Goytisolo

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El Cultural

Luis Goytisolo: “El humor de mis novelas es cervantino, el de mis relatos quevediano”

El escritor publica Chispas, un compendio de breves y contundentes relatos donde vuelca una visión irónica de la sociedad actual

10 junio, 2019 08:34

Barbas hípster y cuerpos depilados, botellones, el desprecio por el conocimiento, la locura de la política actual, la dictadura de lo políticamente correcto, libros de autoayuda, móviles que absorben sin descanso la atención y un punto nada desdeñable de escatología. Toda esta amalgama de chispazos de realidad enhebra Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) en Chispas (Anagrama), un compendio de breves relatos que son como piezas del puzle de nuestra actualidad.

Sentado frente a él en un decimonónico sillón de la Real Academia cuesta pensar que ese hombre serio y de traje, con una chaqueta excesivamente gruesa para el calor madrileño porque “en el AVE ponen el aire acondicionado a todo trapo”, pueda idear estos textos mordaces y contundentes que levantan acta de nuestra época siempre sin opinar, dejando la interpretación al lector. Porque, como cierra el libro Goytisolo parafraseando a Séneca, “hay que saber tomárselo con humor, y entonces hasta tiene gracia”.

Pregunta. La crítica al mundo actual es lo que conecta los variados temas del libro, ¿qué no le gusta de nuestra sociedad?
Respuesta. De lo que reniego principalmente es de la banalización de casi todo. Ha habido épocas peores, pero nunca tan vacías de pensamiento, como refleja la situación social que estamos viviendo con el conocimiento, la enseñanza y la cultura. No soy partidario de retirar los elementos culturales de la educación, como ha ocurrido con la filosofía. Hoy, como todo lo tenemos en el móvil, se está perdiendo el nivel elevado. La utilidad puntual del móvil es maravillosa, pero sólo sirve si tienes un contexto, una serie de conocimientos, porque si no, es vivir en una nube.

P. Esta visión de la actualidad mezcla una mirada irónica con el humor más puramente absurdo, ¿cómo entiende el humor y dónde están sus límites?
R. El humor es para mí algo imprescindible, algo que le quita frialdad a la narrativa. El de mis novelas es cervantino, más refinado, pero el de estas fábulas y relatos es sarcástico, quevediano. Como mis novelas son muy serias, en este tipo de textos como los de Chispas no me puedo contener, me gusta mezclar la ironía con el absurdo buscando el humor rabioso, aunque por momentos es triste, de ese que te borra la sonrisa al poco. En cuanto a los límites, con el humor ocurre como con la cultura, mientras no resulte agresiva para alguien uno se puede reír y hablar de todo. Pero si ofendes con voluntad consciente, humor y cultura se convierten en un panfleto.

“La utilidad del móvil para buscar datos es maravillosa, pero sólo si tienes un contexto. Si no es vivir en una nube”

Precisamente en tono de chanza se ocupa Goytisolo de la política, aunque afirma que “no quiero entrar en detalles cotidianos porque dejan de serlo, prefiero ir al fondo de las cosas”. Aunque no se resiste a que algunos de estos chispazos enfoquen al tema catalán, que considera “un poco disparatado, porque parte de planteamientos totalmente erróneos. Se inventan una historia que ellos mismos se creen”, apunta, irónico. “Así y todo no han ganado, son una minoría y deberían hacer como en Quebec, acatar la derrota. Aunque esto es algo que se viene repitiendo periódicamente a partir del siglo XVII y tendremos que vivir con ello”.

Reconoce el escritor que Chispas "está en la línea B de mis obras, la que inicié desde el principio con Fábulas (escrito entre 1968 y 1978 pero publicado en 1981), que explora ese humor disparatado y absurdo que en ocasiones enlaza con la realidad”. En un relato de ese volumen, “Segismundo”, una lectora le advirtió de un paralelismo inquietante: “el protagonista es un tipo exagerado y mentiroso que se presenta a las elecciones, y tiene frases idénticas a las dichas por Trump hace nada. Y está escrito en los años 60”.

