Image: Matías Candeira

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El Cultural

Matías Candeira

"El escritor es promiscuo por definición"

20 noviembre, 2015 01:00

Matías Candeira. Foto: Antonio Heredia

El madrileño publica su primera novela, Fiebre, después de tres libros de relatos

Dos años ha estado Matías Candeira (Madrid, 1984) trabajando en Fiebre (Candaya), su primera novela. Y ello gracias a la II Beca de Creación Literaria de la Fundación Han Nefkens, que antes, en su primera edición, obtuvo Eduardo Ruiz Sosa (Anatomía de la memoria). Como en la novela del escritor mexicano, Fiebre no rehúye el desafío, ya desde su punto de partida: narrar un duelo sin haberlo experimentado, algo nada habitual en el subgénero. "Creo que se puede escribir sobre cosas que no has vivido -dice el autor de La soledad de los ventrílocuos-. Yo he leído muchas novelas sobre el duelo y esa experiencia sale en la novela; el protagonista vive un duelo de manual, solo que lo afronta de una forma muy distinta, quizás no tan occidentalizada. Su duelo es una investigación, busca sanación, pero no la encuentra".

Pregunta.- ¿Desde cuándo le interesa el duelo como tema literario?
Respuesta.- Siempre me ha interesado. Los libros sobre el duelo pueden tener un valor solo testimonial, aunque también los hay muy literarios, y muy buenos. Mi novela explora cómo afronta la muerte un personaje muy particular que tiene una especie de visión apartada, que se va a lugares raros, y habita una atmosfera muy extraña. Él se toma en serio la muerte, pero quiere enfrentarse a ella desde la ironía y el humor negro. Es una manera de protegerse. Yo creo que la novela cuenta muchas cosas sobre la muerte desde un lugar que no es exactamente el duelo. Al final, es la historia de un tipo que intenta librarse de su padre, es la historia de una enfermedad, de la no influencia más influyente que uno pueda imaginar, la de un padre que no quiso saber nada de su hijo.

P.- Por momentos la prosa tiende a lo poético, y tengo entendido que es muy lector de poesía. ¿Qué gana el narrador educado en la poesía?
R.- No me atrevo a generalizar, pero en mi caso ha sido determinante. Hay prosistas secos maravillosos; yo creo que la prosa es una cuestión de educación sentimental. Si te has educado en la poesía, tu estilo estará marcado. A mí la poesía me sirve para determinados tramos de la novela, para hablar de la muerte, por ejemplo; para hablar de todo aquello de lo que no se puede hablar.

P.- Al mismo tiempo está muy medido. ¿Era importante que lo poético no se impusiera a lo narrativo?
R.- Sí, es que es una novela muy narrativa, tiene bastante trama, dos historias que confluyen. Era importante la trama porque la novela trata de una investigación, y es obligado que la novela avance y que el aliento poético no se entrometa demasiado.

P.- ¿Qué es la fiebre en el libro? Además de lo que padece el padre en su agonía.
R.- Bueno, no era el primer título que tenía. Aunque después de leerlo, una amiga me lo sugirió y creo que es el mejor título posible. La fiebre es lo que tiene el padre, y fiebre es la enfermedad sobre la que se reflexiona en la novela. Es una palabra que aparece a menudo y que tiene un significado múltiple.

P.- ¿Habría podido escribir esta novela sin la ayuda de la beca Han Nefkens?
R.- No sé, supongo que sí pero habría tardado dos o tres años más, como mínimo. Yo agradezco mucho la labor de Han Nefkens, que se esfuerza por descubrir y ayudar a jóvenes autores. Es importantísimo. No conozco a nadie, al menos de mi entorno, que viva de la escritura en sí; se va viviendo de trabajos alimenticios de todo tipo, con suerte relacionados con la literatura. Yo me he podido dedicar por completo a esta novela, que no es corta, gracias a que no tenía que trabajar en otra cosa.

P.- ¿Cómo ha sido el proceso de escritura? ¿Estaba el proyecto avanzado cuando lo presentó a la beca?
R.- ¡Qué va! Apenas estaba definido, sabía el tema, sabía que empezaba en un hospital con alguien que se muere, pero la historia no estaba nada perfilada, era algo vago.

P.- Hasta ahora había publicado cuentos... ¿qué ocurrió para que decidiera dar el salto a la novela?
R.- Yo había empezado otras novelas, y no las había terminado. En realidad ni siquiera había llegado al punto de estar absorbido por la novela. El escritor es promiscuo por definición, le gusta meterse en jardines. Después de tres libros de cuentos publicados no le veía mucho sentido a publicar otra compilación más. Y luego la novela tiene una cosa muy útil y es es que impone obligaciones de escritura, se piensa de otra manera, y uno necesita dedicación exclusiva. Es algo que, a diferencia de los cuentos, que se escriben un poco caóticamente, te ordena la vida.

P.- En una entrevista decía que detesta "los textos redondos, donde no sobra ni falta nada". Nos dicen que el cuento ha de ser precisamente eso, pero la novela, ¿es más flexible? ¿Se ha sentido más libre en el "género rey"?
R.- No, la verdad. El problema que tiene el cuento son los teóricos. Del cuento te dicen mucho esto de que ha de estar todo medido, que no sobre ni falte nada, y esto ahora mismo ya no es así. Hay gente en España que no hace eso y le va bien, y no te digo en América. Yo he leído cuentos raros, descolocados, que funcionan. Y cuando escribo cuentos no me pongo limitaciones, simplemente escribo, si me apetece hacer algo lo hago y luego ya veo si funciona. Con esta novela me he sentido muy libre; con el tono, las escenas, los diálogos...