Manuel Azaña, durante un mitin de Izquierda Republicana en Madrid.

Manuel Azaña, durante un mitin de Izquierda Republicana en Madrid. Archivo Martín Santos Yubero

Historia

Los grandes errores de la República que desencadenaron la Guerra Civil, al detalle

El historiador Ángel Viñas analiza en su nueva obra cómo la inacción de los gobiernos republicanos a pesar de las alertas recibidas allanó el terreno a los conspiradores y al golpe de Estado. 

11 marzo, 2021 01:10

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Un tópico recurrente en la literatura sobre la Guerra Civil es que la sublevación militar de julio de 1936 estaba cantada, que se veía venir. Pero si realmente fue así, ¿por qué el Gobierno republicano no paró un golpe que se presagiaba por todas las esquinas? A esa pregunta responde, basándose en muchos "papeles" —documentos—, el historiador Ángel Viñas en su nueva obra, El gran error de la República (Crítica), que arroja una impactante conclusión: la "condición suficiente" más importante que explica el estallido de la contienda es la inacción "incomprensible" de ciertas autoridades a la hora de detener a los conspiradores cuando estaban al tanto de sus movimientos.

La intrincada y compleja investigación es una suerte de continuación de ¿Quién quiso la Guerra Civil? (Crítica, 2019), estudio en que el catedrático emérito de la Universidad Complutense desveló los contactos y acuerdos clandestinos de los principales políticos monárquicos con la Italia fascista de Mussolini en su operación de derribo a la Segunda República a partir de 1932. "El libro anterior es una narración, pero aquí hay que hacer narración y análisis porque los documentos de la conspiración y la respuesta hay que situarlos en contexto. El tema es más delicado", explica Viñas a este periódico.

Ahora no solo ahonda más en los entresijos de un golpe con tres pilares —el monárquico, el militar y el fascista—, sino que demuestra con evidencias documentales que los Gobiernos republicanos tenían conocimiento de las maniobras de la Unión Militar Española (UME) para subvertir al Ejército... y no hicieron nada efectivo. ¿La explicación? "Porque los conspiradores estaban infiltrados en sus servicios de seguridad [la Dirección General de Seguridad, la Oficina de Información y Enlace o la Sección Servicio Especial, que dependía del jefe del Estado Mayor Central], porque se les engañó como a chinos, a [Manuel] Azaña en particular, y porque pensaron que la política de cambios de destino y de unidades era suficiente", resume el historiador.

Casares Quiroga, en su etapa de ministro de la Gobernación, rodeado de militares.

Casares Quiroga, en su etapa de ministro de la Gobernación, rodeado de militares. Archivo Martín Santos Yubero

En esta concatenación de insuficiencias hay varios momentos clave. El primero conduce a febrero de 1936, tras la victoria electoral del Frente Popular. En vez de enviar a Franco a Canarias y al general Manuel Goded a Baleares —"y se bañará al sol en la playa de Formentor", frivolizó el propio presidente Azaña—, Viñas opina que el Gobierno debería haberlos cesado de inmediato y puesto en disponibilidad junto a Miguel Cabanellas. Un mes más tarde, un grupo de militares no identificados remitió un ultimátum al ministro de la Guerra, el general Carlos Masquelet, en el que se solicitaba una amnistía y el desarme de todas las organizaciones ajenas a la policía gubernativa. La respuesta fue publicar una nota en la prensa en la que se aseguraba que el Ejército español "se mantiene dentro de la más estricta disciplina", dispuesto a "acatar las disposiciones del Gobierno legalmente constituido".

No fueron los únicos episodios que tuvieron "consecuencias letales" en contra de los intereses republicanos. A principios de junio de 1936, los rumores de que Emilio Mola formaba parte del complot también llegaron a oídos del Ejecutivo. Augusto Barcia, ministro de Estado, le confesó al embajador francés Jean Herbette que se trasladaría al general a otra guarnición. "Y no lo cesan... ¡¿pero bueno!?", exclama al otro lado de la pantalla Viñas, cuya sorpresa e indignación parecen aumentar a medida que enumera los errores de bulto de la República. Un último patinazo que señala es que la política de contención de la sublevación se basó sobre supuestos falsos: que se levantarían un par de regimientos y que con las fuerzas de la Guardia Civil, los guardias de asalto y la policía municipal serían suficiente para contenerlos. Nada más lejos de la realidad.

