Image: Salva Bolta
Imagen de El año pasado en Marienbad, película basada en la novela de Bioy Casares La invención de Morel
Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...
Si es esta la oportunidad de comprar un billete a uno de esos destinos que no aparecen en las webs de viajes o de explorar rincones ignotos del planeta, yo me pido este año una habitación en el hotel de El año pasado en Marienbad. En una suerte de vacaciones lisérgicas, para las que no pondría a nadie en el compromiso de ser mi acompañante, me dejaría perder en los pasillos y jardines de ese castillo, allí donde realidad y sueño se mezclasen. Un par de noches atrapado en el relato incomprensible y fantástico, serían suficientes como para escapar aturdido y por proximidad literaria y "ageográfica", aparecer como el fugitivo en la isla de La invención de Morel, para disfrutar de los dos soles y las dos lunas, bailar en medio de una tempestad de agua y viento y acompañar a Faustine por el jardincillo en un paseo en bucle interminable. Saldría en shock de allí al escuchar por megafonía el pasodoble Valencia, horrorizado al creer estar en fallas, y volvería a pisar el centro de esta ciudad de Madrid donde vivo, sintiéndome seguro y afortunado. Eso es lo que tienen las vacaciones, que vienen con fecha de caducidad y que uno acaba otra vez en la casilla de salida, feliz de haber regresado sano y salvo a casa.