Arte

El acontecimiento. La imagen que fija la vida

El acontecimiento

1 febrero, 2007 01:00

Léon Gimpel: Issy-les-Moulineaux. salida del dirigible militar "Le Temps" para el desfile del 14 de julio de 1911

Comisarios: Régis Durand y Michel Poivert. Jeu de Paume. Place de la Concorde. París. Hasta el 1 de abril

¿Cómo pasan las cosas que fija la memoria colectiva? ¿Con qué asociamos los hechos que constituyen la trama de la historia? Hoy más que nunca lo que seguimos llamando historia es sobre todo representación, imagen, y cada vez menos relato. Y este desnivel, esta fluctuación de sentido, es lo que permite apreciar esta magnífica exposición. El acontecimiento es una iniciativa de Régis Durand, el anterior director del Jeu de Paume, sustituido recientemente en ese cargo por la española Marta Gili, quien ha trabajado para su preparación con un equipo de cinco comisarios, dirigido a su vez por Michel Poivert.

Con un enfoque temático, la muestra se articula en cinco secciones que no se abordan cronológicamente, sino como núcleos temáticos: La guerra de Crimea (1853-1856), La conquista del aire (1909-1911), El 11 de septiembre de 2001, Las vacaciones pagadas (1936) y La caída del muro de Berlín (9 de noviembre de 1989). Aunque en los cinco casos se trata de acontecimientos que tienen un alcance mundial, la guerra de Crimea, el conflicto bélico que enfrentó al Imperio Ruso con Inglaterra, Francia y otros aliados, y la concesión de las vacaciones pagadas a los trabajadores por vez primera en la historia bajo el gobierno del Frente Popular francés, uno de los más grandes avances sociales del siglo veinte, tienen una incidencia especial en la historia de Francia.

Si en la sección dedicada a la guerra de Crimea podemos ver cómo la pintura de historia deja paso a los dibujos y grabados de las revistas ilustradas de la época y a las primeras fotografías, en los otros bloques se aprecia el papel central de la fotografía, y también de sus derivados: el cine y el vídeo, en la fijación colectiva de las imágenes de los acontecimientos. Con ello, podemos destacar ya un rasgo importante que la exposición pone de manifiesto: esas imágenes pertenecen en todos los casos a los medios de comunicación de masas: periódicos, noticieros cinematográficos, informativos de televisión. Son, en un sentido primario y directo, comunicación.

Es una cuestión decisiva, en un doble sentido. Por un lado, porque nos permite establecer una diferencia sumamente relevante entre el carácter masivo, repetitivo, indiferenciado, de las imágenes que fijan los acontecimientos históricos en el mundo contemporáneo y el carácter singular, irrepetible, diferente, de la imagen artística que privilegia en sí mismo el valor del instante estético. Por otro, porque si la fijación del acontecimiento se establece a través de elementos de representación estereotipados e inmediatamente reconocibles en una escala cada vez más global por su repetición, el mantenimiento de relatos históricos alternativos, de tradiciones culturales diferentes, resulta cada vez más problemático: todos hemos vivido directamente en la imagen la caída del muro de Berlín o la barbarie del ataque a las Torres Gemelas, sin ser berlineses o neoyorquinos.

Todo esto nos da esta hermosa muestra, muy meditada en su planteamiento y desarrollo, y excelentemente presentada en su montaje: impresionante, por ejemplo, la reproducción de las primeras páginas de la prensa de Estados Unidos al día siguiente del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001, con variantes en la tipografía o el diseño, pero siempre con la misma imagen de las torres en llamas. O también el espacio con las fotografías anónimas tras el ataque a Nueva York, o los que reconstruyen las calles de Berlín con el ambiente que se vivía, con la televisión mostrando en directo a la gente cruzando de un lado a otro de la ciudad: una frontera definitivamente rota. La intención no es plantear cuestiones estéticas, o ligadas al arte, sino mostrar la manera en que las imágenes (insisto: las imágenes masivas) construyen nuestra percepción de los acontecimientos. En definitiva, estamos hablando de nuestro tiempo. Y, al hacerlo, también del debilitamiento de los sentidos de la historia: un género en su origen narrativo, conviene no olvidarlo, que como tantas otras cosas de nuestra tradición de cultura fue inventado por los antiguos griegos. Antes de la invención de la historia, antes de la utilización democrática de la escritura, en aquella Grecia lejana la palabra mítica y poética fijaba en la memoria colectiva lo que si no desaparecía en el olvido. Después, la palabra compartida en la escritura permitía forjar un patrimonio común de valores donde se forjaban los ciudadanos. Hoy, apenas sin palabras, con ese tópico banal una y mil veces repetido por el que supuestamente una imagen vale más que mil palabras, lo que seguimos llamando historia se vacía, se convierte en mera sombra, en apariencia. Nunca como ahora la complejidad de la vida, de los acontecimientos, se representó de manera tan esquemática, tan simple.