Arte

Nueva mano de pintura

9 enero, 2015 01:00

Lleva décadas envuelta en definiciones, muriendo y resucitando en un bucle sin fin. Se ha vinculado a lo urgente, lo híbrido, lo vitamínico, lo maldito... La pintura ya no es lo que era. A veces ni siquiera hay lienzo, ni pinceles, ni pigmentos. La pregunta es inevitable: ¿A qué llamamos pintura hoy? Buscando la respuesta aflora una nueva generación de artistas para los que la pintura manda de nuevo. Más que una técnica, es para ellos una tradición, un gran caleidoscopio de ideas que ha hecho de la contaminación su razón de ser. Hay muchos nombres, aunque en El Cultural apostamos por seis jóvenes artistas, nacidos en los 80, que agitan sus márgenes y se instalan en sus fisuras. Además, David Barro, uno de los comisarios que más ha estudiado las derivas de la última pintura española, actual director de la Fundación Luis Seoane de La Coruña, los pone en contexto en este nuevo boom. Bienvenida la euforia.

Miren Doiz

Gesto expansivo

Aunque el resultado parezca improvisado, Miren Doiz (Pamplona, 1980) calcula cada una de sus manchas de color, cada toque de cinta adhesiva. Su pintura sale del lienzo para subirse por las paredes, bajar al suelo e invadir todo aquello que le rodea. Invade el espacio tratando de desbordar los límites tradicionales de la pintura, de activar la arquitectura o los objetos a través del color. A medio camino entre la instalación y la fotografía, sus obras son trampantojos que invitan al espectador a entrar en el cuadro, a ser parte escénica. "Trabajo con el espacio y ‘lo sensorial', con el suceso y lo efímero, así como con la hibridación de la propia pintura", explica.

Antes de irse

Está en un momento inmejorable. Mientras disfruta de la beca Pollock-Krasner, su interés por desbordar los límites tradicionales de la pintura ha colocado su trabajo entre los más interesantes de su generación. Comenzó con los objetos que le rodeaban para hacer sus Cuadros habitados, situaciones pictóricas donde la pintura lo cubría todo, de las que quedaba una foto. Luego se volcó con los trampantojos espaciales, como vimos en ¡A vueltas con la maldita pintura! en el Museo ICO. En 2014, en Ocho cuestiones espacialmente extraordinarias, en Tabacalera, dio un giro. Su habitual sello desaparecía en busca de la no pintura. Así titula sus últimas obras, en las que se obliga a no utilizar ni brochas, ni pinceles, ni pintura. "El gesto, fundamental para mí, se vuelve imposible". Las veremos en ARCO, en la galería Moisés Pérez de Albéniz, que le dedicará la próxima temporada su primera individual en Madrid.


Alain Urrutia

Pintura incómoda

Lleva casi un año viviendo en Londres y dice que la incomodidad mental que genera una ciudad tan grande, y la sobreinformación a la que no estaba acostumbrado en su Bilbao natal, están incorporando sutiles cambios en su pintura, aunque Alain Urrutia (1981) sigue apostando por lo borroso, lo irrepresentable. Por la imagen como medio para producir pintura. La suya es sugerente, misteriosa, y parece reposar en su propia penumbra. Utiliza el recurso de la fotografía como una herramienta más para la construcción de la imagen pictórica. Para pensar el cuadro como una expansión de posibilidades.

Antes de irse

En esa idea de lo incompleto, pronto aparecen referencias de artistas como Luc Tuymans o Michael Borremans. Como las de ellos, también sus obras son extrañas, de una corporeidad incómoda. Alain Urrutia retarda la percepción de la imagen y, al mismo tiempo, la tensa, la expande, la intensifica. Hace de ella un mensaje cifrado. "Mi pintura guarda una estrecha relación con la Historia y, por lo tanto, una íntima conexión con la memoria. Me interesa lo que sucede dentro de la pintura, un juego de sombras en el que, a través de capas en blanco y negro, y de recursos como el reencuadre y la ocultación, se destacan algunos detalles para producir imágenes evanescentes y, en ocasiones, inalcanzables", explica.

Esa destrucción óptica de la imagen la vimos en Naufragio/Esperanza, su debut en la galería CasadoSantapau de Madrid en 2012, donde prepara ya su segunda individual para este año. Aunque antes busquen a este "pintor de cabezas" en el espacio de Beers Contemporary de Londres, donde expondrá en marzo, y en la Kunsthalle de São Paulo, donde también prepara un proyecto.


Guillermo Mora

Juego matemático

Para pintar, Guillemo Mora (Alcalá de Henares, 1980) prescinde de todo: del bastidor, de la tela y de la pared. El artista utiliza kilos de pintura y espera a que se sequen para doblarlos e intentar comprimirlos, en una lucha física con la materia. Con ello habla de tiempo, del error como posibilidad. A veces, unas gomas elásticas contienen el paquete generando nuevas formas, el volumen de la pintura, como en Penta pack, (2012), ganadora en Generaciones 2013. Otras, las apila buscando el equilibrio, como en Mis pies, tu cabeza (2014), una de las obras que vemos ahora en la exposición El ojo toca, en la galería Formato Cómodo, en diálogo con uno de sus máximos referentes, Miquel Mont.

Su trabajo se mueve constantemente entre dualidades, entre lo medido y lo improvisado, lo lúdico y lo físico, indagando en los mecanismos estructurales de la pintura, multiplicando su lenguaje. Dice que le interesan los espacios fronterizos ("porque permite lo uno en lo otro") y que todas sus obras surgen como una reflexión sobre cómo hacer pintura, ya quede reflejado luego como tales, esculturas o instalaciones. Un mix de las tres era la obra con la que ganó II Premio Audemars Piguet, que pudimos ver el año pasado en ARCO 2014.

