Víctor Ochoa en su taller de trabajo. Foto: Leticia Varela

Víctor Ochoa en su taller de trabajo. Foto: Leticia Varela

Arte

Víctor Ochoa: “Soy un escultor que materializa los sueños”

El escultor, autor del busto recién inaugurado de Margarita Salas, reclama más atención para el sector tras el parón de la pandemia

1 marzo, 2021 20:21

Es uno de los creadores más consolidados de nuestro panorama artístico. Autor de El zulo (Cartagena), Minotauro (Jerez), 200 (Valdepeñas), Don Juan (Campo de las Naciones), Ochoa y Cajal (sede central del CSIC) y Agamenón (para el montaje de Elektra en la Ópera de Montreal), entre otras, Víctor Ochoa (Madrid, 1954) alterna en estos momentos las esculturas modeladas en plastilina con enormes piezas monumentales que son cáscaras, esqueletos, capaces de contener los proyectos audiovisuales de otros artistas. También ha diseñado Mola Mola, una cápsula capaz de engullir a quien la ocupa como si de un ser abisal se tratara. “Allí podemos descansar o soñar”, explica a El Cultural tras estar varios días incomunicado y concentrado en uno de sus impactantes proyectos. Sus ideas funden técnicas artísticas básicas con el mundo digital.  Ochoa, que ha puesto imagen, entre otros, a los premios Forqué y Valle-Inclán y es autor del busto recientemente inaugurado de la investigadora Margarita Salas en el Centro de Biología Molecular (CSIC), ha sido un artista más que ha visto alterada su rutina de trabajo por la Covid-19. “El aislamiento y la soledad propiciados por esta larga pandemia han difuminado los horarios y la nitidez con que diferenciaba mi jornada laboral del descanso. Paso mucho tiempo desvelado o en ensoñación”, reconoce.

"No hace falta amar al artista, tan solo ser consciente de que su talento tiene la facultad de entreabrir los ojos del alma"

Pregunta. ¿De qué forma se ha resentido el sector artístico durante la pandemia?

Respuesta. De todas las formas imaginables. Quiero aclarar -por la profunda crisis que afecta al mundo artístico y por las encendidas reacciones del sector (que ya empezamos mal con el término)- lo que es un artista. No somos tenderos ni intermediarios, aunque salgamos con lienzos y caballetes donde haga falta para denunciar, lo mismo que hacen los agricultores con sus azadas y tractores. Si las/os artistas no creamos, el sector artístico no tendría un bocado que llevarse, salvo migajas. ¿Y qué decir del vacío que dejáramos en ese universo?. Agradezco y respeto al gran número de personas y entidades que hacen florecer legítimamente sobre nosotros el llamado mercado del arte, ya que de eso comemos, pero que de ninguna manera pretendan representarnos. ¿Cómo se llama a los/as artistas, cómo se nos convoca o cómo saber qué necesitamos? Eso no son preguntas, sino protocolos falseados para ningunearnos. Bastaría que el Ministerio de Cultura preguntara qué nos pasa, para encontrar una plaga de artistas clamando. Repito, que no somos empresarios, ni políticos, ni técnicos, ni nada de todo eso y saldremos cuantas veces haga falta a denunciar con los/as poetas y sus pliegos, con los/as bailarines y sus sandalias, con los actores y actrices y sus muecas o con los/as cantantes vociferando, etc., para aclarar que no se nos puede suplantar dentro de una supuesta carpa del arte de la que no querríamos formar parte. Hay que atender a los/las artistas como tales, que ya con el resto del sector artístico negociarán los poderes un banquete aparte sin el pomposo título de “En ayuda del arte”.

P. ¿Se ha paralizado el mercado del arte? ¿Ha sufrido daños irreversibles?

R. Los daños siempre son irreversibles para el arte. Dicho lo dicho, y lo difícil que resulta, como ve, plantarse en este campo de batalla, aún falta lo más duro, que es saber a cuántas y cuántos ha borrado.

