Alaska, el Fary y Mayra Gómez Kemp, en el ‘Un, dos, tres…', en 1984.

Alaska, el Fary y Mayra Gómez Kemp, en el ‘Un, dos, tres…', en 1984. rtve

Cultura historia de la tele

‘Un, dos, tres…': 45 años del programa que hizo la Transición sin molestar a nadie

Apartamentos en Torremolinos, humor, chicas sexys y la ilusión capitalista fueron las claves de su éxito y funcionaron tanto con el franquismo, como con Adolfo Suárez, Felipe González o Aznar.

22 abril, 2017 01:50

La primera minifalda de la televisión apareció en el Un, dos, tres.. También fue el primer programa conducido por una mujer y el primero en convertir a sus mascotas, La Ruperta, El Chollo o La Botilde, en llaveros, puzles o camisetas. Un, dos, tres… también fue el primer killer format español, una franquicia exportable a otros países y el primero realizado íntegramente por una productora aunque lo pagaba el ente que lo emitía: Televisión Española.

“Es un programa espectacular e híbrido: por las dimensiones, el presupuesto y por ser un contenedor en el que había música, baile, y un concurso con premios importantes”, explica Julio Moreno, autor de una tesis doctoral sobre el espacio. El lunes se cumplen 45 años que se emitió por primera vez. Nació en 1972, siendo Adolfo Suárez Director General de Radiodifusión y Televisión, y cuando el ente público ya recibía críticas por la escasez de contenidos culturales. “Por eso se lo encargaron a Narciso Ibáñez Serrador, que tenía una buena reputación”.

Chicho, las azafatas y La botilde.

Chicho, las azafatas y La botilde.

El aludido dice a EL ESPAÑOL que siempre, y en la medida de las posibilidades, ha intentado aportar algo para que el espectador aprenda: “Lo hice en Un, dos, tres… y también con los niños y la ecología en Waku-Waku o con los adultos en Hablemos de sexo”.

Un programa con firma

Un dos, tres… era un espacio de autor. El sello de Ibáñez Serrador, que venía de triunfar con la ficción televisiva y el teatro, se aprecia en los guiones, en la selección del personal y en detalles como que cada programa fuera temático. Todo tenía su firma, también el humor, que al inicio adaptó a las normas de la dictadura: chistes blancos y algunos negros, pues a Ibáñez le gusta lo macabro y le había dado mucho éxito en sus Historias para no dormir, con las que muchos españoles conocieron los nombres de Edgar Allan Poe o Guy de Maupassant.

Los escotes molestaban mucho al régimen a pesar de que la afrenta más evidente era Don Cicuta

El elenco de cómicos aumentó hasta cubrir todos los gustos: Arévalo, la cándida y exuberante Fedra Lorente (en el papel de La Bombi), Martes y Trece (cuando aún eran tres), los números de Pajares y Esteso o los gags de Académica Palanca. Era una cantera de referentes de la interpretación: Silvia Abascal entró en el programa con 14 años. “Hice el casting con Chicho, uno de los más largos y completos que me han hecho”, recuerda la actriz, que tuvo contrato para la temporada y destaca como una cualidad del jefe que abriera puertas a artistas noveles.

Don Cicuta, la censura

Nadie se resistía a participar en un escaparate que proporcionaba éxito inmediato. Prueba de ello es el caso de Tricicle, que llevaban un año como profesionales, actuando sobre todo en Cataluña, cuando llegaron al Un, dos tres… Con su versión mímica de Soy un truhán, soy un señor de Julio Iglesias les bastó un programa, para convertirse en una sensación a escala nacional y de una forma parecida a lo que hoy sería un “viral” en las redes.

Moreno, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, explica que lo que sí había era cierta crítica social: “Se bromeaba con el IVA y con Alfonso Guerra se metieron en varias ocasiones, pero en un tono alegre”. Eso ya ocurría con Franco muerto, pues en los inicios, los toques de atención eran frecuentes y solían recibirlos por cuestiones como la ropa de las azafatas. “Los escotes molestaban mucho al régimen a pesar de que la afrenta más evidente era Don Cicuta, un personaje vestido de negro, amargado, regañón que representaba la censura”.

Más teles que renta per cápita

Un, dos, tres… no pretendía cambiar nada, tampoco seguir consignas. “Lo que queríamos era juntar a las familias delante el televisor y sobre todo, ofrecer algo nunca visto en la España de 1972”, asegura el creador. Pero el programa nace en los últimos años del franquismo, cuando la dictadura ya conoce el poder propagandístico de unir televisión y publicidad y hay hasta 12 agencias extranjeras que idean anuncios en un país que tuvo antes un Estatuto de la Publicidad que una Ley de Prensa.

Silvia Abascal

“La publicidad fue vista con benevolencia por una sociedad que probablemente confundió el consumismo con la libertad. O quizá se consolaba con el consumo, porque no podía aspirar a más”. Mercedes Moreno, profesora de Comunicación en la Universidad de Navarra, asegura en un trabajo sobre el tema que ese consumo fue “casi voraz y sobre todo, acrítico”.

Un ejemplo de esa avidez se ve en la evolución de la venta de televisores: si en 1956 había en España unos 3.000, en 1968 la cifra es de casi cuatro millones, lo que supone 132 por cada mil habitantes. La cifra nos aproximaba a un país como Francia (185) con la diferencia de que la renta per cápita de nuestros vecinos era de 2.120 dólares y la nuestra, de 730.

