Image: Pierre Gonnord

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El Cultural

Pierre Gonnord: "La fotografía es un acto sentimental"

El Centro de Arte Alcobendas reúne algunas de sus fotografías más icónicas en Retratista

18 mayo, 2016 02:00

Tras haberle concedido el año pasado el Premio Internacional de Fotografía Ciudad de Alcobendas, el centro de arte de la localidad madrileña reúne en esta exposición una veintena de retratos del fotógrafo Pierre Gonnord (Cholet, 1963). Francés afincado en España, Gonnord es uno de los fotógrafos más reconocidos de nuestro panorama. Tanto como reconocibles son sus obras, rostros de tamaño considerable y depurada técnica que miran, que llegan, que transmiten, porque eso es, al cabo, lo que el fotógrafo quiere con su obra "comunicar, hablar de la dignidad del ser humano". Autodidacta confeso, huye de palabras grandilocuentes y lleva años recorriendo en coche una Europa cambiante que le ha brindado trabajos y retratos inolvidables a los que solo quiere volver. Recién llegado de su último viaje que le ha llevado a Biarritz, donde trabaja en un proyecto enmarcado dentro de la capitalidad San Sebastián 2016, acude a Alcobendas para dar los últimos retoques a esta exposición. Pregunta.- ¿Qué vamos a ver en la muestra? Respuesta.- La exposición se organiza con motivo del Premio Internacional de Fotografía Ciudad de Alcobendas. Se trata por lo tanto de un reconocimiento a mi trabajo y, junto con José María Díaz-Maroto y Belén Poole Quintana, hemos querido centrarnos en los retratos. Arrancamos con Antonio (2004) un personaje impresionante de hace 10 años. Le retraté en la calle, y ya ha fallecido, lo cual lo hace más emotivo hoy. Sigue la exposición con Basiliza (2009), una mujer que vive en Finisterre, muy mayor, a la que imagino frente a los riscos, enfrentada al océano. Hay también una serie de retratos más cercanos, psicológicos, realizados en Venecia cuando me invitación a la Bienal, y otros realizados en Portugal. Me gusta especialmente el retrato de Hattie (2012) realizado durante un viaje a Alabama para celebrar el 50 aniversario de la muerte de Martin Luther King. Se trata de una señora que conoció al activista y lo hemos colocado entre dos retratos "europeos". El final de la exposición son seis retratos de los gitanos La Raya, entre Portugal y España, que trabajan en el campo. Y los cuatro retratos de los mineros realizados en 2009 con el vídeo, hasta ahora inédito, de 2014. P.- Retratista se llama la exposición, ¿es así como se siente? R.- La palabra artista es complicada para mí… Soy en este aspecto como los hebreros que no mencionan a Dios. Las palabras 'arte' o 'retrato' son demasiado grandes. Mi trabajo es de vivencia, yo trabajo con la gente con la que compartimos una condición frágil y fuerte a la vez, nacemos, vivimos y morimos todos de la misma forma y yo solo traigo estas imágenes a mis contemporáneos. La palabra 'retratista' es un poco ortopédica. Yo hablo con fotografías. Los títulos son siempre difíciles. Por eso también utilizo el nombre de las personas en el título. El nombre es lo que poseemos, lo que nos hace únicos. Por eso es importante. María e Isaac, Aníbal, Amador, Moses, Senen… P.- Antes los retratistas eran sobre todo pintores de corte, de la aristocracia, nada más alejado de sus retratos, ¿qué le ha llevado a usted a acercarse a los más desfavorecidos? R.- No me gusta hablar de desfavorecidos o marginales. La marginalidad no es tal; esa marginalidad existe desde nuestra mirada urbana y occidental. Yo veo raíces, algo que me pertenece. Todos tenemos secuelas de la vida que nos une. Para mí todos son monarcas: un niño que trabaja en el campo es un pequeño monarca también. Celebro los valores, las raíces sólidas que percibo en la gente con la que me cruzo. No trabajo en estudio, yo trato de captar un gesto que narra e indaga, que deja constancia de nuestra presencia mientras estamos vivos. Al principio el retrato era símbolo de poder, propaganda, pero también un acto de redención hacia la humanidad. Incluso cuando August Sander retrata a los generales alemanes y muestra sus retratos mezclados con los de sus víctimas, son seres humanos.

Hattie, 2012. A la derecha, Friedrich, 2010

P.- ¿Qué tiene que ver en una cara para que quiera inmortalizarla? R.- En realidad elijo los lugares. Como el Monte Athos recientemente, o grupos resistentes que pueden desaparecer, como los gitanos o los mineros. También me gusta fotografiar a gente que me ha marcado en su cercanía con su erudición. Para mí la fotografía es un acto sentimental. Como esa señora que estuvo con Martin Luther King cuyos gestos ayudaron a luchar contra la segregación, esa dignidad que desprende y ese atisbo de coquetería que todavía guarda a los 92 años. P.- De entre todos los pueblos y culturas a los que se ha acercado, ¿con cuál le queda algo pendiente? R.- Un poco con todos, con la minería, con los colectivos gitanos, con los monjes ortodoxos, prefiero volver a varios que picotear de muchos. Desde luego quiero seguir siendo testigo de la vida rural. P.- Háblenos de ese vídeo inédito: ¿a veces la imagen estática no es suficiente? R.- Fui invitado por el Museo de la Minería de Castilla y León a realizar esta serie pero no podía conformarme con las cinco fotografías que hice en un principio. Así que volví y decidí primero grabar voces, de los mineros jubilados, de las mujeres de los mineros… Y acabé poniendo la cámara a la salida del pozo de la mina y grabar sus miradas, dejarlos fluir. Había una luz tenue, no muy buena, pero esos 30 segundos mirando a cámara me parecieron mágicos. Así que lo monté, pegándolos juntos de forma espontánea, como homenaje a la mina que va a cerrar que va a desaparecer. Y ahí están: 65 personas saliendo de la mina. No tenía ninguna pretensión técnica. Solo quiero ser testigo de aquello que admiro. P.- ¿En qué está trabajando ahora? R.- Estoy trabajando es una cosa muy distinta, con gente del País Vasco, un proyecto de exposición en Biarritz dentro de San Sebastián 2016, y, como todos mis proyectos, hay que vivirlo primero. También tengo en marcha un trabajo para la Fundación Michelin sobre un equipo deportivo. Para todos tengo que pasar mucho tiempo con la gente. Acabo de estar en Bulgaria donde he pasado una semana en el Monasterio de Rila con los monjes. Son mis primeras tomas de contacto, estar sentados juntos y charlar. También he estado dos semanas en el Monte Athos, en Tesalónica, solo, con una mochila, a veces voy sin cámara. Se trata de gente que con fuerte su identidad, política, social y humana, en la frontera de Europa que es incierta ahora. P.- Usted no tiene Instagram pero lo cierto es que gracias estas herramientas y redes todos somos fotógrafos, ¿lo cree así? R.- Esta pregunta me lleva a pensar en un retrato que hay en un viejo álbum familiar. Un señor con chaleco. Es una imagen de 1850 que se ha transmitido de generación en generación hasta llegar a la nuestra. Mis sobrinos están todo el día con Instagram, viven el presente y no creen en la eternidad. Miran la foto de hoy y no piensan en la de ayer. Y esto nos debe hacer reflexionar. Hemos abandonado la mirada a las raíces, a lo que transmite, a contemplar la vocación de la vida y, por tanto, del arte. Qué haremos con los álbumes... porque en las redes todo llega pero nada dura… Vamos muy deprisa y hay que pararse a reflexionar. @PaulaAchiaga