Image: Philipp Fröhlich, el artista que plantaba árboles

Image: Philipp Fröhlich, el artista que plantaba árboles

Arte

Philipp Fröhlich, el artista que plantaba árboles

El artista estrena galería en septiembre con la madrileña Juana de Aizpuru, un mítico espacio que apuesta por el pintor para abrir la nueva temporada artística.

26 agosto, 2015 02:00

Philipp Fröhlich en su estudio. Fotografía: Miguel Ángel Tornero

Sus pinturas aparecen ante nosotros como imágenes salidas de un estado parecido al sueño. Siempre evitan la presencia humana. Son espacios abiertos, marcados por una naturaleza fuerte y dominante, vital, que conviven con paisajes en los que siempre sentimos implícita la presencia ajena. Algunos son espacios naturales y otros urbanos. Nubes, carreteras, luces, tendidos eléctricos, un baño público, un banco solitario... Y troncos, bosques y árboles, muchos árboles, como los que presentará en septiembre en Juana de Aizpuru, su nueva galería tras el cierre de Soledad Lorenzo.

Philipp Fröhlich (Schweinfurt, 1975) despliega su peculiar sentido del humor nada más traspasar las puertas de su estudio en Madrid. El suyo es un humor alemán, como sus orígenes, entre cálido y satírico: "Como decía Canetti, los alemanes somos el pueblo del bosque. Desde que nuestros ancestros se escondían detrás de los árboles con un palo para pegar a los romanos que pasaban, tenemos esta relación con el bosque, y debo admitir que la comparto", dice.

Hay algo de escapismo y de enfrentamiento en mi pintura. Es una actividad en que las cosas difíciles se hacen fáciles y las fáciles, difíciles"

Lleva dos años pintándolos, más o menos, al tiempo que ojea varios libros sobre la supervivencia y reproducción de ciertos árboles. Están encima de la mesa junto a Riddley Walker de Russell Hoban, esa novela de ficción de inglés imposible y personaje errante, llena de dobles y triples sentidos. Es uno de sus libros preferidos, y el que le ha prestado el título para su nuevo debut: Hoap of a Tree. También le acompañan pinturas en biombos japoneses, especialmente los "Namban", y la música de Scott Walker, Current 93, Elvis, Baby Dee y Gustav Mahler.

Todos amenizan la buena dosis de paciencia que dedica a cada cuadro. El proceso es minucioso: primero en el ojo, después, en la memoria, luego en la maqueta y, por último, en la pintura. "Suelo pintar entre 4 y 5 cuadros al año. Me gusta pintar con un proceso lento y laborioso. Cuando estoy a punto de terminar una obra, conozco cada centímetro cuadrado de memoria. Esa relación de pasar mucho tiempo con el cuadro es fundamental para mí", explica.

En todos usa témpera sobre lienzo como técnica, un gusto por el color decididamente escenográfico y una pincelada ágil y corta que, en superposición, recrea dinamismos cromáticos más propios de la reproducción gráfica que del mundo pictórico. En realidad, sus obras no parecen cuadros. ¿Son pintura? "Hay algo de escapismo pero también de enfrentamiento. La pintura es una actividad en que las cosas difíciles se hacen fáciles y las fáciles, difíciles, en cierta manera. Tiene la virtud de crecer como una forma orgánica aunque luego el resultado es instantáneo. Hay un componente solitario y romántico, y también hay mucho esfuerzo".

Detalle de una de sus últimas pinturas

-¿Cómo han cambiado estas obras de las que hacía al principio?
-Hace años, para mi proceso de trabajo, cogía noticias que había leído en la prensa, por internet o que extraía de la literatura. A través de descripciones y de imágenes que podía encontrar, me imaginaba un escenario que luego construía en una maqueta, para pintarla después. Aunque no he cambiado este proceso, en los últimos años se ha transformado un poco. Todavía parto mucho de cosas que leo en la prensa o por internet, o que cojo de la literatura, pero ahora dejo normalmente que maduren estas primeras imágenes y que se mezclen con otros temas que tengo en la cabeza, a menudo durante unos años. Ahora me interesa mucho ver cómo se pueden unir cosas que a primera vista no tienen nada en común y cómo crean algo nuevo.

-Sus obras desprenden cierta extrañeza, cierta acción latente. ¿Es algo consciente? ¿Qué busca en ello?
-Tal vez esa sensación tiene que ver con esas imágenes que tenemos en la cabeza cuando leemos, o cuando alguien nos cuenta algo. Esa imaginación que salta casi de forma automática a la cabeza que tanto me fascine y tanto me sirve de base para mis cuadros. En este sentido, mis obras son muy familiares, aunque al mismo tiempo, el origen de estas imaginaciones siempre me ha parecido algo misterioso, de una autonomía extraña.

Actor solitario

La experiencia de Fröhlich como escenógrafo y su conexión con el mundo del teatro lo llevan a utilizar maquetas para construir los espacios que luego pinta. Esas maquetas las concibe como escenografías y, precisamente, ese carácter de repetición es lo que hace que sus imágenes se acerquen a lo fantástico. "Estoy acostumbrado a pensar con maquetas, como muchos escenógrafos y arquitectos, aunque nunca tengo la sensación que son el contenido de mis cuadros. Son como muletas para probar y solucionar cosas antes de pintar", explica.

Detalle del biombo que presentará en Juana de Aizpuru

Siempre le han fascinado los escenarios ("me gustan los formatos que me envuelven y supongo que mis obras tienen algo de teatral en ese sentido", dice). El apego viene de sus estudios de escenografía en Alemania. Durante años, trabajó como asistente del escenógrafo Karl Kneidl, profesor de la Kunstakademie de Düsseldorf. Aunque confiesa una debilidad: le cuesta mucho trabajar en equipo. Philipp Fröhlich es, más bien, un solista. Seguramente por eso le cuesta identificarse con otros artistas. Él va por libre. Ahora, tras doce años sin trabajar en escenografías, dice volver a tener ganas de hacer algo puntual en ese campo, tal vez una ópera. Algo especial.

-¿Y el arte, entonces? ¿Dónde lo ubica?
-Me gusta lo amplio que suena esa palabra. Soy sinesteta y mi cabeza conecta colores con letras y palabras. Para mí la palabra "arte" suena a un rojo y, aunque me gusta mucho el rojo, me cuesta mucho identificarme con él y lo mismo me pasa con la palabra.

-¿Y la pintura de qué color es?
-La palabra pintura suena a verde, color con el que me identifico plenamente, aunque en alemán es malerei, y esa me suena a un rojo otra vez, aunque más oscuro.

@bea_espejo