El Cultural

Manuel Leguineche

"Un mapa del mundo que no incluya la utopía no merece una mirada"

24 octubre, 1999 02:00

Manu Leguineche, refugiado desde hace doce años en La Alcarria, acaba de retratar su mundo en La felicidad de la tierra (Alfaguara). Antes había rescatado en Hotel Nirvana (El País-Aguilar) la memoria de algunos locales míticos donde el viajero experimenta el cese del dolor.

Pregunta: ¿Dónde se esconde La felicidad de la tierra?
Respuesta: Está desparramada entre el paisaje de la Alcarria que he contemplado y vivido estos últimos doce años. Si no nos la dieran gratis, haríamos mucho más caso a la naturaleza.
P: ¿Y la desdicha?
R: La dicha, aunque no sea eterna, gana por goleada. El secreto está en aprovechar las pequeñas cosas. Un amigo de la cuadrilla asegura que la vida es lo mejor que se ha inventado.
P: ¿De qué huía, qué le hizo refugiarse en La Alcarria?
R: No es una fuga definitiva, pero le hice caso a Romains, "huye a una aldea y declárala el centro del mundo". Todo lo que uno necesita es un poco de pan, unos libros y mucho silencio.
P: ¿Cuál es su momento?
R: Quizá el 3 de abril, al amanecer, cuando se escucha el primer canto del cuclillo. Recuerdo que decía Delibes que pasear por el campo al amanecer es como estrenar el mundo.
P: ¿Con quién se sentaría y a quién no invitaría jamás a su mesa?
R: Sigo los consejos de mi paisano el poeta Elisamburu: "Las puertas de mi caserío están abiertas a los amigos antes que a nadie, a los pobres cuando llaman, a los enemigos, pues ¿quién no los tiene? A todos me abro de par en par".
P: ¿Cuál es su hotel Nirvana?
R: Es la suma de todos ellos, el resumen de las alegrías, pocas, y las desgracias que el reportero ha visto desde esos hoteles en los que se ha escrito la Historia.
P: Escribe que el mejor hotel es al que se vuelve. ¿Cuál es el suyo?
R: He vuelto a algunos de mis hoteles preferidos para descubrir que ya no existen, que se han transformado en bancos o se han remozado hasta perder el alma que tuvieron.
P: ¿El más mágico?
R: La magia se olvida bajo los tiros, y la paz, por deformación profesional, nos resulta a veces tediosa. De todos modos, como dijo Kafka, todos llevamos una habitación dentro.
P: ¿El más literario?
R: En las habitaciones que ocuparon los grandes escritores debes tú poner la imaginación, la fábula y el duende. Me quedo con la habitación número 8 del hostal de Burguete (Navarra), donde se hospedó Hemingway en 1923.
P: ¿Qué queda de aquel muchacho que en 1963 trabajó en el hotel George, en la carretera a Edimburgo?
R: Me queda aún el pequeño desquite irónico y bienintencionado de volver al "George" vestido de campeón hípico e hiponcondríaco, ocupar una suite durante unos días y sentirme como Borges en el Androgué.
P: Habitar un hotel es concebir la vida como una novela, decía Brecht. ¿En dónde y qué novela le gustaría escribir?
R: La novela de los Ritz, el Danieli de Venecia, el Adlon de Berlín, el Rossia de Moscú, el Savoy de Londres, el Imperial de Bangkok, el de la pensión de la Bernarda.
P: En su Hotel Nirvana recupera anécdotas de los mejores hoteles... ¿Cree como Pérez-Reverte que esos espacios legendarios ya no existen, que se han transformado en decorados vacíos?
R: Tenemos la impresión de que antes pasaban más cosas, ahora pasan pero a mayor velocidad y son menos emocionantes. Vemos la vida por Internet. Estamos más conectados, pero más sólos.
P: En los últimos años ha multiplicado su producción editorial, ¿la abundancia es enemiga de la perfección?
R: Depende de dónde se ponga el listón. Mis libros son una emanación del periodismo. Conozco los límites y escribo rápido. El periodismo está medio muerto y buscamos otro formato, la salvación en los libros. No queremos el Nobel.
P: ¿Dónde empieza el periodista y acaba el literato?
R: Para mí, todo es reporterismo. O sea, ver algo, vivirlo, hablar con la gente, pensar y leer sobre ello y contarlo. Algo así como un diccionario de la vida en desorden, de un lado para otro, de flor en flor. ¡Qué divertido!
P: Recuperó Los topos, escrito junto a Torbado. ¿Qué le haría ocultarse? ¿Ha sentido esa tentación?
R: Claro que sí, cada vez que suena un ruido. España se ha democratizado, pero sigue hablando alto y fuerte, pone músicas estruendosas, tira la basura a la puerta de tu casa. ¿Dónde queda el respeto a los demás?
P: Después de ser testigo de tanto, ¿qué le falta y qué le sobra al periodismo actual?
R: Le falta un pelín de pasión, de humildad, de solidaridad. Le sobra asepsia informática, agua mineral y ejecutivos.
P: ¿La Prensa es cada vez más el instrumento de manipulación, de comunicación sesgada...?
R: No se puede juzgar a todos por el mismo rasero, pero hay mucho de eso, sí, y dado el rumbo que toma el mundo parece inevitable. La historia de la Prensa es, en gran medida, la historia de un lavado de cerebro.
P: El corresponsal, ¿sigue siendo un testigo incómodo?
R: Siempre lo ha sido. Ahora ya qué más da. Unos generales metidos en túneles en los que aprietan botones te dicen lo que les da la gana, sueltan unos comunicados, los pasan por la tele omnímoda y tú a callar.
P: El público cada día está más informado ¿es más libre y sabio o indiferente y sumiso?
R: Me inclino por la tesis de la indiferencia y la sumisión. Es el hombre-vídeo, el resultado de lo que hay, confuso, desorientado porque escucha más los ecos que las voces. ¿Quién es el guapo que se aclara?
P: Escribió: "Viajar es pasear un sueño" ¿se ha cumplido el suyo?
R: Se ha cumplido de sobra, aunque no ha terminado. Un mapa del mundo que no incluya la utopía no merece siquiera una mirada. "No son los años, amor, son los kilómetros", decía Indiana Jones.