Image: Javier Sierra

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El Cultural

Javier Sierra

"Dormir en la Gran Pirámide es lo más parecido a la muerte"

10 septiembre, 2014 02:00

Javier Sierra. Foto: Javier Juan Rodríguez

El escritor recrea en La pirámide inmortal (Planeta) la noche que Napoleón pasó a solas en el interior de la Gran Pirámide.

Es un hecho poco conocido: dos noches antes de volver de su fracasada expedición egipcia, en 1799, Napoleón se encerró a solas dentro de la Cámara del Rey de la Gran Pirámide de Giza. Nunca explicó la razón ni lo que le ocurrió allí dentro. El superventas Javier Sierra (Teruel, 1971), el primer escritor español que consiguió colarse en la lista de los 10 más vendidos de The New York Times con La cena secreta (2006) y el autor nacional más vendido en España el año pasado con El maestro del prado según la auditora Nielsen, recrea ahora en La pirámide inmortal (Planeta) aquel misterioso episodio. Sierra imagina que, como Alejandro Magno o Julio César antes que él -o como el propio escritor hace 17 años-, el joven general Bonaparte se enfrentó a la conocida como "prueba del pesaje del alma", un ritual que cambió para siempre su destino.

Pregunta.- Siempre que nos encontramos ante una novela histórica, con personajes y acontecimientos reales, nos asalta la misma pregunta: ¿Cuánto hay de verdadero y cuánto de ficción en este libro?
Respuesta.- Este libro trata de resolver una incógnita cierta, histórica. Napoleón estuvo en Egipto de 1798 a 1799 y es cierto que pasó una noche a solas dentro de la Gran Pirámide de Giza de la que no reveló detalles. Incluso en sus memorias dictadas, el Memorial de Santa Elena, pasa de puntillas por este episodio. De modo que decidí construir una novela para rellenar esa laguna y, para hacerlo, me puse en la piel del joven general Bonaparte y rastreé sus lecturas de juventud, de donde adquirió su obsesión por lo oriental. Me hice a la idea de que lo que buscaba Napoleón en la pirámide era imitar lo que hicieron antes que él Julio César y Alejandro Magno: enfrentarse a una prueba de valor al encerrarse en la Cámara del Rey, a oscuras, y demostrarles a sus hombres que no temían a la muerte.

P.- Usted mismo se sometió a esa prueba en 1997. ¿Cómo es que tuvo la oportunidad única de pasar una noche a solas dentro de la Gran Pirámide?
R.- Lo cierto es que aproveché un vacío legal, ahora está mucho más controlado y en el Consejo Supremo de Antigüedades reciben un montón de peticiones para pasar la noche dentro de la Gran Pirámide pero solo conceden permisos para profesionales.

P.- ¿Cómo vivió aquella noche?
R.- Para mí fue una experiencia perturbadora, estás seis horas encerrado en aquella cámara oscura sin nada que hacer salvo tumbarte en el sarcófago de piedra y piensas que la muerte debe de parecerse mucho. Si logras superar esa prueba, sales reforzado porque has superado el miedo a la muerte. Eso es lo que buscaron todas las personas que estuvieron en la Cámara del Rey. Tuve la sensación de que fue construida expresamente para eso, ya que la religión egipcia estaba muy centrada en la muerte.

P.- Es un autor muy meticuloso a la hora de documentarse. ¿Qué fuentes, aparte de las biografías de Napoleón, ha consultado?
R.- Una de las que más he trabajado ha sido el registro de los cuentos del antiguo Egipto. En especial, uno del faraón Keops, el constructor de la Gran Pirámide, titulado Hordedef. En él, un anciano es capaz de devolver la vida a unas ánades decapitadas usando un sortilegio de los dioses. El cuento me inspira una línea de la novela vinculada a un sabio anciano, protector de la fórmula de la vida eterna. En general me interesa más como fuente la tradición egipcia -su fe, sus supersticiones, su visión de la vida- que el análisis forense de la egiptología.

P.- En La pirámide inmortal explora también las similitudes entre la teología egipcia y la cristiana. ¿Cuáles son las más importantes?
R.- La antigua religión egipcia es el único culto del mundo antiguo que aceptaba la resurrección de la carne, como el cristianismo. Además, el mito de Osiris dice que fue asesinado por su hermano y que resucitó a los tres días, como Jesús. Otro ejemplo: había por todas partes representaciones de Osiris en el regazo de su madre Isis, a la manera de las vírgenes románicas, recibiendo ofrendas de dioses, como los Reyes Magos del cristianismo. Por último, según las creencias de los egipcios, Osiris nació en el solsticio de invierno, es decir, en una fecha muy próxima al 25 de diciembre. Todas estas conexiones entre la religión egipcia y el cristianismo son lógicas, ya que las primeras comunidades cristianas potentes fueron egipcias.

P.- En 2002 escribió El secreto egipcio de Napoleón, que es el subtítulo de este libro. ¿Se trata pues de una segunda parte o una nueva versión de aquélla?
R.- Es una nueva versión. La historia es la misma pero completamente redibujada, porque he madurado como escritor y ahora veía la anterior manifiestamente incompleta. Además, tiene su gracia que una novela que habla de muerte y resurección, resucite. Es la primera novela en la que introduzco el elemento Eros. Hasta ahora, había aparecido mucho en mi literatura el elemento Tánatos, pero no la otra gran fuerza motriz del universo, el amor. En La pirámide inmortal aparecen los dos y por eso creo que es mi obra más completa.

P.- Ha estudiado a fondo la figura de Napoleón. ¿Qué destaca de su personalidad?
R.- Lo que más me ha llamado la atención de la vida del joven Bonaparte -nadie le llamaba Napoleón en aquella época- es que logró transmutar un fracaso militar colosal en un éxito. Perdió una flota de 300 barcos a manos de los ingleses y dejó abandonados a su suerte a 30.000 soldados y regresó a París, donde se apareció ante el Directorio como un héroe clásico.

P.- ¿Qué supuso en Occidente la fascinación de Napoleón por Egipto?
R.- Napoleón fundó el primer instituto de egiptología del mundo y cuando llegó al poder incluso cambió el escudo de París: colocó una efigie de Isis en la barca que aparece sobre el Sena, una estrella de cinco puntas como las que había en el techo de las tumbas y tres abejas que son el símbolo egipcio de la realeza. También ordenó la construcción de varias fuentes con obeliscos en el entorno del Louvre. Se embebió de la cultura y la mística egipcia hasta el punto de convertirse casi en un iluminado.

P.- ¿Tenía Napoleón una obsesión por lo esotérico como la que dicen que tenía Hitler?
R.- Sin duda. No está demostrado que fuera masón, pero Josefina y su hermano José, sí. No cabe duda de que debía de hablar con ellos a menudo de estas cuestiones esotéricas. Lo equipararía a Hitler en el sentido de que ambos usaron todas las armas a su alcance para alcanzar sus objetivos políticos y militares, y una de ellas -la más poderosa, a mi juicio- es la de las creencias.

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