Rodrigo Fresán. Foto: Alfredo Garófano

Rodrigo Fresán. Foto: Alfredo Garófano

El Cultural

Rodrigo Fresán: “Lo del canon es para gente que en realidad no lee”

El escritor argentino culmina con ‘La parte recordada’ la epopeya de reconstruir en un tríptico los mecanismos mentales de un narrador

18 octubre, 2019 09:15

“Probablemente nunca se haya escrito en toda la historia de la literatura tanto sobre no poder escribir”, bromea Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) sobre un empeño literario que le ha tenido absorbido durante la última década. Y es que con las más de 700 páginas de La parte recordada (Literatura Random House) el argentino pone punto final a todo un universo en el que se propone reconstruir los mecanismos mentales de un escritor. Una serie de novelas atípicas donde a través de digresiones, analogías, referencias, recuerdos y sinapsis compone un tríptico conformado también por La parte inventada y La parte soñada que está protagonizado por un escritor que no escribe, aunque para el autor “el verdadero terror de un escritor es que no se te ocurran cosas, sentir que no tienes nada que decir, porque la escritura no es más que transcripción, es la parte mecánica de esa idea anterior”, explica.

Pregunta. El protagonista intenta recapturar su don perdido, esta vez a través del idioma del recuerdo, ¿por qué es mejor el recuerdo que la imaginación o los sueños?

Respuesta. Son tres partes de la misma cosa, los tres ingredientes de la receta de la narración y tú puedes graduar la cantidad de cada uno, ir alterándola según te convenga. Pero me parece que las tres son igualmente importantes, porque cuando recuerdas también inventas o corriges. Y, de algún modo, también sueñas, porque muchas veces recuerdas cosas que no sucedieron, lo que es una especie de sueño despierto.

P. Este volumen se centra en cómo recuerda un escritor, ¿en qué punto es diferente a la reconstrucción que todos hacemos diariamente de nuestra vida?

R. En nada, pues todos somos recordadores profesionales. Cualquier persona se reescribe, se reinventa, se recuerda a voluntad, pero el escritor profesionaliza algo en lo que todo el mundo es amateur, lo explota y lo utiliza a veces de manera sádica y a veces masoquista.

P. Explora en el libro la fiabilidad de la memoria. ¿Qué hay de real en los recuerdos?

R. La fiabilidad de la memoria es casi nula o inexistente, pero no me parece que eso sea un problema. De hecho, la vida sería bastante espeluznante si tuviéramos una memoria absoluta y perfecta al detalle, como demuestra el cuento “Funes el memorioso” de Borges o aquel episodio de Black Mirror donde todos los recuerdos se graban en vídeo… No sé cuál de esos dos purgatorios, el recordar a conveniencia o el recordarlo todo ultrapreciso está más cerca del infierno. Y más allá de todo esto, si eres escritor, tienes que hacer con el recuerdo algo meritorio que trascienda al propio narrar, como hizo Proust, que llevó esto a unas alturas vertiginosas y ya dijo todo lo que hay que decir en este campo.

P. ¿Se puede escribir sin implicar de algún modo a la memoria?

R. No, la obra es memoria. Uno está todo el tiempo haciendo memoria, por lo que  de algún modo siempre estás siendo autobiográfico también. Y además hay otra cosa. A medida que uno crece y envejece, la capacidad de fantasear hacia delante va disminuyendo, porque el horizonte está más cerca mientras que el pasado va ensanchándose y volviendo cada vez más interesante.

"La gran literatura no se muere, pero sí es preocupante que la de masas, los best sellers, están cada vez peor escritos "

Más allá de la escritura, la otra reivindicación de Fresán en estos libros es la lectura, algo a lo que muchos escritores que con el tiempo dejan de escribir, como Philp Roth o Kundera, nunca renuncian. "Es que no se puede escribir sin leer”, defiende el argentino. “Hay casos muy puntuales, como Jack London, que fue escritor y después leyó. Pero me parece una tontería escribir sin leer, porque te pierdes la parte que te sostiene para poder encarar el trabajo de la escritura, que es mucho más arduo que el de la lectura”, explica. 

En este sentido, el escritor comenta que le “encantaría que la gente disfrute leyendo mis libros pero también me gusta que les dé cierto trabajo. Hay una anécdota maravillosa sobre una vez que Nabokov envió un relato a la revista New Yorker y lo recibe de vuelta con una nota del editor diciendo que podía resultar un poco trabajoso para el lector. Nabokov le respondió: ‘no me parece mal que le resulte un poco trabajoso a alguien después del muchísimo trabajo que me costó a mí’”, ilustra Fresán, que si bien reconoce que disfruta “de los narradores puros que no me ofrecen ninguna dificultad como Stephen King, un caso clarísimo de narrador superperfecto en el que las páginas pasan sin más problemas, a la vez me parece que tiene que haber una cierta complejidad o desafío en la lectura”.

P. Todo este tríptico es un canto a la literatura y a mantenerla viva con la lectura y la escritura, ¿realmente se está muriendo la literatura o simplemente está mutando hacia otra cosa?

R. No, la literatura con mayúsculas ni muere ni se convierte en otra cosa. Los Proust, Joyce, Kafka, o en otros terrenos Vonnegut o Borges, gozan de perfecta salud y además de cada vez más lectores por una cuestión sencillamente demográfica, cada vez hay más gente. Lo que sí me parece preocupante es que la literatura de masas, los best sellers, sí están cada vez peor escritos. Yo soy un gran lector de best sellers y los disfruto mucho, y si comparas los vampiros de Anne Rice con los de Crepúsculo, los primeros parecen escritos por Thomas Mann. Y si uno se acuerda de Morris West, Irving Stone, Robert Ludlum, Leon Uris… eran libros que estaban muy bien hechos y entraban en las listas de más vendidos.

