La momia del faraón Tutankamón en su renovada cámara funeraria.

La momia del faraón Tutankamón en su renovada cámara funeraria. Reuters

Historia

¿A qué huelen las momias? Los perfumes utilizados por los egipcios para alcanzar la vida eterna

Fedrico Kukso presenta en Odorama (Taurus) un viaje por la historia a través de sus fragancias, desde el Antiguo Egipto hasta la Ruta de la Seda. 

29 mayo, 2021 03:13

Noticias relacionadas

Los aromas actúan muchas veces como catalizadores del recuerdo. La archiconocida magdalena con la que Proust era capaz de viajar hasta el mundo infantil de sus recuerdos en Combray solo es uno de los muchísimos ejemplos de lo sugerente del aroma. Sin embargo, existe una dimensión desconocida de la antigüedad que por cuestiones naturales no ha podido ser preservada, enfrascada y estudiada como es debido: la del olor en la historia

Federico Kukso presenta en Odorama (Taurus) un viaje por el pasado a través de sus olores, del intento concienzudo y laborioso de reconstruir esa dimensión sutil de lo olfativo. Desde los ungüentos usados en la momificación en el Antiguo Egipto hasta el descubrimiento de la pimienta o los usos y costumbres de aseo de los griegos. Atravesar las páginas de este ensayo devuelve a la historia fragmentos olvidados o no reconocidos del mundo, de la impresión que causaban los olores o su importancia ritual. 

Momias perfumadas

La cultura del Antiguo Egipto convivía de cerca con la idea de la vida y la muerte. Las mismas crecidas del Nilo que podían resultar en ocasiones mortales por la violencia con la que sus aguas anegaban campos y caminos también traía una vida renovada a los márgenes de su lecho. Plinio el Viejo, en sus viajes por el delta del gran río, describió a Egipto como "la tierra negra", haciendo referencia a los limos que cubrían sus fértiles llanuras. 

El ritual de momificación egipcia estaba directamente asociado con el concepto de la vida eterna. Para poder conservar el buen aspecto del cuerpo, los restos mortales eran ungidos y cubiertos de vendas y aceites antes de encontrarse con Osiris, el dios encargado de tasar la vida de los difuntos entre la vida eterna o el castigo cruel de ser arrojados a la bestia Ammyt, devoradora de muertos.

Varios de los sarcófagos hallados en perfecto estado en Saqqara.

Varios de los sarcófagos hallados en perfecto estado en Saqqara. Efe

Durante el ritual de preparación que llevaban a cabo los sacerdotes, los cuerpos eran sazonados en perfumes, más concretamente en siete fragancias consideradas divinas. El buen olor era primordial durante el tránsito hacia la muerte, ya que estos perfumes eran del agrado de los dioses, de cuyos cuerpos se creía que emanaban deliciosas esencias.

Cubierta en aceites, la momia se transformaba en un cadáver exquisito, un vehículo para la vida eterna que no daba señales de descomposición. El olor del aceite de incienso, del pino y las semillas de abeto se mezclaban con las fragancias de la resina de cedro o las flores de acacia. Un cóctel olfativo que pretendía servir de presentación al panteón egipcio, acostumbrado al olor sagrado que emanaba de sus deidades.

Las flores de Tutankamón

Cuando Howard Carter abrió por primera vez la tumba de un joven faraón, de constitución débil y que tan solo contaba los 19 años el día de su funeral, no podría haber imaginado la repercusión que su hallazgo tendría para el mundo de la egiptología en particular y de la historia en general. 

El descubrimiento de la tumba de Tutankamón en el año 1922 vino marcado por un halo de leyenda que aún pervive hasta nuestros días. Sin embargo, sigue habiendo detalles que nos fascinan como el primer día. Sobre la máscara mortuoria del joven faraón descansaba una corona de flores, marchitas, pero que todavía conservaban su color

Howard Carter examinando el tercer ataúd de Tutankamón, el de oro macizo.

