Éric-Vuillard

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El Cultural

Éric Vuillard: "La guerra de los pobres es una historia inacabada"

El escritor francés regresa con ‘La guerra de los pobres’, una historia plagada de literatura ambientada en las revueltas campesinas de la Alemania del siglo XVI

18 septiembre, 2020 10:18

¿Qué tienen en común una revuelta campesina dirigida por un teólogo radical en la Alemania del siglo XVI con las protestas de los chalecos amarillos o del movimiento Black Lives Matter? Pues depende. Depende, si le preguntan al escritor francés Éric Vuillard (Lyon, 1968) de cómo entendamos la historia. El ganador del Goncourt por El orden del día, es experto en la defensa de que “la historia es algo vivo y palpitante que siempre está en movimiento, que tiembla y renace”, y ahí radica para él el paralelismo, muy lejano a los postulados políticos en los que pretenden envolverle, que hay entre lo que ocurre hoy y los hechos narrados en La guerra de los pobres (Tusuqtes).

En esta crónica de la rebelión campesina dirigida por Thomas Müntzer contra los príncipes alemanes en el contexto de la Reforma, profundamente literaria y plagada de una ironía socarrona que la hace parecer un relato oral, Vuillard condensa aquello que siempre, incluso hoy, ha marcado a las revoluciones y protestas, “la lucha por la libertad y la igualdad, pues siempre el discurso oficial de quienes están en el poder ha estado en contradicción con los principios que han fundado las sociedades en las que vivimos”. Una realidad presente en cualquier lugar y momento de la historia.

Pregunta. No muestra particular simpatía por el personaje de Thomas Müntzer a quien tacha de loco, intolerante, amargo… ¿Qué le atrajo de él? ¿Qué hizo tan potente su mensaje?

Respuesta. Müntzer es un personaje tremendamente complejo y quise recoger todas sus caras. Muchos de esos adjetivos son el eco de las voces de sus críticos, que lo presentaron como un fanático loco y desequilibrado. Lo que me interesó principalmente de él fue que era un teólogo avezado cuya cultura y erudición no le impidió abrazar los intereses colectivos de los más pobres: artesanos, obreros, mineros, campesinos… Decidió asumir sus quejas y exigir la igualdad no sólo en el cielo, sino en la tierra. Hay muy pocos intelectuales, y menos curas, que toman el lado del pueblo de forma tan clara. Sería difícil encontrar paralelismos en la cohesionada España de figuras literarias rebeladas de forma tan flagrante, pero un siglo después tenemos a Quevedo o Gracián, que terminarían en prisión o en el exilio por haber dicho unas pocas cosas. Corrieron riesgos que hoy sería difícil medir. En el caso de Müntzer, es notable que alguien pliegue sus conocimientos ante la experiencia de otros menos cultivados, esa idea democrática del saber que me gusta mucho.

P. Recorre además otras rebeliones como las de John Wyclif o Juan Hus y es curioso ver como estos estallidos toman muchas veces tintes mesiánicos, se espera un paraíso en la tierra a costa de los ricos, igual que ocurrió en la Revolución rusa. ¿Podría darse algo similar ahora o en nuestras sociedades agnósticas y tecnologizadas de hoy de hoy no prendería esa mecha?

R. El mesianismo es un elemento notable porque, si lo vemos con ojos de hoy y le quitamos los elementos religiosos que se nos escapan, una de sus características principales es imaginar que la historia no ha terminado, que las contradicciones sociales más terribles pueden resolverse. Es imaginar que la igualdad entre los seres humanos es posible, que formas de libertad mucho mayor pueden alcanzarse. Y en cierta forma no es que el mesianismo sea utópico, sino que permite romper con una idea cínica de la sociedad, el que las cosas están ya hechas, establecidas e inmutables. Pero esto no es así.

