Image: Juan Gracia Armendáriz

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El Cultural

Juan Gracia Armendáriz

"El escritor no tiene que competir con las series de la HBO"

6 mayo, 2015 02:00

Juan Gracia Armendáriz

El escritor navarro publica La pecera, novela en la que cuenta la historia de una pareja de alcohólicos camino de la destrucción.

"Yo no busco lo temas: a mí me atropellan". En este caso, a Juan Gracia Armendáriz le atropelló, en forma de asunto, el alcoholismo. Y contó la historia de Miguel Quer, un profesor de literatura atrapado en un delirio de alcohol y violencia, y la de su esposa, la diseñadora Ana Ferrer, con la que forma, en torno a la botella, una enfermiza relación a tres bandas. Para escribir La pecera (Demipage), el autor de la celebrada trilogía de la enfermedad se entrevistó con personas que habían vivido la pesadilla del alcoholismo. "Algunas de las anécdotas que me contaron eran tan inverosímiles que rompían el pacto de la ficción. Por eso no hay transcripciones literarias de esas historias, pero sí un trasfondo de veracidad".

Pregunta.- ¿Fue difícil para usted ponerse en la piel de un alcohólico, reconstruir su peripecia?
Respuesta.- La verdad es que no. En realidad lo que hace el alcohol es simplemente iluminar y ampliar todo aquello que normalmente reprimimos. El trabajo está ahí. Es lo del famoso dicho latino, in vino veritas, que es cierto hasta un punto: llega un momento en el que el exceso de hectolitros hace que salga el rencor, la ira, la voracidad, la violencia, la xenofobia, el machismo, aquellas zonas de sombra que todos tenemos y aplacamos.

P.- ¿Quería que el libro funcionase como una especie de pesadilla?
R.- No. De hecho he dulcificado bastante los estragos que provoca el alcohol.

P.- ¿Qué ha aprendido escribiendo este libro? ¿Ha cambiado su visión del alcoholismo?
R.- Como escritor he aprendido mucho, porque he tenido que llegar hasta el límite de mis capacidades como narrador. A un nivel personal, me he dado cuenta de que todos tenemos una mente alcohólica; la única diferencia entre un alcohólico y un no alcohólico es que el alcohólico se ve afectado de una manera muy potente por esa sustancia. Pero las actitudes que tienen los alcohólicos en determinados extremos las tenemos todos.

P.- Dice que no quería que el libro funcionase como una pesadilla, pero sí que era importante mostrar el desasosiego, esa atmósfera claustrofóbica en la que discurre la novela, ¿no es así?
R.- Sí, y es verdad que hay momentos bastante alucinatorios que tienen esa textura. Pero he intentado siempre que esa parte fuese contenida.

P.- También hay lugar para el humor. ¿Quería que fuera una válvula de escape en medio de la tragedia?
R.- Sí... hay tragicomedia, claro. Al contar el drama de una pareja y una botella corres el peligro de acabar en la telenovela, en el dramón o el melodrama; pero si tú estiras eso puede surgir el humor, lo absurdo.

P.- También introduce, sobre todo al final, elementos de novela negra, ¿por qué?
R- No estaba previsto. Mi final era otro, pero me di cuenta de que había uno mejor y que para ello tenía que echar mano de la novela negra, o más bien de sus mecanismos, para desenredar el nudo en que se había metido el personaje. Es decir, que la novela exigía ese final. Y lo hice de un modo bastante dislocado. Digamos que la fórmula de la novela negra me sirvió, igual que me sirvió el western en el capítulo inicial. Siempre me ha gustado mucho el western, en literatura y en cine, porque es un género capaz de hacer de un tiroteo de callejón un mito.

P.- En La línea Plimsoll también reconstruía la peripecia de un protagonista en proceso de demolición... ¿qué le atrae de este tipo de personajes?
R.- No lo sé; surge así. Las diferencias con La línea Plimsoll son evidentes, yo creo. En primer lugar, está el autobiografismo, que no le pasó inadvertido a Senabre en su día. En este libro he sido mucho más contenido en ese sentido. Y también he trabajado bastante el ritmo de la narración, he buscado una narración balanceada y entretenida, todo para que la demolición del personaje fuera atractiva.

P.- Senabre precisamente destacó su capacidad de introspección sin necesidad de reflexiones teóricas, solo a través de los hechos. ¿Cree que es deber del novelista describir y dejar que el lector juzgue?
R.- A mí no me gustan demasiado las reflexiones en voz alta. Aquí hay alguna, pero pocas. Creo que el lector ha de reflexionar a partir de unos hechos. De otro modo se corre el peligro de caer en lo enfático o en los tópicos. Yo si quiero leer historia prefiero leer libros de historia y no novela histórica, o si quiero leer psicología puedo leer un manual. La novela es otra cosa.

P.- No renuncia a la complejidad en el estilo, a la metáfora y a la imagen poderosa. ¿Cree que la narrativa actual ha caído en lo simple, en lo funcional para satisfacer a un lector cada vez menos exigente?
R.- Sin duda. En mi caso, me hice escritor como poeta, y eso lo llevo conmigo. No voy a renunciar a cierta sensibilidad con el lenguaje siempre y cuando esto no lastre la narración, que tiene que estar traspasada por una cierta vida. A mí algunos juicios sobre estilo literario me suenan un poco a policía del estilo, a una cierta vigilancia bastante molesta. Al final todo se reduce a una cuestión de modas. No sé qué pasaría hoy con un autor como Juan Benet. ¿Alguien publicaría hoy a Benet o las memorias de Ridruejo? ¿O a Faulkner? ¿O a Proust?

P.- En ese sentido, ¿no cree que la influencia de la televisión y el cine ha acercado cierta narrativa a los guiones, que ha adelgazado lo literario en beneficio de la trama?
R.- Yo creo que el escritor no tiene que competir con las series de la HBO. El cine y la televisión son influencias inevitables, en mis textos también están. A mí me gustan mucho algunas series; los Soprano, por ejemplo, la vi con inmenso placer, o Breaking Bad o True Detective. Son realmente buenas, pero yo no veo ahí ninguna invención desde el punto de vista narrativo. Son narraciones muy bien hechas pero narraciones muy clásicas; es lo que era la novela por entregas. Lo que pasa es que son muy atractivas, visualmente muy potentes, entretienen muchísimo. Yo las defiendo pero no como modelo narrativo; al menos no son mi modelo.

P.- Muchos lectores han llegado a usted por los diarios, que no es ni mucho menos el camino habitual en los escritores... ¿Le sorprendió la recepción que tuvieron?
R.- Fue muy extraño, la verdad. Más porque estas narraciones autobiográficas suelen ser géneros típicos de autores con una gran trayectoria detrás; eran como un capricho que se permitían. Ahora no, ahora hay autores que se especializan en el dietario, o en el aforismo, y me parece muy bien.

P.- ¿Los llevaste siempre?
R.- No, no, siempre me ha gustado, creo que es un género con muchísimas posibilidades no del todo explotadas. Pero fue una necesidad impuesta por las circunstancias. Yo no me podía permitir utilizar el parapeto de la ficción porque el asunto de la enfermedad necesitaba un tratamiento mucho más personal.

P.- ¿Esos diarios, un género de no ficción, tienen correspondencia con sus novelas y relatos de ficción? ¿Cambiaron su forma de escribir?
R.- La autobiografía es muy pegajosa, ese es su problema. Me ha costado esfuerzo desprenderme del autobiografismo para crear, para despegarme de ese yo en favor de un nosotros. Dicho esto, toda obra es autobiográfica, pues dice lo que somos, lo que conocemos, lo que hemos leído.