Howard Carter examinando el tercer ataúd de Tutankamón, el de oro macizo. The Griffith Institute The Griffith Institute

Probablemente se trataba de los restos del último adiós que su reina, Anjesenamón, pudo darle antes de que emprendiese su viaje eterno. El hallazgo marcó profundamente a Carter, quien se encargó de retirar los pétalos que tras miles de años se conservaban casi intactos por la falta de agentes en el aire que favoreciesen su descomposición en la secreta tumba. 

En aquellos años, el Valle de los Reyes, donde se encontró la tumba de Tutankamón, se creía totalmente explorado o, si no, expoliado por los saqueadores que durante años forzaban las entradas de los conjuntos mortuorios para hacerse con las riquezas de los monarcas de Egipto. Un estudio detallado de la tumba del joven faraón demostró que había sido objeto de dos saqueos previos a la llegada de Carter

Ambos robos se centraron en la extracción de las fragancias y grasas perfumadas de las ánforas del faraón, preparados secretos y sagrados que habían sido guardados con celo por los sacerdotes y que constituían un verdadero botín para los mercaderes de medio mundo. 

Higiene egipcia

Reconstruir la historia también es sentirla a través del olfato. Un paseo por las ciudades y pueblos egipcios revelaría los usos y costumbres de sus gentes. El desagradable olor del estiércol quemado, usado como combustible en los meses más fríos o en las cocinas que flanqueaban el sagrado Nilo; pero también el de las gentes, y por qué no, el de sus cuerpos. 

Los egipcios mantuvieron hábitos muy saludables de higiene que mantuvieron a raya grandes epidemias que diezmaron otras partes del globo. La costumbre de limpiar manos y pies antes de entrar en el hogar o rasurar sus cabezas para evitar la proliferación de parásitos son solo algunas de las costumbres que marcaron la vida diaria de los habitantes del reino del Nilo.

Una de las más sorprendentes y que nos relacionan directamente con este pueblo es el del uso del desodorante. La receta egipcia dictaba el uso de la resina de incienso, que a fuerza de ser moldeada en pequeñas bolas se colocaba bajo las axilas para combatir el olor corporal en los meses estivales.

Miel milenaria

Las costumbres culinarias egipcias fueron recogidas en su mayoría por Heródoto, quien sobre la cocina de este pueblo apuntó el uso de carnes en salazón, aves, pescados y frutas, siempre previamente sacrificadas y honradas a los dioses. Sin embargo, también sabemos que era habitual encontrar dátiles, cítricos importados de otros pueblos y ánforas de miel

Es precisamente este, el fruto laborioso de las abejas, del que se han encontrado recipientes que todavía contenían miel apta para el consumo, preparada miles de años antes de su descubrimiento, aguardando para ser degustada una vez más y preservando el olor de la eternidad. 

Portada de 'Odorama'.

Portada de 'Odorama'. Taurus

En la cultura egipcia, el origen de estos pequeños insectos polinizadores se encontraba en la historia del dios Ra y las lágrimas que, vertidas sobre la tierra, se convirtieron en abejas.

El oficio de los recolectores de miel y cera gozaba de un gran respeto y veneración. Han sobrevivido crónicas sobre los cazadores de la región de Terebintia, que cuando se adentraban en los Uadis, cauces secos lejos del Nilo, eran protegidos por los arqueros reales del faraón, mientras se afanaban en su tarea. Más tarde la miel fue usada en los rituales de embalsamamiento, con efectos medicinales o puramente gastronómicos por todo Egipto.

El olor de la historia

Federico Kukso, periodista científico, presenta un interesante análisis de la historia a través de uno de los sentidos más ignorados por los historiadores. La pieza de un enorme puzle que busca reconstruir el pasado desde una perspectiva distinta, una que nos permite atraer la historia hasta nuestra nariz y aspirar su aroma. 

Odorama es ante todo un alegato a la importancia del olfato como medio de investigación, de relación social y de cohesión histórica. La dedicación del estudio de su autor atraviesa civilizaciones, océanos y barreras temporales; atrayendo las fragancias más agradables, profanas o irrespirables del tiempo a un mismo lugar. Un ejercicio de arqueología con el que disfrutar y ser testigo de una historia que resulta más viva que nunca cuando es respirada.