P. ¿Entonces podríamos hablar de un descenso de la calidad media de la literatura?

R. Quizá sí, porque eliminando prejuicios, hay que reconocer que en los best sellers bien hechos aprendes buena parte de los trucos de cómo contar. Nadie va a aprender cómo narrar con Proust, lo aprendes en otro sitio, y luego de los grandes aprendes el estilo. Pero además, la calidad media de la literatura también ha descendido porque cada vez hay menos editores. En los últimos años ha cambiado mucho la idea del negocio editorial, no tanto el que sea un negocio, que siempre lo fue, sino otros criterios como la paciencia. Hace poco leía la biografía de Maxwell Perkins, editor de Thomas Wolfe, de Hemingway y de Fitzgerald, autores entonces jóvenes, y se cuenta que la editorial les daba a cada uno cinco libros de margen para que, independientemente de pérdidas o ganancias, se desarrollaran como escritores. Ahora eso es imposible.

"No sé cuál de esos dos purgatorios, el recordar a conveniencia o el recordarlo todo ultrapreciso está más cerca del infierno"

Otro tema de actualidad en la literatura que ocupa a Fresán es el de la literatura del yo excesivamente testimonial, tan en boga hoy en día, que para el escritor supone una perversión de una técnica literaria válida que alcanzó la cima con En busca del tiempo perdido. “La gran lección de Proust es que no debemos hacer que la autobiografía sea ficción, sino que la ficción sea autobiografía. El Proust que no es Proust de su relato me interesa mucho más que el que un escritor me narre sin filtros la agonía de su padre”, opina el escritor, que asegura que lo que hace se parece mucho más a “lo que hace Philip Roth con Nathan Zuckerman, John Irving con Garp o Jack London con Martin Eden. O a la literatura del yo de Henry Miller, que es como Knausgard pero 1.000 veces mejor porque en lugar de ofrecer polaroids crudas narra con estilo.

“En el auge de este tipo de historias hay un factor determinante que es el tema de las redes sociales. La gente perdió todo el pudor, se autoconvenció de que todo lo que hace es interesante y merece ser comunicado”, valora Fresán, que añade que “de ese malentendido de que tengas 4.000 likes a una idea peregrina han salido libros que después no tiene ningún tipo de trayectoria”.

P. Las referencias de su novela saltan de Kurt Vonnegut y Stephen King a los Beatles y Blade Runner o Anna Karenina y Emma Bovary, ¿ya no hay fronteras entre alta y baja cultura?

R. Yo no sé si alguna vez las hubo, porque hay que recordar que en su época Jane Austen era literatura para señoritas y Fitzgerald era un escritor juvenil. Esto es como lo del canon, que es para gente que en realidad no lee. El lector no necesita más canon que su propio gusto. A medida que va pasando el tiempo yo ya pienso en términos de si está bien o mal escrito o incluso de gusto personal. Me parece que la calidad está clara más allá del género o del vehículo. Sabiendo siempre lo que consumes, porque yo cuando voy a ver Vengadores: Endgame sé perfectamente lo que voy a ver, y me parece una gran película enmarcada en su tipo, pero si tú vas a verla pensando que tiene que ser como Ingmar Bergman… No tiene mucho sentido. La vida es muy corta para estar irritado o indignado por esas cosas, porque además siempre puedes ignorar lo que no te gusta. 

P. Hace unos meses despuntaba en España un debate sobre el apropiacionismo. Usted siempre ha sido partidario de reconocer influencias y modelos, ¿la cultura es eso, ir reciclando todo lo pretérito?

R. Para mí hay un dictum, lo más parecido a las Tablas de la Ley como escritor, que es un ensayo de Borges que se titula El escritor argentino y la tradición cuyo final voy a parafrasear: “puesto que tenemos que resignarnos a la fatalidad de ser argentinos, consolémonos pensando que nuestro tema es el universo entero, y que, por lo tanto, todo lo que hagamos, lo haremos con alegría”. Defiendo eso, porque la idea de sentarte a escribir encorsetado y poniéndote límites a ti mismo me parece delirante. En cuanto a los que no reconocen las influencias me parece muy absurdo, porque ni siquiera hace falta que hayas leído La Odisea para que te influya la idea del tipo que quiere volver a casa y le pasan mil cosas por el camino.

"La división ente alta y baja cultura es un cliché como lo del canon. La calidad está clara más allá del género o del vehículo"

P. Con este volumen cierra un tríptico que, aunque iniciado a nivel editorial en 2014, le ha ocupado desde hace 10 años, ¿qué se siente al mirar atrás, con todo terminado?

R. Estoy muy satisfecho. Todo el tiempo pensaba que es muy fácil escribir un libro muy largo y muy denso y que quede sin terminar, lo difícil es cerrarlo. Y estoy contento de cómo termina con esa última escena que es de despojamiento absoluto donde ya todo es puro presente. A principios de este año me dio terror de que quedara inconcluso, así que escribí el final porque no hubiera soportado teorías de cómo habría acabado, como ocurrió con el 2666 de Bolaño, que a varios amigos nos contó finales diferentes. De cara al futuro, tengo, desde el principio de los tiempos, nueve libretas que son otros tantos posibles libros, así que ya veremos. He dicho mucho, aquí, y tampoco quiero que se me ocurra La parte verdadera, una nueva continuación. Estoy abierto a historias y esperando voces.