P. ¿Para cuándo una novela de la cara A?
R. Los años se notan en esto también. Hay escritores que dejan de escribir mucho antes, a partir de los 60. En este sentido me hace gracia recordar una frase de Tolstói, que a los 81 años decía “soy capaz de engendrar un hijo cada noche”. Pero la realidad es que no tuvo más hijos. Es algo que nos pasa a todos, viene un tipo de decadencia que a partir de los 80 se nota casi cada año y que tiene su paralelo en la creación literaria. Y como lo que no me gustaría sería repetirme haciendo lo mismo pero con torpeza y sin el ingenio de antes, por el momento, no tengo en el horizonte escribir una novela.

Una decisión que obliga a enfocarse en una trayectoria literaria tenaz y radical en torno al género novelístico, donde Goytisolo ha sido precursor de formas narrativas tan en auge hoy como la autoficción, el ensayo ficticio o el microrrelato, y cuajada de hitos como su debut con Las afueras, Premio Biblioteca Breve 1958, la citada tetralogía Antagonía o Estatua con palomas (1993), con la que ganó el Nacional de Narrativa. También de ensayos como Naturaleza de la novela (2013) o El sueño de San Luis (2015), una introspección vital y bibliográfica para la que el escritor releyó todas las obras escritas durante décadas. “Fue una experiencia llena de muchas sorpresas. Lo que más me llamó la atención, porque era totalmente inconsciente, fue el papel fundamental que tiene la muerte en mis novelas”.

“Exigirle al lector es algo innegociable en mi manera de entender la literatura. Él debe componer el relato”

A pesar de haber descubierto nuevos aspectos de su obra nacidos del subconsciente, Goytisolo asegura que se reconoce a sí mismo como escritor, “y no me arrepiento de nada. Hay algunas novelas que me gustan menos, claro, que son precisamente aquellas en las que intento facilitar las cosas al lector. Por ejemplo la segunda, Las mismas palabras, de la época de El Jarama o de los libros de Luis Martín Santos, es correcta pero demasiado del momento, es decir, no resiste bien el paso del tiempo como sí hace, por ejemplo, Las afueras.

P. El año pasado se cumplieron 60 años de esa novela, ¿sigue buscando a ese lector cómplice?
R. Por supuesto, es algo innegociable en mi manera de entender la escritura y la literatura. Lo que yo hago es simplemente ofrecer unos hechos. No explico, no contextualizo, dejo hablar al personaje, y es el lector el que debe componer el relato y sacar las conclusiones.

P. Esto está lejos del modelo best seller que triunfa hoy, ¿cómo ha ido cambiando el lector en sus seis décadas de escritura?
R. No creo que haya cambiado, siempre ha habido de todo. Ni trasciendo al gran público ni lo busco. El tipo de literatura que hago, siempre ha tenido y tiene público, pero éste no puede ser masivo. Y eso que no soy un escritor difícil para el lector, sólo le exijo un mínimo esfuerzo. Yo, por ejemplo, nunca he leído Finnegans Wake de Joyce, no he podido. La he empezado y no entiendo nada. Pero lo mío no tiene nada que ver con eso. Simplemente no son novelas tipo best seller que dan todo digerido, esto nunca me ha interesado ni como escritor ni, especialmente, como lector, porque no exige nada de mí.

Al hablar de la novela se percibe la importancia que tiene para Goytisolo un género al que ha dedicado su vida. La muerte de la novela es un tema recurrente en su obra, pero el escritor se muestra más optimista de lo que cabría pensar. “Desde los años 20 y 30 se hablaba del fin de la literatura por culpa del cine. Pero ha sido al revés, ha sido la literatura la que ha sobrevivido hasta ahora y el cine se ha hundido”. Sin embargo, espera que el mundo digital no sea la puntilla definitiva, aunque de nuevo no parece preocupado en su convicción de que la literatura es insustituible. “El libro no desaparecerá por culpa de un mundo que se basa en ocurrencias que duran segundos. Veo a mucha gente leyendo, jóvenes, y eso me anima. Los lectores siempre han sido una minoría en cualquier época”.

P. ¿Cómo ve la novela hoy, por qué cree que está mejor que hace 20 o 30 años?
R. En aquella época hubo como un estancamiento, una confusión entre novela de público y buena novela. Tal vez porque la novela de público que se hacía entonces, a finales de los 80 y los 90, era mejor que la actual. Pero ahora hay en España mucha gente con talento.

A pesar de que, como reconoce, nada es tan sencillo como cuando él saltó a la fama con 23 años tras publicar Las afueras. “Hoy los jóvenes quedan diluidos por la rapidez y la cantidad masiva de libros. Espero que perseveren y no se desanimen”.

