Image: Borja Ortiz de Gondra

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El Cultural

Borja Ortiz de Gondra

El San Petersburgo de Anna Karenina

22 julio, 2016 02:00

La catedral de San Isaac bajo la nieve de San Petersburgo

Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...

Desde hace años, tengo la costumbre de combatir los calores estivales y la humedad asfixiante de los agostos neoyorquinos zambulléndome en las grandes novelas rusas del siglo XIX. El mejor remedio que he encontrado para olvidar los rigores de Manhattan es viajar mentalmente con Tolstói, con Dostoyevski, con Gógol, con Turguénev, por paisajes nevados, palacios heladores y avenidas azotadas por la ventisca, de preferencia en un trineo o en un droshki traqueteante.

Como nunca he puesto los pies en San Petersburgo, no he sufrido el desengaño de comparar la ciudad real con la que he podido vivir en Anna Karenina. Por eso puedo viajar ahora con la imaginación por la Avenida Nevski camino del Teatro Francés donde Anna recibirá el desprecio de toda la buena sociedad petersburguesa o penetrar en el fastuoso palacio de la Princesa Tverskaya con los demás invitados "que entraban en el salón de oscuras paredes, mullidas alfombras y mesa brillantemente iluminada, resplandeciente con la luz de las bujías, la blancura del mantel, el samovar de plata y el servicio de té de porcelana traslúcida". Arrecia la nevada en las calles y desde la ventana en la que espero impaciente ver llegar el carruaje de Anna, puedo pensar con el Conde Alekséi Kiríllovich Vronski que uno siempre se enamora de la persona equivocada. Pero todo termina por pasar y las aguas oscuras del río Neva seguirán fluyendo bajo los puentes en cuanto se produzca el deshielo, recordándonos que ningún dolor es para siempre.

Borja Ortiz de Gondra (Bilbao,1965) está considerado unos de los dramaturgos más destacados de su generación. Ha sido finalista del Premio Nacional de Literatura Dramática en dos ocasiones: en 2013, por Duda razonable y en 2014, por El Barbero de Picasso. Residió en París de 1900 a 1995, donde fue ayudante de dirección en teatros como la Comédie Française, el Théâtre de l´Odéon y el Théâtre de la Colline. En 1995 regresa a España con la obra Dedos (vodevil negro), por la que obtiene el Premio Marqués de Bradomín. Dos años después consigue el Premio Nacional de Teatro Calderón de la Barca por su obra Mane, Thecel, Phares. Autor reconocido internacionalmente, sus obras han sido traducidas a varios idiomas y han sido representadas en Argentina, Francia y México.