Alertas en vano

Uno de los personajes que peor parado sale de esta reveladora investigación es Manuel Azaña, más preocupado por el auge del anarquismo, "un cáncer que es preciso extirpar", en sus propias palabras, que de la conjura. "La supuesta agitación de los militares no consiste sino en conversaciones de café entre oficiales monárquicos y tiene la misma importancia que el Gobierno le atribuye", le contó pocos días después de ser nombrado presidente del Consejo de Ministros al embajador galo. ¿Una ceguera real o utópica?

"Se sabe, porque lo dice él, que los militares le engañaron. En unas cartas al doctor Rodríguez Lafora se queja de que tres generales, [José] López-Pinto, Cabanellas y Queipo de Llano, le aseguran que están al servicio de la República cuando todos se sublevaron el 18 de julio", explica Ángel Viñas. Pero señala que la clave se encuentra en Masquelet, que de ministro de la Guerra se convirtió en el principal asesor militar de Azaña. Antes, entre 1933 y 1935, había sido jefe del Estado Mayor Central y de la Sección Servicio Especial. "¿No le dijo nada Masquelet a Azaña?", se pregunta el historiador.

Portada de 'El gran error de la República'.

Portada de 'El gran error de la República'. Crítica

Aunque resulte paradójico, fue durante el bienio radical-cedista cuando los gobernantes republicanos manejaron mejor información de las operaciones conspiranoicas. Un militar de nombre desconocido, que actuó bajo el pseudónimo de Manrique, logró infiltrarse hasta la cúpula de la UME y elevar importantes informaciones a la Dirección General de Seguridad. Este espía vaticinó certeramente que la realidad podría generar una gran amargura por exceso de confianza. La operación fue desmembrada tras el triunfo en las urnas del Frente Popular. 

El otro político izquierdista que más erosionado sale de la obra del también autor de La otra cara del caudillo es Santiago Casares Quiroga, primero ministro de la Gobernación y luego presidente del Gobierno y ministro de la Guerra. Cuando a finales de junio de 1936 el gobernador civil de Santa Cruz, Manuel Vázquez Moro, le expuso la gravedad de la situación y los rumores sobre la inminencia del golpe, ofreció una respuesta inverosímil: "Señor gobernador, prohíbo de modo terminante que se ponga en duda la lealtad del general Franco".

Los generales Masquelet y Goded tras una reunión con Azaña.

Los generales Masquelet y Goded tras una reunión con Azaña. Archivo Martín Santos Yubero

Igual de nítido resulta el informe que el gobernador civil de Granada, Ernesto Vega Manteca, remitió a Casares Quiroga el 24 de junio ofreciendo datos evidentes de la conspiración. Llevaba dos meses reclamando al presidente el cese de generales, jefes y oficiales que incurrían en periódicas reuniones "contra el régimen". "Ni puñetero caso le hicieron", dispara Viñas. "¿Y qué pasó? Pues que la guarnición se subleva". "Hay un patrón de comportamiento que es difícil de entender y la última repuesta no la tengo, pero lo que sí puedo decir es que el Gobierno no esperaba una repetición de la Sanjurjada", zanja el historiador.

El catedrático cree que las líneas fundamentales sobre los orígenes de la Guerra Civil ya están trazadas, pero quedan todavía algunos misterios en torno a conductas individuales de gente en posición de tomar decisiones. "Lo más importante es que todo eso que nos han dicho desde el comienzo de la guerra, en el franquismo y en la Transición de que la República fue un desastre, de que hubo que adelantarse a la sublevación de los comunistas, de que España iba a la catástrofe total, es mentira", despacha Viñas, que se ampara en un informe de un diplomático de la embajada nazi en Madrid que dijo a Berlín que el Gobierno republicano estaba dispuesto a cortar por lo sano las algaradas izquierdistas y que una dictadura de tipo soviético en España no tenía futuro.