros que Manolo Valdés expone en la galería Marlborough. Cinco caras, cinco mujeres, cinco trozos de Matisse, cinco originales para interpretaciones varias de la mano de la metapintura, que se agrupan en dos dípticos (Odalisca y Lydia), dos trípticos (Amèlie y Jackie) y el políptico que recoge cuatro versiones de Retrato de Dorothy. Hasta aquí se diría que acudimos a una exposición preparada para un público de conciertos, dispuestos a escuchar variaciones en torno a un tema recurrente. Y algo hay de eso, pues la eternidad que se granjeó Matisse con el pincel aparece aquí cadenciada en fracciones de tiempo, en posibilidades ordenadas en una secuencia en la que se divide la lectura. Nos vamos parando en cada una de esas variantes, porque nos gusta hacer ese viaje en el tiempo con un vehículo que marcha a trompicones, como corresponde a nuestro romanticismo.

Por los lienzos de Manolo Valdés, cuya trayectoria es ya muy larga y prestigiada, han pasado muchos ejemplos preclaros de la pintura histórica: Picasso, Velázquez, Rembrandt, Masaccio, Cézanne, Juan Gris y una larga lista que, eso sí, no incluye al más célebre, Apeles, pintor de obras que sólo podemos imaginar. También motivos publicitarios y objetos cotidianos se han colado discretamente en sus cuadros, para, una y otra vez, abrirnos la inteligencia visual y avivar en estos tiempos el amor a la pintura. Con mixtificaciones, variantes, distorsiones y cambios de registro, realizados siempre con una extremada solvencia sensitiva, conforma cuadros nuevos, en una inagotable actualización de lo que parecía insuperable. Su trabajo es el de un refinado traductor y mezclador de voces. Encuentra variaciones para su traducción y todas ellas tienen vigencia. Ninguna traducción de Hamlet es comparable con el original inglés, pero todas heredan algo de la calidad literaria de Shakespeare.

En el grupo de pinturas que expone ahora, acude a un registro de lectura que ya había elaborado en obras anteriores y que consiste en la superposición de las citas de Matisse con diversos recursos pictóricos del informalismo. Pero sería demasiado precipitado y parcial dejar ahí la descripción de sus procedimientos, porque hay bastante más que estos componentes y porque la riqueza de matices no se limita a lo que da de sí una adición simple. Un factor determinante en estas pinturas es que son cuadros de gran formato en los que, por el tratamiento dado a las manchas de color y a la distribución de éstas, se nos ofrece la sugestión de que no son lienzos, sino collages de papel de color en una escala colosal. En realidad, la técnica empleada es óleo sobre arpillera, si bien hay otros componentes, como jirones de lienzo blanco, detalles de otros materiales y, sobre todo, trozos de arpillera -coloreada o no- encolados sobre el soporte. Los pliegues y los recortes de la arpillera encolada sirven, por ejemplo, para modular la cabeza de la Odalisca en sus dos versiones. La pintura se dota así de relieve y se crece como entreverado de materiales, líneas y manchas que pugnan por dar nueva fisonomía al motivo original. En algunos cuadros juega exclusivamente con el contraste blanco-negro, mientras que en otros es la fuerza expresiva de colores imprevistos y contrastes lo que se impone.

Los grupos de cuadros responden siempre a un mismo motivo para el que el pintor ensaya alternativas. En Jackie manda el contraste brusco entre luces. Pero en uno de los cuadros se ilumina de blanco la mitad derecha del rostro, mientras que en los otros dos ocurre al revés. En éstos, a su vez, distingue una tentativa donde la mitad derecha queda en negro de otra en la que contrasta en ella dos manchas de color. La dinámica de estas pinturas es la de una entrega a la interpretación. Los resultados son a veces muy felices y otras, como especialmente puede decirse de Dorothy IV, el cuadro queda tan torturado que raya en lo simplemente voluntarioso. Por el contrario, la serie de Amèlie nos brinda un imaginativo poliedro de imágenes que recoge algo de lo mejor del último Manolo Valdés.