"La relación con mis hermanos siempre ha sido buena, en contra de los que se piensa. Especialmente con Juan"

P. El mes pasado se celebró en Barcelona un homenaje a usted y sus hermanos con motivo del 20 aniversario de la muerte de José Agustín, ¿qué supone ser el último Goyitisolo?
R. También soy el más joven, quizá por eso sigo aquí. Recordar a mis hermanos supone evocar muy buenos recuerdos, porque la relación ha sido buena, contrariamente a lo que la gente ha pensado siempre. A José Agustín lo traté menos, al ser el mayor, pero con Juan tuve una relación muy cercana. Se creía que nos llevábamos mal simplemente porque tuvimos una discusión pública sobre la figura del padre. Creo que él estaba completamente equivocado, tal vez por haberse ido muy joven a vivir a París y dejar de verle en sus últimos años. Nuestro padre no tenía nada de nazi, era muy comprensivo con nosotros. Otra cosa es que no le gustase leer, él era bioquímico y no le iba la literatura. Creo que la única novela que leyó fue Las afueras. Me elogió en una cartita: “una visión penetrante y elegante del mundo actual”, decía. Fue un inmenso orgullo.

Un reconocimiento paterno que se une al de multitud de escritores, críticos y editores, lo que hace que para Goytisolo, su obra esté “correctamente valorada. Siempre tendrá un número de lectores más restringido, pero como Dos Passos, Faulkner, Proust o Joyce, que eran menos leídos que otros de su época”, apunta. “Lo único que quiero es escribir lo que me apetece con la convicción de que habrá otra gente que estará buscando precisamente leer lo que yo escribo”.

Evidente, evidente

–El origen de la pintura responde a la necesidad del ser humano de representarse a sí mismo, de dejar constancia de su presencia en la Tierra. Así era ya en la prehistoria y lo ha seguido siendo desde entonces, siempre en concordancia con la sociedad de la que forma parte. De ahí el desnudo grecorromano o las diversas variantes de un Buda entregado a la meditación.

–Evidente.

–Pero claro, la cosa cambia cuando se impone la idea de un Dios creador, ya que entonces el hombre deja de tener importancia y es a Dios al que hay que representar de algún modo, a los protagonistas de la Creación y a sus seguidores, cristos, ángeles, vírgenes, santos… Los hombres pasan a ser simples comparsas. Y todo vuelve a cambiar cuando, siglos después, la fe empieza a diluirse y recupera terreno la representación del ser humano en su vida cotidiana. Hasta que, con el invento de la fotografía, todo se transforma, pues ¿qué mejor representación de una persona, de cualquier persona, que una foto? De ahí que el artista empiece entonces a distanciar su obra de la imagen fotográfica, a darle un toque personal a lo cotidiano para singularizarlo, caso de Cézanne, Klimt, Chagall y tantos otros. Una diversificación estilista que se acentúa con los “ismos”.

–Evidente, muy evidente.

–Hasta que, con Picasso y tantos otros, se renuncia ya a la representación realista del ser humano y se pasa a la abstracción total, a las instalaciones y demás inventos y ocurrencias que han venido después. Y es que, con la llegada del cine, la imagen ha cobrado movimiento y la estampa fija ya no basta, ya no es suficiente para asumir la realidad circundante.

–Ahí, ahí.

–Lo que pasa es que actualmente también el cine está acabado. ¿Qué película de las que se hacen ahora no es una variación o réplica de otra anterior? ¿Cómo competir con las filmaciones que hoy día realiza cualquiera con su móvil para integrarlas en la red? En la actualidad, lo más creativo son los dibujos animados, que, a partir del cómic impreso, se han convertido en la mejor representación de una sociedad no ya cambiante sino de consistencia movediza, de cuya naturaleza el muñeco es la mejor representación. Muñecos que, en su perfil representativo, se parecen cada vez más a las figuras del arte rupestre primitivo.

–De lo más evidente.

–¡No lo dirás en serio! No has parado de decir “evidente, evidente”…

–¡Pues claro! Porque estoy totalmente de acuerdo. ¿Qué te creías?

–Pero, hombre, ¡si yo estaba bromeando! ¡Si a mí me encantan los pitufos!