Michael Vick, con un balón en la previa de un partido de la NFL.

Michael Vick, con un balón en la previa de un partido de la NFL.

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Michael Vick (45), leyenda de la NFL, de firmar un contrato de 130 millones a quedarse sin nada: "Me cambió la vida"

El estadounidense financió y lideró una red de peleas callejeras de perros, lo que provocó la suspensión indefinida de la NFL y que los Falcons le reclamaran 20 millones.

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Michael Vick renovó con 24 años el contrato que le unía con los Atlanta Falcons por 10 años y 130 millones de dólares, que lo convirtió en el jugador mejor pagado de la NFL, pero apenas cinco años después estaba en la cárcel, en bancarrota y con deudas superiores a los 20 millones.

Su caída mezcló un caso criminal devastador, mala gestión financiera y un entorno incapaz de decirle que no al hombre que parecía tenerlo todo.

En 2004, el estadounidense era el rostro de la NFL: un quarterback eléctrico, portada de videojuegos y líder de unos Falcons que llegaban a playoffs y llenaban estadios.

Ese año firmó una extensión de 10 años y 130 millones de dólares con Atlanta, el contrato mejor pagado de la liga en ese momento, con 37 millones garantizados en bonus.

Los planes de sus asesores financieros apuntaban a que, si seguía en esa línea, podría acumular un patrimonio cercano a los 100 millones de dólares hacia 2010.

Vick había salido de un barrio humilde en Virginia y convirtió aquel contrato en una vía rápida para cambiar su vida y la de los suyos. Mantuvo a un grupo amplio de familiares y amigos a su cargo, con casas, coches y gastos constantes que nadie controlaba.

Un plan financiero profesional que buscaba proteger su riqueza saltó por los aires cuando empezó a escuchar más a su entorno que a los expertos que le insistían en ahorrar e invertir con prudencia.

Michael Vick, en un partido con los Falcons.

Michael Vick, en un partido con los Falcons.

Una mala gestión

Detrás de la imagen del ídolo, sus finanzas ya se debilitaban antes del escándalo que lo sacaría de los campos. Vick asumió inversiones mal asesoradas, negocios fallidos y un ritmo de gasto que incluía mantener a decenas de personas, con la sensación de que el dinero nunca se acabaría.

En paralelo, el pago de impuestos, las hipotecas de varias propiedades y otros compromisos crecían al mismo tiempo que su atención se centraba en la fama y el rendimiento deportivo.

Cuando surgieron las primeras demandas y reclamaciones de acreedores, el jugador aún seguía siendo oficialmente el mejor pagado de la NFL, pero su liquidez ya estaba comprometida.

Más tarde contaría que no entendía realmente la magnitud de sus deudas ni el impacto de cada firma que estampaba en préstamos o acuerdos comerciales.

"Pensaba que mientras siguiera jugando el dinero iba a seguir entrando; nunca me paré a preguntarme cuánto estaba saliendo", ha resumido en entrevistas al hablar de esa etapa".

En 2007, todo se derrumbó cuando la justicia federal destapó que Vick financiaba y participaba en una red de peleas de perros en su propiedad de Virginia, conocida como "Bad Newz Kennels".

Los documentos judiciales detallaban entrenamientos, apuestas y la ejecución brutal de animales que no rendían, un relato que provocó repulsa generalizada y lo colocó en el centro de una tormenta ética y mediática.

La NFL lo suspendió indefinidamente, y los Falcons empezaron a exigir la devolución de parte de los bonus de su millonario contrato, casi 20 millones de dólares.

En bancarrota

Vick se declaró culpable de cargos federales relacionados con el entramado de peleas y fue condenado a 23 meses de prisión, además de multas y casi un millón de dólares en restitución por el cuidado de los perros rescatados.

Años después admitió que aquel momento fue un choque brutal: "Tuve que mirarme al espejo y entender que todo era culpa mía; no era una conspiración, eran mis decisiones".

En la misma línea, ha reconocido que subestimó por completo las consecuencias: "Pensé que podría controlar la situación y seguir siendo jugador de la NFL, pero perdí mi carrera, mi libertad y casi todo mi dinero".

Hoy, la historia de Michael Vick se cita tanto como ejemplo de redención deportiva como advertencia sobre cómo incluso un contrato histórico puede desvanecerse cuando se juntan malas decisiones, entorno tóxico y un delito que lo cambia todo.