"Si consideramos la historia inacabada, al leerla nos comprometemos con ella de forma moral e incluso política"

En este sentido, Vuillard piensa que nada nos impide imaginar que en 100 o 200 años nuestras sociedades, tan orgullosas de su democracia representativa, parezcan comunidades muy desiguales donde un pequeño grupo concentra el poder económico. “Tal vez en dos siglos esto parecerá una ficción y es deseable que esto suceda. Esta visión mesiánica nos ayuda a pensar que hay dos formas de ver la historia: una, concebirla como si cada periodo fuese un momento aislado y sin relación con nuestro presente, lo que nos da una idea de la historia como algo frío y congelado; y otra, que dice que la historia es un movimiento que permite cristalizar otros procesos de saber y otra relación moral y política”. Es decir, para el escritor, gran defensor de que el lector se implique e incluso tome partido en la historia, “si la consideramos inacabada, en movimiento, quien la lee está inmerso en ella no contemplándola, y está comprometido con ella”.

El peso de la pobreza

P. La pensadora española Adela Cortina publicó en 2017 un libro titulado Aporofobia donde afirmaba que el miedo al pobre es hoy una patología social. ¿Nuestras sociedades están tan basadas en el éxito material que realmente existe ese miedo a los pobres o más que actual es una constante histórica?

R. Que la gente, especialmente las clases medias, tengan miedo a ser desclasadas es un fenómeno totalmente comprensible, pero creo que, al menos en Francia, ocurre al contrario. Por ejemplo, los chalecos amarillos, que son una revuelta ampliamente nutrida por grupos muy pobres de la población, han suscitado un gran apoyo popular. Y creo que la pobreza es un fenómeno absolutamente central en la tradición, todo el mensaje de Cristo consiste en hacer de la pobreza no sólo una figura, sino su pueblo, así que la palabra pobre es una palabra cuyo significante circula ya saturado durante toda nuestra historia. En España, a mi juicio, esa palabra es el Lazarillo de Tormes, uno de los pilares de la literatura europea. Un pequeño libro que nos cuenta la historia de un chaval que con ingenio intenta sobrevivir pasando de mano en mano. Esta historia está profundamente ligado a la desigualdad y se ha convertido en un símbolo. En España no hay chalecos amarillos, pero quizá están los lazarillos.

"La pobreza está ampliamente ligada a nuestra tradición. En España no hay chalecos amarillos, pero están los lazarillos, todo un símbolo"

P. Una de las bazas de Müntzer y de otros rebeldes de su época como Lutero o Calvino fue la imprenta y la alfabetización del pueblo, algo que a la larga no hizo sino ahondar en la brecha social. ¿Algo así puede suceder con la revolución tecnológica actual, que en su día se pensaba que sería democratizadora?

R. Antes de la Reforma la imprenta estaba ya inventada, pero no ocurría nada. Nuestra época nos hace pensar que los cambios tecnológicos tienen un efecto social inmediato, pero son necesarias otras causas, como esa lucha sociopolítica. De hecho, la imprenta es la que logra evitar que Lutero sea quemado vivo, pues la gente sabe por primera vez cuáles son sus ideas cuando rebate al Emperador. Ahí nace el objeto emancipador más perfecto de la historia, el libro, que va a jugar un papel de enfrentamiento con el poder durante cinco siglos. En el periodo en el que estamos hay algo que nos permite corroborar que la tecnología actual, internet, es efectivamente más opresiva y ambigua de lo que pensábamos. Por un lado, está en manos de sociedades que tienen el monopolio y únicamente se mueven por afán de lucro, lo que lastra su poder emancipador, y por otro lado todo lo que pasa por internet puede ser tomado y controlado por el poder, como vemos con el espionaje, algo mucho más difícil de hacer con el libro.

P. Se habla mucho de la distancia frente a la historia y muchos escritores se dicen incapaces de abordar hechos históricos que han vivido. ¿Qué opina de esa distancia cuando en sus libros el pasado late como si hubiera ocurrido ayer? ¿Podría escribir sobre la Francia o la Europa que ha vivido?

"El presente es oscuro, incierto y amenazado. Hablar de la historia me permite formular un cierto saber que no podría ser dicho de forma más directa"

R. Ahora mismo estoy escribiendo sobre la Guerra de Indochina, pero quizá es lo más cerca que puedo llegar porque pienso que es el contexto social el que determina ampliamente la posibilidad de escritura. Y por el momento, la impresión que tengo es que el presente es oscuro y turbio, incierto y amenazado. Para mí hablar de historia es una forma de hablar indirectamente, desde una posición un poco como la de Gracián, pues no podemos hablar directamente de las cosas. Salvando las distancias, claro, tal vez no por las mismas razones ni corriendo los mismos riesgos, pero tal vez para ser escuchado y entendido. Mientras que Gracián tenía que hablar de forma elegante y críptica, hoy pasar por la historia es como tirar una bola de billar a una banda, permite formular un cierto saber que no podría ser formulado si lo hiciésemos de otra forma más directa.

