El Cultural

Tichý, tarzán jubilado

Miroslav Tichý o la celebración del proceso fotográfico

1 julio, 2016 02:00

Dos obras de la serie Sin título, 1960-80 (detalle) | © Miroslav Tichý, Vegap, Madrid, 2016

PHotoEspaña 2016. Museo del Romanticismo. San Mateo, 13. Madrid. Hasta el 28 de agosto.

No miente el título de la exposición, La celebración del proceso fotográfico, pero es como si una dedicada al Guernica se llamara El cuadro más grande del mundo pintado en blanco y negro. Cuando en 2010 se mostraron estas fotos en el International Centre of Photography de Nueva York, una reseña las calificó de “misteriosa fusión de erotismo, paranoia y reflexión”. Su autor es Miroslav Tichý (1926-2011), que pasó su vida entre la pequeña aldea donde nació, Kyjov, y Praga. Estudió en su Academia de Bellas Artes, pero cuando en 1948 el régimen comunista obligó a cambiar las modelos desnudas por trabajadores en traje de faena, Tichý la abandonó y siguió pintando por su cuenta.

Convertido en una especie de disidente, las autoridades trataron de “normalizarle” mediante sucesivos internamientos en clínicas psiquiátricas. A comienzos de los 60 se fabricó la primera cámara de fotos. Tras la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968, su situación se hizo más difícil, hasta que en 1972 perdió su estudio y sus cuadros acabaron en un basurero. A partir de entonces Tichý vivió en precarios alojamientos, convertido en un mendigo de larga barba y ropa desastrada. Abandonó la pintura y se concentró en hacer fotografías. Disparaba cada día alrededor de un centenar y su tema exclusivo eran las mujeres. De todas las edades y desde todos los ángulos. Con sus teleobjetivos de fabricación casera conseguía fotografiarlas sin que ellas se dieran cuenta. Luego, con medios rudimentarios, revelaba las que le interesaban y las retocaba a su gusto: las recortaba o perfilaba con lápiz para aumentar su expresividad y las mejores las enmarcaba con cartón, añadiendo a veces decoraciones en el borde. Como no tenían otro destino que su propio disfrute, hacía una sola copia y las iba acumulando sin muchos miramientos en montones, lo que también contribuyó a su deterioro o tratamiento artístico, como prefiramos pensar.

La devoción de Tichý por la figura femenina se convierte en un sueño materializado en imágenes borrosas y con enfoques insólitos.

Desde el punto de vista técnico están llenas de errores: sobreexpuestas, desenfocadas, estropeadas por un revelado sin cuarto oscuro. Las cámaras (hay dos en la exposición) están hechas de madera, selladas con asfalto, con obturadores confeccionados con elásticos de modista... Los teleobjetivos son tubos de cartón o plástico, con lentes hechas de plexiglás recortado, pulidas primero con lija y luego con una mezcla de ceniza de cigarrillo y pasta de dientes. Fue el hijo de sus antiguos vecinos, Roman Buxbaum, quien a comienzos de este siglo empezó a ordenar y dar a conocer este material. Con este fin realizó un documental extraordinario, Tarzán jubilado, que podemos ver en la exposición. El principio del reconocimiento llegó cuando Harald Szeemann lo seleccionó en 2004 para la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla. Ese mismo año, en los Encuentros de la Fotografía de Arles, ganó el Premio al Nuevo Descubrimiento. A partir de entonces se sucedieron las exposiciones en galerías y museos. Tichý, sin embargo, permaneció hasta su muerte inmune a la fama, lo que podemos interpretar como suma coherencia o moderada locura.

Desde el punto de vista del lenguaje, lo que hace es reinventar el pictorialismo en el género del retrato. Retratos furtivos de mujeres riendo, paseando, conversando. Su devoción por la figura femenina se convierte en un sueño materializado en estas imágenes borrosas y con enfoques insólitos. En su juventud, los comisarios políticos le reprocharon que el protagonista de sus cuadros fuera el color, en lugar de los trabajadores. Hoy es posible que alguien califique a Tichý de voyeur. Y es que los seres humanos tenemos preferencias y manías impresentables. De las que siempre habrá quien quiera librarnos para convertirnos en ciudadanos ejemplares.