Image: Selva Almada

Image: Selva Almada

El Cultural

Selva Almada

"El lector estaba ya cansado de tanta literatura urbana"

23 junio, 2014 02:00

Selva Almada

La escritora publica Ladrilleros (Lumen), la historia de un insuperable enfrentamiento entre dos familias de un pueblo del interior de Argentina.

La literatura solo consiste en una cosa, dijo alguien: lograr que en la ciudad haga calor. Para eso no basta, claro, decir que en la ciudad hace calor. Hace falta algo más. Literatura, diríamos: palabras. Pues bien, Selva Almada (Entre Ríos, 1973) se empeña en Ladrilleros (Lumen) en eso mismo: en que en la ciudad haga calor, y en que lo haga todo el rato. La ciudad, sin embargo, no es tal, sino un pueblo, probablemente del Chaco argentino, donde habitan dos familias enfrentadas, Montescos y Capuletos de secarral que albergan odios terribles y hereditarios. La provincia y el calor, la sed y la violencia, la vida poco feliz del campo cuando no da frutos. El marido que bebe, la mujer que sufre, el crío que vuelve a beber y se casa, de nuevo, con otra mujer que sufre, si cabe aún más. Radiografía Almada un territorio agrietado, al sur de Juan Rulfo y Faulkner, y decide hacerlo con una prosa seca, pero atravesada de modismos, con escasas florituras estilísticas y un tono neutro, casi un no-tono. La ficción, su historia es demasiado brutal.

Pregunta.- La rivalidad de los Tamai y los Miranda remite al pasado, a rencillas que son insuperables por lo que tienen de sello social o cultural. Es como una marca del destino, ¿no?
Respuesta.- Sí, y es algo que yo he visto bastante en esos ambientes que describo. Me parece que es más difícil torcer el destino cuando uno no tiene los recursos económicos, ni una educación. Para torcer el destino uno tiene que tener algo que lo impulse, y eso en ciertos lugares de mí país es muy complicado.

P.- Las mujeres de su novela aceptan mejor ese destino, mientras los hombres, sobre todo cuando son jóvenes, parecen rebelarse ante él. ¿Es esta diferencia también un característica de las sociedades rurales del interior?
R.- Sí, yo creo que sí. La figura de la mujer es en esos lugares muy contradictoria. Por un lado suele ser una mujer fuerte, que se sobrepone a la adversidad, que muchas veces mantiene económicamente la casa, que se ocupa de los hijos; pero, por otro lado, es también una mujer muy sometida por el machismo del hombre, ante el que no hay nada que hacer porque lo acepta la propia sociedad patriarcal en la que vive. A mí siempre me ha llamado la atención que, junto a esa fortaleza, tengan interiorizado su destino y ese discurso machista, algo que no dudan en fomentar y seguir reproduciendo en sus hijos.

P.- Junto al machismo y, a veces a partir de él, otro rasgo muy presente en su obra es la brutalidad y la violencia, a menudo latente o soterrada.
R.- Sí, porque la violencia puede estar oculta o salir afuera, pero siempre está. Se ve en los dos cabezas de familia: en Tamai se expresa con más plenitud, pues es un personaje que castiga y golpea a sus hijos y a su mujer; mientras que en Miranda la violencia está un poco más soterrada. Pero sí, es típica esa violencia de estos ambientes en los que el alcohol, además, maneja la vida de los hombres. El alcohol genera esta violencia, bien en peleas de bar, que alguna vez terminan trágicamente, o bien en casa, donde muchos descargan su frustración a base de golpes.

P.- Y manda también hasta en sus comportamientos en el terreno sexual.
R.- Es que el alcohol está muy atravesado en la vida de estos hombres, en cómo funcionan... es como una especie de combustible que les sirve para divertirse con los amigos, para ponerse malos con la familia, para plantar un trabajo o para desafiar al patrón. Esto es así acá, y las clases más empobrecidas son las que están más condicionadas por el alcohol, que es la droga legal más barata.

