Image: Es el turno de Asia

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Arte

Es el turno de Asia

Diez bienales y una feria obligan a mirar al continente

18 septiembre, 2008 02:00

Obra de Klaus Metting en la Bienal de Shanghai

Todavía fresco el dulce recuerdo de los Juegos y con la vista puesta en la Exposición Universal de 2010, Shanghai toma el relevo de Beijing como capital cultural de China con la inauguración de su bienal, Translocalmotion, y su feria de arte, Shanghai Contemporary. Pero la ciudad no es el único frente abierto hoy en Asia. Otras nueve bienales han abierto sus puertas esta semana.

Julian Heynen, director del K21 de Dusseldorf es, junto al holandés Henk Slager y el chino Zhang Qing, el comisario de esta Bienal y no oculta las dificultades a las que se han enfrentado para aportar una lectura propia sobre un tema que venía impuesto desde las más altas instancias oficiales. El término empleado, Translocalmotion, alude a la trepidante movilidad de un escenario como el de Shanghai, sujeto a transformaciones constantes. Pero esta movilidad no se ciñe estrictamente a los flujos migratorios, asunto tan manido en el arte de hoy, sino a desplazamientos de todo orden, ya sea de transeúntes, de salidas vacacionales o los que se dan en el espacio cotidiano. La exposición nace de la consideración de Renmin Square, la plaza principal de la ciudad y en la que se encuentra el museo, como zona de conflicto y eje de tránsito prioritario. Alzada sobre lo que fue un hipódromo construido en 1863 por los ingleses, hoy es un parque ajardinado jalonado por edificios institucionales como el Gran Teatro, el Museo del Urbanismo, el propio Museo de Arte y el Museo de Shanghai, que guarda muchas de las joyas de la milenaria tradición china. Es, por tanto, un lugar de encuentro de marcado acento cultural bajo el que se esconde, en un colosal centro comercial subterráneo, la versión más desbocada del capitalismo contemporáneo. La paradoja es asombrosa. En Renmin Square convive un matrimonio de conveniencia entre el régimen chino actual y el capitalismo, que es tan estable como insólito. Los dos mitigan los excesos del otro. Y es ésta la base sobre la que se alza la bienal formada por 60 artistas de los cuales la mitad son asiáticos, seleccionados por Zhang Qing, y la otra mitad occidentales.

La exposición se articula en torno a tres temas que pueden verse en los tres pisos del museo y en el exterior. Las intervenciones públicas han sido un acierto sólo relativo por la negativa de las autoridades a permitir a los artistas trabajar en la plaza Renmin. En vez de eso, estos se han tenido que conformar con mostrar sus trabajos en el espacio circundante del museo. No sería un acierto relativo sino un verdadero dislate si la negativa de la autoridad no tuviera el enorme calado conceptual que tiene y que sigue arrojando luz sobre algunas de las limitaciones aún vigentes en las distintas formas de expresión, entre ellas por supuesto la artística. Así, uno de los mejores trabajos de la Bienal es el de la holandesa Jeanne Van Heeswijk, quien salió a la calle a preguntar a los viandantes por sus sueños e ilusiones para el futuro de su ciudad. Las transcripciones de esas ilusiones se han impreso sobre camisetas rojas que cuelgan del museo como si de un comercio se tratara.

La exposición está dominada por un ambiente de corrección absoluta, con un perfil documental muy marcado en muchos artistas chinos y con un aire más poético y metafórico en los trabajos de los artistas occidentales. Más allá de tratar de fragmentar el espacio en tres secciones diferentes, creo que ésta es la división más llamativa. Es curioso comprobar las diferentes formas de aproximarse al tema en unos y en otros. Los chinos se ciñen al lema propuesto de una manera casi literal mientras que los occidentales lo hacen desde una posición más abstracta, con artistas -éste es uno de los fallos de la exposición- casi exclusivamente del entorno centroeuropeo. Sólo hay un brasileño y una mexicana. Sorprende la ausencia de artistas franceses, ingleses, italianos o españoles (no, esto no sorprende) pero llama también la atención la ausencia de africanos pues algo tendrán que decir los artistas procedentes de urbes como El Cairo, Lagos o Kinshasha sobre movilidad y flujos urbanos.

Si la corrección es el tono de la Bienal, otra cosa es lo que destila la feria de arte Shanghai Contemporary, que es ya el referente del mercado asiático. Es un proyecto privado, y se nota. En esta segunda edición, la feria juega un papel importante entre el coleccionismo asiático pero tengo mis dudas sobre el posible éxito de las galerías europeas (ocho españolas) y americanas, que vienen más bien a ver qué se cuece por estas latitudes. Muchas vienen a crear las primeras conexiones, quizá traten de intercambiar algún artista, y otras más ambiciosas se plantean abrir aquí un espacio, como ya empieza a ser habitual en muchas galerías occidentales. En los pasillos la estridencia era la nota dominante, especialmente visible en algunas piezas del espacio dedicado a los proyectos, que es la verbena de todas las ferias.

Pero la atención artística no reside exclusivamente en Shanghai en este septiembre asiático. Busan, Taipei, Honk-Kong, Singapore, Gwangju o Seúl también han inaugurado sus bienales. La de Taipei es una de las más consolidadas, ahora en su sexta edición y este año ha sido organizada por el taiwanés Manray Hsu y el turco Vasif Kortun. Hay aquí un claro posicionamiento político que exige cierto esfuerzo al espectador, que no debe esperar grandes emociones. Pero no hay duda de que entre los planteamientos propuestos y el resultado final de la exposición hay una coherencia incuestionable. Un recorrido por las salas del Museo de Bellas Artes de Taiwán ofrece una densa perspectiva de los problemas de hoy. El cambio climático, la vorágine especuladora, el disparate de las políticas internacionales, la inmigración, el ocaso de la sociedades primitivas, los sistemas de producción o la conflictiva relación entre arte e institución son algunos de los asuntos que aquí se tratan -con coherencia, insisto, y en profundidad- aunque hay algunos proyectos que se exceden en sus propuestas políticas, como la selección que ha realizado el alemán Oliver Ressler en un apartado de la exposición que, bajo el título A world where many worlds fit, resulta panfletaria y agotadora.

Hay interesantes proyectos que nacen de vivir el lugar y que ponen el acento sobre la realidad del contexto. Un alto porcentaje de los trabajos han sido producidos ex profeso, lo cual es uno de los aciertos de la exposición, que incluye tres proyectos españoles. Lara Almarcegui preservará una pequeña isla del río Danshui para evitar que caiga en garras especuladoras y también ha demolido el muro de entrada a una casa del centro de la ciudad; Democracia presenta su último vídeo, Welfare State, en un extraordinario espacio de una fábrica de cerveza, y, finalmente, Marcelo Expósito y Nuria Vila, que participan en la sección de Ressler.