El Cultural

De charla con Quevedo

21 septiembre, 2009 02:00



En lo alto del pedestal, como un vigía que atisba menudencias, se alza don Francisco de Quevedo. Le reconozco en seguida. Para marcar distancias con los demás pájaros, luce en el pecho la Cruz de Santiago, lleva libros en la mano y, sujetos a la nariz, sus exclusivos "quevedos". En cuanto me divisa, va y escupe con acierto. Se trata de un gargajo sólido y sin apenas espuma, con toda la mucosa negra del Siglo de Oro. Hago como que no me he dado cuenta y creo ver la mueca de una sonrisa abrirse en la piedra tallada.

Por trabar conversación, empleo lo más tópico que viene al caso. Le digo que he llegado tarde a la cita por culpa del atasco que se desborda cuando llega al centro. Y con tal arranque nos ponemos a hablar a voces, llevados por el ímpetu palurdo que imprime la ciudad a los que hemos nacido en ella. Los bocinazos se extienden por la glorieta y don Francisco de Quevedo se eleva sobre ellos para contarme su último sueño. Y como ya se sabe que el perro persigue el rastro de la liebre en sueños, él, don Francisco, al ser pájaro de altos vuelos, en sus sueños de mármol callado persigue el rastro de las moscas y de los gusanos.

-Las moscas, hoy en día están muy cotizadas, amigo. Ahora los cocineros las utilizan en sus recetas como los de ayer utilizaban pasas de Corinto. Cocina creativa, que llaman y que no son más que bujarronadas de los tiempos del siglo XXI. Siglo de orín y cloacas, por supuesto. Siglo culero.
-Por supuesto, don Francisco. ¿Y qué me dice del uso del castellano en nuestros días?- Pregunto por arrancarle unas gotas de vinagre que empapen aún más nuestra jugosa charla.

Se presta de inmediato:
-El castellano, amigo, es una lengua muerta. Apesta cada vez que un español abre la boca para expresar algo. Por mucha jerga de guineos que le metan sigue siendo un cadáver al que han estreñido más de la cuenta.
-Y entonces, cómo le ve el futuro al castellano.
-Con toda la algarabía de un zoco morisco y trocando las primeras personas en segundas con los verbos a la vizcaína, como el bacalao.
-Ya sé, como si dijéramos yo recibes, por ejemplo, o tú escupo.
-Sí, amigo, y muchas equis y jotas y haches intercaladas, igual que una quiniela sintáctica. Para que el gargajo salga disperso como baba o perdigón de viejo chocho. Un graznido claudicante ante la lengua con la que se escribió el Siglo de Oro.

Me fijo en el detalle de sus hombros donde los demás pájaros, envidiosos de su trino, escurren cagarrutas. Mientras los bocinazos siguen ensordeciendo la glorieta yo me despido. Hasta otro día.

-Vaya con Dios, don Francisco.
-¿Con Dios?
-Es un decir
-Le advierto amigo que de nada vale en esta vida estar a buenas con Dios y sí con el Diablo. Este mundo es del Diablo, no lo olvide.
-Pues al Diablo, don Francisco.

Ahí le dejo, en una glorieta que lleva su nombre, condecorado por las cagadas de pájaros, subido a los cielos por los cuatro géneros literarios que cultivó: la lírica, la mística, la novela satírica y la historia. Casi na.