Image: Jaume Cabré: Después de ocho años no sé si Yo confieso está acabada o no, más bien sé que no lo está

Image: Jaume Cabré: "Después de ocho años no sé si Yo confieso está acabada o no, más bien sé que no lo está"

El Cultural

Jaume Cabré: "Después de ocho años no sé si Yo confieso está acabada o no, más bien sé que no lo está"

Lo mejor de 2011: Ficción

30 diciembre, 2011 01:00

Jaume Cabré

Sumario: Lo mejor del año

Ocho años necesitó Jaume Cabré (Barcelona, 1947) para componer su Yo confieso (Destino), una novela monumental que recorre la historia del hombre y del mal a través de los recuerdos huidizos de Adrià Ardèviol, enfermo de Alzheimer, soledad y desamor. Ahora, el escritor, un melómano que fue profesor universitario hasta hace año y medio, confiesa su sorpresa al conocer que los críticos de El Cultural han elegido su libro como el mejor de 2011.

No le miento -insiste-. Cuando publiqué el libro en castellano no tenía pretensiones de ningún tipo; los de Destino estaban animadísimos y confiadísimos, pero yo no lo acababa de creer, porque hasta ahora he sido ignorado en España”, insiste Cabré, un melómano que vive en un pueblo a media hora de Barcelona, frente a un bosque de pinos y encinas. Guionista de cine y televisión, ha publicado también teatro, novelas como La telaraña, Fray Junoy, Libro de preludios y el libro de relatos Viatge d'hivern, traducido en más de quince países, pero ¿tampoco se explica por qué se han vendido más de 600.000 ejemplares en Francia, Alemania o Italia? -Bueno, hace poco mis editores alemanes me daban tres razones: según ellos, nunca habían leído nada escrito así; trato el tema de la recuperación de la memoria y su tergiversación, un asunto tan candente en Alemania como en España e Italia, y por los personajes. -Ahora que menciona a sus personajes, uno de los protagonistas de Yo confieso, Bernat, músico y escritor frustrado, tarda mucho en dar un libro por terminado. Como usted, que trabajó ocho años en esta obra... -Bueno, fueron ocho años y no sé si está terminado, más bien sé que está inacabado. Cuando empiezo a trabajar no tengo una visión previa de cómo irá la novela y es la escritura la que me lleva a un personaje, a una atmósfera... Voy dando vueltas a distintas posibilidades narrativas o ambientales hasta que cuajan. Por ejemplo, recuerdo que una de mis intuiciones primeras fue la trasformación de Nicolás Eimeric, el Inquisidor General, en Rudolf Hoos, el comandante de Auschwitz, y esto lo escribí casi sin saber. Pero trabajé también otras historias que luego fui desestimando... Confiesa Cabré que le resulta imposible imaginar la versión en castellano del libro sin la traducción de Concha Cardeñoso, que le ha hecho descubrir “lo bien que escribo en español”, afirma entre risas. “La verdad -explica- es que pedí que fuese ella quien la tradujera porque hace tiempo vertió al castellano uno de mis cuentos y me hizo preguntas que me obligaron a repensar el original. Concha ha trabajado con pasión, haciendo un trabajo que exprime la sangre de las letras.” Muchos hermanos, piano, ruido -¿Qué le ha prestado a Adrià de sí mismo, la pasión por la cultura y la música quizás? -Ambas cosas. A Adriá le he dado elementos biográficos, porque yo nací en un piso del Eixample como el de Adriá, pero hice el suyo dos o tres veces más grande; en casa éramos muchos hermanos, con piano, ruido... Sí, era muy distinto, pero compartimos el ambiente de los 50 en Barcelona. Además, él es inteligente, políglota y sabio y yo no llego a su altura.
"En todas las lenguas hay libros innecesarios. A menudo lees traducciones de obras muy famosas y te preguntas el porqué, si no dicen nada, si no sirven"
