Franco en el centro, junto a Balmes (derecha) en una foto de mayo de 1936.

Franco en el centro, junto a Balmes (derecha) en una foto de mayo de 1936.

Historia El primer asesinato del dictador

Franco montó 'un JFK' para iniciar la Guerra Civil

El historiador Ángel Viñas publica el estudio 'El primer asesinato de Franco', donde cuenta cómo la muerte del general Balmes no fue un accidente, sino un asesinato.

22 enero, 2018 13:00

Amado Balmes practicaba en el campo de tiro de La Isleta con varias pistolas, el 16 de julio de 1936. Una de ellas se encasquilló. El general y gobernador militar de Las Palmas trató de liberarla. Y se apuntó el cañón en la axila izquierda para hacerlo. La postura es tan extraña e increíble, que se ha llegado a alegar que era algo que aprendió de los rifeños. La bala le reventó por dentro, pero no lo mató en el acto.

“Establecido el ángulo de entrada del proyectil por el hipocondrio izquierdo y los daños irreparables causados en el bazo, la leyenda de la manipulación de la pistola se apaga como una hoguera bajo la torrencial lluvia de verano”, es la conclusión del catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, Ángel Viñas, Miguel Ull Laita (patólogo) y Cecilio Yusta Viñas (piloto). La publican en el libro El primer asesinato de Franco. La muerte del general Balmes y el inicio de la sublevación (Crítica).

Eliminar al obstáculo

Es el el final más repetido en los anales de la Historia de la ambición: un personaje incómodo y molesto, que se interpone en los planes de alguien con ansias de poder, es asesinado para liberar el plan trazado. Si el presidente Kennedy no fue asesinado por Oswald, sino por una conspiración de la CIA, al general Amado Balmes no lo mató el accidente mientras manipulaba su pistola. Se lo cargó Francisco Franco: “No es difícil discernir por qué murió el comandante militar de Las Palmas. Balmes era el gran obstáculo”, escribe Viñas.

Su muerte liberó al general Franco, comandante militar de Canarias el 16 de julio de 1936, para viajar de Tenerife a Gran Canaria y subir al Dragon Rapide -procedente de Londres- y de ahí al protectorado de Marruecos para iniciar la sublevación militar contra la República. El inicio de la Guerra Civil española se puso en marcha después del “asesinato” de Balmes.

La mentira de la autopsia

“La herida no pudo proceder de la manipulación de la pistola”. Esto asegura Ángel Viñas. “Los forenses civiles declararon lo que les ordenaron que dijesen para que concordara con las consecuencias de la manipulación de la pistola, que en teoría, Balmes había efectuado”. Es decir, según los autores del libro, la autopsia se redactó para encubrir lo sucedido. Aseguran que el nuevo análisis que ahora publican pone al descubierto las raíces de “la operación de encubrimiento e intoxicación a que sometió el caso Balmes”.

“El recién llegado le dispararía un tipo por el costado izquierdo y un poco por debajo de la axila, apuntando hacia abajo. Sabía que así el proyectil iba a llegar a la zona visceral que aparece dañada en la autopsia”, explican. En su obra apuntan que, “a diferencia de lo que ocurre con los novelistas y los creadores y mantenedores de mitos, los historiadores genuinos ni imaginan ni desfiguran”. Lo que queda claro es que esta historia da para una buena novela y película.

Nosotros no somos imparciales. No nos es posible condonar, ni mucho menos defender, un asalto en toda regla contra el ordenamiento político, económico y social de un régimen democrático y que empezó a prepararse a los pocos días de las elecciones de febrero de 1936. Dicho ordenamiento era débil, pero democrático”, escriben Viñas y los suyos.

¿Quién disparó?

Los autores han partido del informe de la autopsia, dado a conocer hace dos años, para montar su hipótesis y demostrar la imposibilidad anatómica del episodio. Aquello fue un disparo a quemarropa. ¿De quién? Los historiadores señalan que el asesino era conocido de Balmes, que pudo acercarse a él sin problema. Excluyen cualquier civil que pudiera infiltrarse hasta llegar al campo de tiro.

Por un lado señalan al general Luis Orgaz y a Escudero Díez, el chófer del propio asesinado. Fue el único testigo, en su declaración no reflejó con corrección todos los hechos y “se le aseguró un porvenir tranquilo y sin preocupaciones”. “Su silencio, o su complicidad, fueron remunerados de forma conveniente”.

Balmes debía sospechar algo, porque la víspera se encontraba muy nervioso, como aseguraron su círculo más cercano. Franco no quería poner en peligro sus planes y probablemente tomó la decisión del asesinato. A principios de julio, Franco y Balmes mantuvieron una conversación secreta. Los autores cuentan que el golpista no logró convencerlo para que se sumara a la sublevación. Su oposición fue su última decisión.