P. ¿Cree que las administraciones (locales, autonómicas, estatales…) han abandonado al sector?

R. Permita que para responder a esta pregunta introduzca cariñosamente el término Artefacto,del latín “art factum”, que quiere decir hecho con arte, que no se restringe al mundo contemporáneo y sería sinónimo de “aparato o maquinaria para satisfacer necesidades sociales y  culturales, extendiendo los límites materiales del cuerpo del artista y de su obra”. Me parece que el diccionario lo ha clavado. Englobo ahí a todo el aparato de ministerios, consejerías, áreas, galerías, marchantes, museos, fundaciones, gestores, salas, etc, y lo hago de muy buena fe, salvo que por una ceguera suya irresponsable pretendan convertirse en nuestra farándula, eso que también los diccionarios definen como la profesión de los farsantes-. Por ello, pido a todos mucho tacto. Me decía mi hermano Carlos: “Lo fácil es hacer una obra de arte, lo difícil es venderla”. Hacía una pausa con el dedo índice en alto, mientras yo le escuchaba con estupor y a punto de asaltarle añadía: “Hay que vestirla, negociarla, ser hábil, oportuno, diplomático, educado, triquiñuelas aparte, etc, etc, etc”. Y lo decía como mi representante, pero jamás dijo que él representara mis inquietudes y mucho menos al arte. Un día nuestros caminos se separaron y hoy ya no vive del arte. No hace falta amar al artista, tan solo ser consciente de que su talento tiene la facultad de entreabrir los ojos del alma. En cambio, la suya, la del Artefacto, exclusivamente la de demostrarlo y en el mejor de los casos ampararlo. No es que las administraciones nos hayan abandonado, es que no llegan a ser conscientes de nuestro universo porque no miran al cielo y no quieren tropezar con el gran número de tapas de alcantarilla destartaladas que sugen a su paso.

P. ¿Qué parte del mundo artístico ha sido más perjudicada?

R. No lo sé, quizás la familiar y la humana, porque ahora no somos capaces de compensar con nuestras carencias a quienes nos han rodeado y amparado, ya sean familiares, amistades, compañías…

P. ¿Puede el artista vivir de su trabajo en estos momentos?

R. De su talento artístico desde luego que no. De su ingenio y ambición le podrá resultar más fácil. ¿Cómo si no entender a esos grandes artistas, al tiempo que miserables?

"El miedo al desconocimiento y a ser tachado de no estar al tanto crea inseguridad en una gran parte del público"

P. ¿Quién manda ahora en el mundo del arte?

R. No es que sea una secta quien manda, aunque a veces lo parezca. El emblema de nuestra profesión, eso que definimos como arte, parece sujeto al azar de unas olas con unos pocos surferos que las comandan. O sea, que dicen, critican, rechazan y mandan al cielo o al fondo del océano a quienes consideran aptos (o no) y a sus obras, sin que sepamos siquiera quién les entregó la llave de esta playa, ya que el día que llegamos desde las academias, las escuelas, los talleres y facultades -o por las más inverosímiles circunstancias- nos los encontramos ya allí bendecidos por una flauta. No creo que haya un Papa al respecto, pero seguro que sí una Santa Sede y unos primados en el mundo del Arte. Por ello, en adelante, afirmo que no debemos asumir obedientes lo que dicen que es arte y por el contrario declarar de forma contundente que el “arte es lo que los artistas hacemos y contamos”y que quienes quieran representarnos desanden lo andado hasta encontrarnos.

P. ¿Qué papel juega el público (el comprador, el aficionado…) en esta situación?

R. Como en Divinas Palabras, de Valle-Inclán, el miedo al desconocimiento y a ser tachado de no estar al tanto crea una gran inseguridad en el sentimiento que envuelve a una gran parte del público. Eso provoca que o bien se muestre sumiso o engañado, lo que en el segundo caso da pie a una reacción de rechazo y desprecio. Es un error mostrar el arte como una inversión material al público, que no jugará ningún papel relevante hasta que pueda digerirlo o incluso vomitarlo, ya que no hay una receta para el arte.

P. ¿En qué se diferencia el artista del artesano? ¿Se han difuminado ambos conceptos?

R. No sé bien cuándo empezaron a escindirse uno del otro o a distanciarse. Tal vez hace milenios. Lo que les distinguía en principio era su naturaleza práctica. Si la obra que se hacía no había de ser rentable se era artista y si había de serlo, se era artesano. Así que la artesanía no tenía sentido como profesión u oficio si no se podía vivir de ella, mientras que el/la artista podían deambular entre la grandeza y la miseria, buscando el éxito o El Parnaso. La hipótesis era razonable, pero dudo mucho que pueda actualizarla por ninguna de las dos partes. Esta dolorosa pandemia nos obliga a cambiar el estatus de ambos. A estas alturas en que la creación artística no es el coto de esos artistas ni artesanos de antaño, y de que sus límites se han difuminado y expandido, confusos e ilimitados, dejando en manos de gurús la pegatina de ser considerados como tales, se ha roto cualquier nexo. Así, nadamos entre ridículos estándares publicitarios de una persona lanzando botes de pintura al aire en un ático o unas manos modelando botijos en un pesebre de un pueblo olvidado.

P. ¿Qué propondría para la reconstrucción del mundo del arte tras la pandemia?

R. Soy un escultor que materializa los sueños. Por eso creo que soy importante, como lo presiente y atesora cada creador o creadora. No se puede reconstruir un mundo del arte tan vapuleado. Lo que yo propongo es que pongamos un artista en nuestra vida, como ya se decía de un hijo, un libro y un árbol, y veréis qué mundo tan distinto añadís al vuestro. El afecto y admiración a un artista cercano es la base para mantener el mundo del arte… Triunfar es ya como salir a hombros por la puerta grande.