Image: Julián Grau Santos

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Exposiciones

Julián Grau Santos

El jardín interior

3 mayo, 2000 02:00

"Alacena con glicinias y camelias", 2000. Óleo sobre lienzo, 55 * 46

Galería Juan Gris. Villanueva, 22. Madrid. Hasta el 10 de junio. De 295.000 a 2.550.000 pesetas

En esta exposición, quizá la más acabada, la más redonda, de Grau Santos, es más visible la voluntad de contener esa tendencia a la disolución

Todo el mundo conoce un aspecto de Grau Santos, su espléndido trabajo para las páginas de los periódicos, sus ilustraciones que cada semana prestan a EL CULTURAL un aire, un perfil inequívoco (como se lo prestaron en otro tiempo a las páginas de Abc Cultural). Todo el mundo conoce a ese dibujante de increíble agilidad, que desgrana sus retratos breves, sus viñetas evocadoras, en apuntes tomados del natural o de fotografías interpretadas. Como ilustrador, Grau Santos pertenece a la estirpe de aquel Constantin Guys que Baudelaire exaltó como "pintor de la vida moderna", el Guys que captaba al vuelo a los elegantes y a las demi-mondaines del París del Segundo Imperio, igual que antes había plasmado las escenas más terribles de la guerra de Crimea.

Si en algunas de las ilustraciones de Grau Santos ya aflora un sentimiento lírico, en su pintura hay una completa, una exclusiva entrega a la intimidad. Aquí ya no está sometido a la dictadura de una actualidad exterior; vuelve la mirada hacia dentro. Su atelier se halla en medio de un jardín a las afueras de Madrid, un jardín despeinado, medio cultivado y medio silvestre. Los cuadros que pinta allí celebran cada día su espléndido aislamiento. Allí el sentido del tiempo cambia radicalmente; se detiene el tiempo como sucesión, como fuga incesante, y emerge un tiempo cíclico: el retorno siempre igual (y siempre distinto) de la primavera, el verano, el otoño. También el espacio se transfigura y aflora un paisaje próximo, al alcance de la mano. Todos los ámbitos sobre los cuales Grau Santos retorna con insistencia obsesiva son introvertidos: la alberca a la cual se asoman, con placer narcisista, mimosas y frecsias; el invernadero que preserva las flores y las frutas; la alacena en cuyos estantes descansan los vasos, los cuencos y jarrones. Cada uno de estos espacios (habitualmente protegido por cristales) contiene dentro de sí otros espacios más recónditos.

Si se mira de cerca estos cuadros, se descubre que están entretejidos de pinceladas marcadas, enérgicas, de trazos rápidos y nerviosos, como una especie de taquigrafía para transcribir la visión. Pero el efecto que surge de ahí no es de agitación, sino de una vibración atmosférica. Hará un par de años escribí que la pintura de Grau Santos no parecía aplicada con la mano, sino soplada con el aliento. Era una exageración absurda, porque en la pintura de Grau Santos no hay nada más evidente que la mano y su caligrafía. Pero en el fondo de aquel lapsus que cometí estaba la intuición, mal expresada, de cómo el trabajo de la mano puede sublimarse, en la pintura de Grau Santos, en una impresión aérea, impalpable, de excepcional levedad. Entre las pinceladas circula el aire y se siente algo así como una respiración. A veces, esa levedad aérea parece a punto de disolverlo todo, como sucede en el Monet tardío, o como en el último Cézanne, aquel que rebajaba la densidad del óleo hasta hacerlo tan sutil como la acuarela, aquel que iba poniendo dubitativo sus toques de color sueltos, dispersos, sobre la tela. En esta exposición, quizá la más acabada, la más redonda, de Grau Santos, es más visible la voluntad de contener esa tendencia a la disolución. El borde del estanque, la puerta o los estantes de la alacena enmarcan el aire y prestan al cuadro la estructura necesaria. En algunas pinturas de ahora hay también un énfasis en la pincelada y una mayor densidad de la forma.

Algunos pueden considerar estas pinturas demasiado amables, demasiado encantadoras. Pero quizá la lírica, después de todo, no es un lujo, sino una estricta necesidad. A veces no se pintan idilios porque el mundo sea intrínsicamente perfecto, sino precisamente porque no lo es. Y acaso la pintura de Grau Santos, que en apariencia es lo menos desgarrado y lo menos tenebroso del mundo, ha surgido como una defensa contra la ansiedad, contra el agobio del tiempo y contra la certeza de la muerte.