Y es que Vuillard cree que para lograr la comprensión que busca en sus historias, la segunda mitad del siglo XX todavía está demasiado fresca. “En el siglo pasado la historia nos ha zarandeado y atormentado a todos. La caída del Muro y el fin del comunismo real nos dejó en una situación mucho más difícil de entender de lo que creemos, nos ha dejado en cierto sentido huérfanos”, sostiene el escritor, que opina que el saber es muy tributario de los elementos políticos e históricos “y, por eso, el nuestro es muy tributario del siglo XX. Nos hace falta retrazar las vías problemáticas y difíciles de la emancipación social y repensar cuáles han sido las vías, a veces por terribles, de la dominación y la concentración de poder”. Por eso, en sus libros oscila entre “intentar comprender el origen de nuestros males, como en El orden del día, e intentar comprender el origen de ese impulso de emancipación de nuestras sociedades, como en este”.

La democracia imperfecta

P. En una ocasión me dijo que “la democracia no es un objetivo final, sino un proceso que nadie sabe a dónde ni a qué puede llegar”. ¿Es un error vender nuestra democracia actual como el más perfecto de los sistemas, eso ha generado la insatisfacción de esta época?

R. Es engañarse, sí. En todos los países estamos viendo muchas dudas y recelos, por lo que presentar nuestros sistemas como una especie de materia muerta y definitiva es un engaño. Igual que las propuestas de reforma que vienen del poder, que busca protegerse. La democracia es un proceso, pero un proceso colectivo, no puede ser que unos cuantos gobernantes decidan donar un poco de democracia participativa. Las formas no las conocemos, pero debe ser una experiencia colectiva. Lo vemos en el documental La batalla de Chile, de Patricio Guzmán, que graba un proceso social revolucionario en marcha. Y vemos que cuando va evolucionando, las estrategias y demandas se modifican. La película muestra lo contrario a lo que defiende el poder, que la democracia no es para siempre, sino que está en curso y es una obra colectiva.

"Presentar nuestros sistemas de democracia representativa como una especie de materia muerta y definitiva es un engaño del poder para protegerse"

P. La fórmula de Muntzer era sencilla: “matar a los impíos”. ¿Cuál podría ser hoy, en una sociedad que pretende desterrar la violencia, una forma análoga de actuar y quienes serían esos impíos?

R. Cuando los chalecos amarillos se pusieron a reclamar la soberanía popular se les dijo que ésta residía en las elecciones. Pero en la Declaración de 1789 se dice que la soberanía popular es ejercida por el pueblo directamente y, a veces, a través de sus representantes. Retomando el término de Müntzer, los impíos son los juristas, los eruditos y los políticos que niegan la soberanía popular. Al contrario, los que saben y son leales a la constitución y al proceso de la Revolución francesa son los chalecos amarillos, por lo que, en cierta, forma los guardianes de nuestros principios sociales están blandiendo pancartas en las rotondas y no en el Consejo Nacional.  

P. Todas estas luchas humanas por la libertad y contra la desigualdad son una sucesión de derrota tras derrota. ¿Cuál sería para usted la victoria final?

R. No creo que se pueda decretar, no sé cuál podría ser la forma más deseable de vida social. Como todo el mundo tengo mis intereses y mis gustos, pero debería ser algo que se hiciera colectivamente. De hecho, no imagino una sociedad establecida para siempre. Las ideas sedimentan y las luchas del pasado han modificado profundamente las estructuras sociales. Para imaginar el futuro que queremos puede ayudarnos rebelarnos contra esa forma de pensamiento que consideraría la historia como algo parado y congelado y la democracia actual como el sistema más perfecto. Lo que me ha enseñado la escritura de este libro es que la historia no está muerta, que no podría describir a Müntzer como algo ajeno a nosotros. Es al contrario, pues cuando se lee el Lazarillo, tenemos la sensación de que la historia no ha acabado, de que esa lucha sigue viva. y eso mismo ocurre con La guerra de los pobres, que es una historia inacabada.