Cintura, de la serie Pedazos

Confiesa estar en un momento de nuevos planteamientos y nuevas metas. Momento de celebración tras ser incluido en la monografía 100 Painters of Tomorrow. "Tengo ganas de volver al trabajo de escritorio, a desarrollar obras que sean abarcables con mis manos sobre un tablero", explica. Un juego llamado pintura, o como suele decir, "un manual de instrucciones incompleto compuesto a base de sumar, restar, multiplicar y dividir", que deviene cada vez más sofisticado y complejo. En él trabaja ya para su segunda individual en Casa Triángulo, en São Paulo, y para la 9ª Biennal Leandre Cristòfol en el Centro de Arte La Panera, en Lérida.


Santiago Giralda

Zonas de contacto

Explica Santiago Giralda (Madrid, 1980) que tiene fijación por paisajes remotos, glaciares, icebergs y montañas, por lo que tienen de conquista de lo desconocido. Como un explorador dice sentirse al pintar, en "un proceso en el que aceptar las incertidumbres para sortear accidentes y descubrir otras realidades. Mi intención al pintar paisajes es promover ese impulso del espectador hacia la contemplación, equiparando esa majestuosidad de la naturaleza a la propia pintura".

El observador

Instalado en Madrid, en la Nave Oporto que comparte con otros artistas volcados en lo pictórico, como Miki Leal, FOD (Francisco Olivares Día), Irma Álvarez Laviada, Manuel Saro o Belén Rodríguez, sus obras invitan a reflexionar sobre las posibilidades de la pintura en el masificado entorno digitalizado de lo contemporáneo. Giralda parte de imágenes mediáticas y trabaja con programas de edición para, finalmente, pintarlas. Además, aplica la pintura de diversas maneras para conseguir una superficie ecléctica que enfatiza la dimensión temporal y física de una imagen que sólo nos da contadas pistas de lo que cuenta. El énfasis que hace en el espacio vacío, a partir de fisuras blancas, chorretones y partes de lienzo sin cubrir, hace del cuadro una construcción siempre inacabada, como cualquier paisaje.

La suya es una pintura como interfaz que actúa como una pantalla entre lo real y lo virtual, a través de la que el espectador hace suyo un territorio personal e íntimo. Entre sus últimas exposiciones está 2014/Antes de irse. 40 ideas sobre pintura, en el Museo de Arte Contemporáneo de La Coruña, en 2013. En 2014 lo vimos también en Generaciones.

Irene Grau

Luces y sombras

Las obras de Irene Grau (Valencia, 1986) son pinturas móviles, fluctuantes y vibrantes, que se acercan a búsquedas que preocuparon en sus inicios a artistas como Maider López, uno de los nombres que desde el 2000 también reflexiona sobre los límites que sustentan lo pictórico. Tampoco está lejos de Daniel Buren al reducir la pintura al grado cero. Dice que pinta para buscar un espacio, que ella compone a base de monocromos. Habla de sombras y transparencias, de un escenario abstracto, de pintar con la luz. "En este proceso la pintura se integra en estructuras tan sólo para mostrar el color (color, nada más); color que se extiende siempre sobre una superficie, que ya no tiene por qué ser plana, y ‘eso' que ocurre (entre el color y la superficie) es lo que adquiere para mí una relevancia esencial. Ese halo que sobrepasa el soporte para proyectarse sobre otro lugar. Estoy segura de que eso es pintura, y también de que ya no lo es", dice.

Esmalte sobre bastidor en paisaje. Amarillo

Lo más interesante de esta artista, que este año tendrá su debut en la galería Ponce + Robles de Madrid con una individual, está en su manera de trabajar cromáticamente un espacio vacío. Sus últimos trabajos son intervenciones en el paisaje, esmaltes sobre bastidores sin tela que fotografía y luego desmonta. Una especie de acción pictórica y fotográfica. "Primero está el paisaje, la pintura, y luego la fotografía, y acto seguido no hay nada, pero queda el registro, un recorrido, una ubicación y una pintura con esa historia".


Kiko Pérez

Estímulos primarios

Acaba de regresar a Madrid de una residencia en Helsinki, la HIAP, en colaboración con el programa de El Ranchito de Matadero. Y ha vuelto con la pintura de nuevo en su cabeza. Kiko Pérez (Vigo, 1982) confiesa mantener una relación ambigua con la pintura, entre lo bidimensional y lo tridimensional, entre el cuadro y la escultura. Los límites entre ambos se rompen moviéndose en un limbo difuso. "Mi idea de la pintura siempre tiende a ser contradictoria; en el caso de los papeles, múltiples capas de pintura van dotando a la obra de cierta objetualidad, sin embargo los objetos pintados parecen hacer el camino de vuelta a la pared, quedándose en el ámbito de la imagen. No suelo diferenciar lo que hago entre pintura y escultura, ya que comparten más cosas que lo que las diferencia", explica. Una dualidad que vimos en 2011 en Hola-Por favor-Gracias-Hasta luego, su individual en la galería Heinrich Ehrhardt de Madrid, para la que tiene prevista nueva exposición en junio.

Swiss Sword

Todo parte de empatías y afectos. De un "contacto húmedo -añade-, de algo muy físico y sensual. Ese es el hilo conductor de mis obras. Todo es un ejercicio de orden". Esa mirada desinhibida la vuelca también en los materiales, las técnicas y las formas. Las convenciones están lejos de su pulso pictórico. Sus composiciones geométricas remiten directamente a elementos cotidianos como mapas y planos de ciudades que el artista reinterpreta, así como rozaduras y marcas accidentales. Así es como Kiko Pérez reivindica el lugar de la mirada. Lo inestable y lo imprevisto.