Dacia Maraini, autora de 'Vida Mía'.

Dacia Maraini, autora de 'Vida Mía'. Altamarea

El Cultural

Dacia Maraini, referente de la literatura italiana del siglo XX: "La palabra feminismo se ha vuelto incómoda"

La escritora italiana, candidata al Premio Nobel, cuenta los dos años pasados en un campo de prisioneros japonés, reivindicando el poder de la memoria.

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Quizás Dacia Maraini no sea un nombre fundamental para los lectores españoles. Sin embargo, en la presentación de su último libro, la cola de asistentes doblaba la esquina del Instituto Italiano de Cultura de Madrid.

De hecho, la literatura italiana del siglo XX no se entiende sin ella. Escritora, dramaturga, ensayista y una de las primeras vegetarianas de su generación en Italia, Maraini ha dedicado su vida a explorar las tensiones entre lo social, lo político y lo íntimo.

Presente cada año en las listas de los candidatos al Premio Nobel de Literatura. Ahora, con Vida mía (Altamarea, 2025), recupera un testimonio largamente guardado: los dos años que pasó siendo niña en un campo de prisioneros japonés durante la Segunda Guerra Mundial.

"Es un libro que llevo conmigo desde hace muchos años y que no conseguía terminar. Pero en este momento, en el que vuelven a sentirse vientos de guerra en el mundo, pensé que era necesario escribir mi testimonio", explica Maraini en una entrevista con El Cultural.

La memoria de la guerra

La obra, asegura, trata de transmitir a través de los sentidos qué significa la guerra. "Es un sentimiento de mortificación de la realidad. Significa creer que existe un enemigo externo. Pero el mal no está fuera de nosotros".

Era 1943. Dacia tenía solo seis años y vivía en Japón. Su padre, Fosco, era profesor de la Universidad de Kyoto. Su vida cambió de golpe cuando sus padres se negaron a jurar lealtad al régimen fascista italiano.

La familia fue encerrada en un campo de prisioneros para traidores de la patria, junto a solo otros 18 italianos de los 300.000 que residían en el país. "Nos mantenían entre la vida y la muerte", recuerda.

Pese a todo, Maraini guarda un cariño profundo por Japón. "He mantenido una excelente relación con los japoneses, porque ellos no tenían nada contra nosotros. El problema era el fascismo".

Cultivar la complejidad

La escritura de Vida Mía fue un acto consciente. "El verdadero trabajo está en cultivar la conciencia y la complejidad, y en sublimar nuestros peores instintos en algo positivo para la comunidad".

Dacia Maraini y su familia en Japón.

Dacia Maraini y su familia en Japón. Altamarea

Por eso insiste en que la cultura es la única herramienta contra la barbarie. "Ayuda a crear conciencia y a desarrollar la imaginación. Solo con ella se puede entender el dolor de los demás. Sin cultura, uno se encierra en una burbuja".

Amiga de Pasolini y Ginzburg, amante de Alberto Moravia, Maraini ha atravesado más de medio siglo de literatura italiana. 35 años después de la muerte de su amante, lo recuerda como un hombre muy adelantado, incluso antes que Camus, en la idea del existencialismo.

De ellos aprendió que cada escritor debe crearse su propio estilo. Como una identidad reconocible. "Si cierro los ojos y escucho a Tolstói, lo reconozco". Sin embargo, en cuanto a sí misma duda: "Realista, minimalista, incluso surrealista, depende", confiesa entre risas.

Hoy, este oficio ha cambiado mucho. Los jóvenes escriben, sobre todo, sobre la familia, un tema absoluto en Italia, lo que para ella refleja que hay una crisis de valores. "La idea de volver a una concepción genérica y convencional de la familia no funciona si no se enfrenta la realidad".

Frente al individualismo actual, reclama cohesión, compromiso. Frente a la tragedia de los que huyen de la muerte, del hambre o de la sequía, hay que crear una cultura de acogida que no sea explotación.

El feminismo ha muerto

También el feminismo ha muerto, en su concepción. "La palabra se ha vuelto incómoda. Lo que falta son valores compartidos, una visión colectiva". Fue una de las primeras escritoras que se sumergió en la realidad de las mujeres.

Desde sus inicios, Maraini luchó para recuperar la identidad de su género a través del lenguaje, sobre todo con el teatro, "el lugar de encuentro con la ética". Obras como Una casa de mujeres o Diálogo de una prostituta con su cliente rompieron moldes en una Italia patriarcal.

La escritora quiso darle voz. "Durante milenios, el cuerpo ha sido el único lenguaje femenino: materno, seductor, mortal. Y aún hoy la publicidad lo utiliza como mercancía para vender objetos".

Dacia y su hermana en Japón.

Dacia y su hermana en Japón. Altamarea

En voz alta, denuncia la negación histórica de las mujeres, afirmando que su deseo no existe, sino que es una cuestión de poder. Por eso se declara contraria a cualquier forma de violencia, "incluso algunas palabras que escuchamos siguen siendo profundamente misóginas".

Maraini no rehúye, y señala el patriarcado arraigado en la lengua italiana. "Toda la gramática está basada en la declinación masculina. No se puede cambiar desde arriba, artificialmente: tiene que venir desde abajo, con una conciencia colectiva", sostiene.

Una casa ideológica

Aun después de todas las vueltas al mundo, Italia sigue siendo su casa. "Un país democrático, abierto, con un pasado maravilloso, que merece defensa". No obstante, reconoce que tener por primera vez a una mujer como presidenta, Giorgia Meloni, lo siente como una paradoja por la distancia ideológica.

"Cuando Meloni dice ‘Dios, patria y familia’ resulta casi cómico". En su visión del mundo, en política nunca se debe insultar al adversario: hay que confrontar ideas.

La memoria del hambre

Con la memoria aún viva del hambre y la prisión, Maraini no necesita imaginar lo que están pasando en Gaza, siente esa tragedia muy cercana. "Netanyahu está cometiendo un error gravísimo: está destruyendo su país", afirma.

Y es contundente: "Es un genocidio. No por razones raciales, sino por motivos étnicos, geográficos y territoriales, expulsando a la gente de una zona considerada su propiedad".

A través de Vida mía y de toda su trayectoria, Dacia Maraini reivindica el poder de la memoria, de la palabra y de la imaginación como antídotos contra la violencia y la simplificación. Su voz, a los 88 años, sigue siendo lúcida, incómoda y profundamente necesaria.