Sexo entre samuráis.

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El gran secreto del código samurái: los niños que tenían sexo con hombres para no 'feminizarse'

El shudo era una tradición aprobada por toda la sociedad que consistía en que los niños guerreros se acostasen con sus maestros para convertirse en hombres valerosos. 

3 julio, 2020 16:33

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¿Qué es el shudo? Hoy resulta imposible de creer, pero hubo un tiempo en la que esta tradición japonesa resultó un éxito en la sociedad samurái desde el periodo medieval hasta el final del siglo XIX. “Shudo” se refiere al “camino del joven hombre”, y este camino se asociaba directamente a su “despertar sexual” con un hombre más maduro, lo que era considerado como “beneficioso” para la juventud, porque así se le inculcaban al crío valores como la virtud, la honestidad y el aprecio a la belleza.

Por mucho que pueda parecer una práctica transgresora, fundamentalmente era una práctica misógina, porque se consideraba que si los primeros años eróticos del joven los pasaba con una mujer, acabaría “feminizándose”. El presunto gran peligro era que el futuro guerrero acabase siendo dócil, sensible, suave y encantador -atributos considerados femeninos-.

El shudo era una forma de crear guerreros y hombres valerosos, arrojados, rudos, siempre a la sombra del maestro. Toda una “disciplina” del cuerpo y la mente. En ese dúo, el tipo maduro era llamado “nenja” y el joven era el “wakashü”.

El código samurái

Este concepto se origina en el siglo XVII y trataba de alimentarse de las bondades del “amor masculino”. En cualquier caso, esta corriente fundada por Kükai -cabeza pensante de la escuela de Shingon- no era del todo novedosa, porque bebía de la tradición homosexual japonesa entre bonzos y acólitos.

El joven debía demostrar su lealtad y sus deseos de aprender sirviendo de amante al instructor. En esos años, el chico no sólo aprendía las técnicas de combate o el empleo de la katana, sino que emprendía todo un camino sentimental y espiritual que le llevaría a la gracia, al poder, al forjamiento como caballero imparable.

Ni siquiera se trataba de una técnica marginal: la sociedad al completo la aprobaba, incluidos los padres del joven. Recordemos que en esa cultura ancestral, los preadolescentes de apariencia andrógina eran los más codiciados eróticamente, ya que eran deseados tanto por hombres como por mujeres.

Pederastia

Entonces no existía la concepción de que una persona pudiese ser “homosexual”: sólo sus actos. Es más: se consideraban actos muy respetables que respondían a la grandeza del ser humano y a su respeto por las jerarquías. Era una forma de mostrar sumisión al código del honor samurái.

El aprendizaje duraba unos años y, cuando concluía, cesaba la relación sentimental y sexual, pero lo corriente es que la amistad y la lealtad entre el pupilo y el maestro durase toda la vida. ¿El gran problema? La escueta edad de los aspirantes. Se iniciaban de los 10 a los 13 años. El final llegó con las influencias del cristianismo y la cultura occidental en 1800, con la restauración Mejil. Las prácticas homosexuales comenzaron a ser sancionadas.