-¿Qué convierte una novela normal en un libro necesario? -Creo que la sensación que queda en el lector de que un libro es fundamental en su vida. -¿Y hay en nuestras letras muchas obras innecesarias? -Desde luego, en todas las lenguas. A menudo lees traducciones de libros muy famosos y te preguntas el porqué, si no dicen nada, si no sirven. El lector lo capta enseguida aunque luego no se pare a analizarlo. -¿Cuándo descubrió que la literatura no debe ser un juego, y que si lo es, no le interesa? -Ah, bueno, eso lo capté en los años 70, cuando estaba empezando a escribir. Verá, descubrí que los personajes de un relato de mi segundo libro me estaban atrapando de tal manera que necesitaba distanciarme, porque me salpicaban, me estaban marcando con su sangre. Imaginé a una madre con su hijo muerto en brazos, y esto me impresionó tanto que reescribí el cuento como si se tratase de una escena de un rodaje cinematográfico. Dije: “Corten” y a partir de ese momento me distancié, porque era una ficción. Y me dije que era muy inteligente. Lo malo es que al acabar el libro sólo pude avergonzarme de mí mismo como escritor. -¿Cómo lo solucionó? -En la novela siguiente, Galcerán, un héroe de la guerra negra, sobre un héroe ficticio de la segunda guerra carlista, me propuse sudar con el protagonista, llorar con él, porque aquello no lo iba a repetir. A partir de ese momento me dí cuenta de que lo que valía la pena era vivir con ellos. Si no, la escritura no tiene sentido, al menos para mí. La vida literaria es un trayecto lento y largo, de evolución lenta, pero hay una serie de bases que no puedes abandonar. -“Si pudiera volver a empezar -dice uno de los personajes- buscaría el territorio de la felicidad” ¿Donde está para usted? -No lo sé, quizá la serenidad y el estar bien con uno mismo sean para mí lo que más pueda parecer a eso que llaman la felicidad, sin olvidar el esfuerzo en todo, en el trabajo, en la convivencia, y en llevar con dignidad y resignación tu propia vida.
"Una de las raíces del mal es la falta de empatía. no me propongo filosofar, pero la falta de compasión por el otro, sea un niño de meses o un viejo de 80 años, está en la base del horror"
-La novela parece una causa general contra el hombre. Porque, ya sea en la Edad Media o en nuestros días, encontramos la misma falta de compasión. -Sí, una de las raíces del mal es la falta de empatía. Yo no me propongo filosofar, pero la falta de compasión por el otro, sea un niño de tres meses o un viejo de 80 años, está en la base del horror. Me viene a la memoria esa terrible fotografía de una niña moribunda junto al buitre que esperaba su muerte; el fotógrafo no hizo nada y años más tarde se suicidó. No se me ocurre un infierno más espeluznante, más atroz, que la mirada de esa niña. - ¿Quiénes son los malvados hoy? -Uf, es que no podemos olvidar el siglo XX, lo tenemos enganchado a nuestra piel. No sé, los malvados hoy son tantos, hay tanta violencia,tanto mal impune, desde el dictador sirio que está masacrando a su pueblo ante las cámaras de televisión, al tipo que golpea a su mujer, entre silencios cobardes. - Como Adrià le pregunta al mismísimo Isaiah Berlin, “¿qué le sorprende más en la vida”? -Isaiah Berlin creo que responde algo así como que la capacidad de regeneración de la persona. Yo diría, asumiendo lo de Berlin también, que la capacidad obstinada de la humanidad de repetir errores que demasiadas veces son horrores. -Y sin embargo, y a pesar de Adorno y sus palabras sobre la imposibilidad de la poesía tras Auschwitz, queda la literatura... -Desde luego. No es que no sea posible la poesía, es que es necesaria, entre otras cosas porque cuando desaparecen los testimonios de los verdugos y de sus víctimas lo que nos queda es la poesía, el estudio para saber y la literatura para sentir en la piel la angustia y el dolor ajenos. “Los jóvenes llegan marcados” -Nada justifica a los malvados del libro (Eimeric, Budden, Hoss) ni a los cobardes... -Claro, claro, pero tampoco podemos pedirle a nadie que sea un héroe, sobre todo si el miedo era demasiado intenso, sabiendo que toda su vida vivirá con el remordimiento de no haber impedido el mal. Hay muchas víctimas que no pueden hacer más. De eso, de valor y de dignidad, sabe mucho Jaume Cabré, que abandonó la enseñanza universitaria hace algo más de año y medio y que contempla las manifestaciones del 15-M con algo más que escepticismo, ya que “la sociedad del siglo XXI sufre problemas más profundos que no se resuelven con okupaciones. Nuestra sociedad es hoy tan superficial, tan telecinco, que los estudiantes, los jóvenes, ya llegan marcados. Menos mal que nos queda la literatura, y la palabra.”