Francia ganó a una España vibrante y desacomplejada como gana siempre. Un paso más en la construcción de un equipo que se acerca la élite mundial y la confirmación de que Luis Enrique no es un excéntrico descabellado. Dos selecciones, dos concepciones. El nombre propio frente al nosotros, la genialidad contra el colectivo.

España estuvo tan cerca o tan lejos de la victoria de lo que están los rivales de Francia, esa selección que comienza a ganar cuando parece abocada al naufragio. En los albores del Mundial de 2018 se decía que Francia no jugaba a nada. Por encima de cualquier crítica sobre su rendimiento, hoy sabemos que juega para vencer.

No obstante lo dicho, nuestra selección completó un partido notable, siempre acomodada a las exigencias del encuentro. Primero, con la posesión indefinida del balón no exenta de dureza en los choques; en la desventaja, con un juego más vertical que, por fin, generó ocasiones de gol.

Con este armazón táctico nuestro equipo consiguió la mano de las voluntades: se jugaba a lo que España quería y el equipo francés era incapaz de hilvanar una combinación con peligro. Aunque ya no se nos olvidará que su gran arma es la paciencia, agazapada en su poderío físico, sabedora de que en noventa minutos llegará la oportunidad.

Oyarzabal se lamenta mientras Mbappé celebra el gol de Francia

Oyarzabal se lamenta mientras Mbappé celebra el gol de Francia EFE

 

Porque lo que al equipo español le costó infinidad de pases, Francia lo pulverizó en una jugada: tiene futbolistas céleres que buscan la espalda de la defensa, los espacios vacíos que nadie puede cubrir. Y con un jugador sorprendente: Benzema.

Cualquiera puede encontrar momentos de lucidez, de genialidad. Un pensamiento, una frase, una solución, un gol. Cuando lo haces todos los días eres un genio. España tiene muchos orfebres, pero ningún genio. Francia tiene a Benzema.

La selección de Luis Enrique sigue con la impronta -modernizada, desde luego- del juego que impuso Cruyff. Ya no tenemos una colección de magos "pequeños" - Luis Aragonés, dixit - sino de jugadores acoplados al ritmo de la evolución. El nicho futbolístico ha cambiado, y con él, nuestros futbolistas de nuevo cuño, adaptados a los cambios físicos del fútbol para conducir a España por la nueva época.

El futuro es alentador con un equipo que ayer se presentó con 26 años de media. Algunas decisiones de Luis Enrique son controvertidas por inusuales y por la forma en que las verbaliza. Alejado de la diplomacia habitual de los entrenadores, el asturiano se expresa sin tapujos, al natural. Pero es indudable que ha sabido reconducir un equipo extraviado desde 2012, en busca de una nueva personalidad y estilo de juego. La sensación de que España ha vuelto es lógica e inevitable.

Un último apunte acerca de la jugada del segundo gol francés y el posible fuera de juego de Mbappé. La norma - aplicada ayer de forma correcta - no había sido puesta en tela de juicio, por ilógica o contraria a la naturaleza del fútbol, hasta que perjudicó a nuestra selección. No nos engañemos, es norma de la patria: tanta vehemencia no se hubiera producido si los favorecidos por la interpretación arbitral hubiéramos sido nosotros.