P.- Tras un periodo de cierto cosmopolitismo en la literatura latinoamericana, sobre todo desde el boom, parece que los escritores jóvenes de allí estáis volviendo de algún modo al origen. A cierta cultura local, rural, primaria. ¿A qué cree que se debe?
R.- No crea; todavía existe, al menos en la Argentina, una literatura muy marcada por lo urbano. Pero es cierto que hemos ido apareciendo autores en los últimos años que, desde las provincias, criados allá aunque vivamos y publiquemos en Buenos Aires, volvemos del algún modo la mirada hacia otras geografías que se van convirtiendo en geografías literarias a medida que vamos escribiendo y publicando. Hay bastantes, sí: están Hernán Ronsino, que a mí me gusta mucho; Federico Falco, que es de Córdoba; o Mariano Quirós, que es un chico joven del Chaco.

P.- ¿Sabría decir por qué surge de nuevo esta literatura más rural? ¿Se debe a un agotamiento de la literatura urbana?
R.- En realidad, no lo sé. Ni siquiera sé muy bien si dejó de hacerse en algún momento. Lo que sí está claro es que, en un momento, dejó de interesar a los editores. Yo creo que la buena recepción de mis libros, o de los de Ronsino, habla un poco de que el lector ya estaba cansado de tanta literatura urbana. Yo, al menos, lo que trato es proponer otra cosa, otra mirada, y también otro lenguaje distinto.

P.- El lenguaje de Ladrilleros está impregnado de modismos y palabras de ciertos argots de Argentina, muchas de ellas desconocidas en otros países hispanohablantes, como España. ¿Era un riesgo que había que asumir, incluso en la voz del narrador?
R.- Era un riesgo que yo quería asumir, sí. Mi novela anterior, aunque también tiene sus modismos y también transcurre en la misma zona, al norte del litoral, en ese sentido es mucho más medida, más neutra. Pero aquí me pareció que la historia permitía asumir un riesgo mayor en el lenguaje. Se trata de una historia muy violenta, una historia desbordada, con personajes que explotan todo el tiempo, y eso había que plasmarlo de algún modo en el lenguaje, tanto en el del narrador como en el de los personajes.

P.- Incide usted en el lenguaje, pero a la vez opta por un tono neutro, que no se eleva en ningún momento de la historia, pase lo que pase.
R.- Bueno, es que a mí no me gusta subrayar situaciones y menos cuando, por la naturaleza de las mismas, por su violencia o por su brutalidad, es innecesaria esa especie de insistencia. En esos casos el lector siente más y mejor la violencia si el escritor no se mete por ahí y le subraya la situación.

P.- ¿Le ayudaba de algún modo a no recrearse en esas escenas violentas el hecho de presentarlas de un modo fragmentario, casi cinematográfico?
R.- Sí, pero además yo trabajo bastante de esa manera. Me gusta cómo avanza el texto con capítulos o escenas breves, con esta cosa fragmentaria, con flashback muy marcados... me gustaba esa estructura y me parecía coherente con una idea que yo tenía y que pasaba porque los personajes estuviesen muriéndose a lo largo de todo el libro.

P.- ¿En qué medida está familiarizada con ese paisaje interior de las provincias argentinas?
R.- Yo soy del litoral, viví más de la mitad de mi vida allá, en Entre Ríos, pero también voy mucho al Chaco, porque la familia de mi marido es de ahí. Son personajes y lugares y modos de hablar que conozco muchísimo. Aunque tengo que decir que el lenguaje de los personajes es una construcción literaria que hice yo, una especie de híbrido entre distintas tonadas, modismos entrerrianos, modismos chaqueños y algunos del conurbano bonaerense. Esto va un poco con el nulo interés que tengo por lo documental, pese a que mis novelas sean realistas.

Ver otros Buenos Días