Concursos y consumismo

“Los valores publicitarios estaban repletos de llamadas a la modernidad”, apunta Mercedes Moreno. Algunos iban contra los intereses del régimen, pero el franquismo los aprovechó para asociar el ocio al gasto y usando la televisión para difundir ese binomio. A jalear esa política desarrollista iniciada en 1959 ayudaron los concursos, sobre todo los televisivos. Un millón para el mejor o Danzas de España (una especie de Operación Triunfo de bailes regionales que transmitía los valores del nacionalcatolicismo) son sólo dos ejemplos.

En los inicios de la televisión, el consumismo se asoció a la democracia. Así lo afirma Alison Hulme en Consumerism and TV (Rutledge, 2015), libro en el que se analiza el primer concurso televisado, The $64.000 Question (La pregunta de los 64.000 dólares), con el que quedó claro que la fórmula “pobre anónimo que se hace rico” sería infalible. Un, dos, tres… la llevó al límite pues sus premios eran bienes inalcanzables para la mayoría de españoles. Uno de ellos era el coche, siempre SEAT, marca que había tenido clientes en listas de espera durante un año para adquirir un 600. Un sueño que Un, dos, tres… hacía realidad en dos horas y sin plazos. Y el apartamento en Torremolinos.

Los Alcántara también visitaron el programa...

Los Alcántara también visitaron el programa...

Mercedes Moreno escribe que la publicidad, como la televisión, daba una imagen irreal de España, como si fuera de verdad una sociedad de consumo y no una en la que el número de televisores crecía más rápido que las instalaciones de agua corriente en las viviendas.

Lo que es más difícil de calcular es qué contenidos de los que ofrecía la pequeña pantalla influían en el comportamiento de los ciudadanos y cuáles eran sólo un reflejo de lo que ya pasaba. El autor de la tesis sobre el espacio más exitoso de TVE se decanta por la segunda opción: “Claro que el programa fomentaba el consumo, pero era algo que ya hacían los españoles”.

Sin mujeres florero

El programa no era revolucionario, pero teniendo en cuenta que se emitía en una cadena que nació en domingo por ser día de misa y que se hizo coincidir su emisión regular con el aniversario de Falange, en muchos aspectos abrió caminos. “Que Mayra Gómez Kemp fuera la primera mujer en conducir un programa era un avance”, dice el autor de la tesis. En el equipo estuvo Emma Ozores, que empezó como guionista, no como actriz, y compartió la tarea de escribir los diálogos con directores de cine como Fernando León de Aranoa o Joaquim Oristrell.

Ángel Garó

“También el papel de las azafatas fue rompedor”, dice Moreno, que indica que aunque las secretarias lucieran un look muy sexualizado, tenían voz y toda España las conocía por su nombre. Para Ibáñez, no sería justo catalogar su papel como machista. “Eran y son personas inteligentes que demostraron que podían hacer, decir y vestir como quisieran”, dice y presume de que el suyo fue el primer programa con un elenco artístico íntegramente femenino, el que coincidió con la etapa de Gomez Kemp como presentadora.

Plataforma de artistas

“Ahora no es raro, pero entonces una azafata de televisión era guapa y sonreía a cámara, nada más. Las del Un, dos, tres… no eran mujeres florero”, opina Moreno, que recuerda una ocasión en la que Gómez Kemp reprendió a un concursante por decirle a una de ellas: “Me la comería”. La actriz Isabel Serrano cree que Un, dos, tres… “se adelantó a su época”. Desde Roma, donde rueda su próxima película, la madrileña explica a EL ESPAÑOL que se presentó sin expectativas y que la eligieron, pero además de su formación, tuvo que aprender a cantar sobre la marcha para estar a la altura. Otras caras conocidas del teatro, la televisión y el cine también empezaron en ese rol: Victoria Abril, Paula Vázquez, Lydia Bosch o Silvia Marsó son ejemplos destacados.

Ágata Lys o Blanca Estrada dejaron el Un, dos, tres… para ser estrellas del destape, cine que liberó al cuerpo femenino de ataduras dictatoriales y religiosas cosificándolo, paradoja que Marta Sanz analizó certeramente en la novela Daniela Astor y la caja negra (Anagrama, 2013).

Un jefe exigente

En el Un, dos, tres… todo era espectacular. Como cada episodio era temático, el decorado cambiaba cada semana. Al frente de esa tarea, otra mujer: Ana del Castillo, encargada de llenar más de mil metros cuadrados de motivos de La isla del Tesoro o de Las mil y una noches, temática con la que se iniciaba cada temporada porque era una obsesión de Ibáñez, que lo impuso incluso a las versiones internacionales.

Alaska y El Fary

“Recuerdo las prisas, aunque había dos empresas dedicadas a la escenografía y sólo en el equipo de moldeadores éramos diez personas”, cuenta el escultor Hugo Zarapuz, que colaboró en la última etapa. En esa temporada el concurso tuvo un subtítulo: “¡A leer esta vez!”, pues se ideó para fomentar la lectura entre los más jóvenes y es lo que permitió a este artista moldear los escenarios de novelas como Diez mil leguas de viaje submarino o La vuelta al mundo en 80 días. “Tengo buen recuerdo. Se trabajaban mucho los detalles y todo se hacía a lo grande, pero no sentí una presión excesiva”.

Otros tienen un recuerdo diferente. En ¡Y hasta aquí puedo leer! (Plaza & Janés, 2015) Gómez Kemp comparó a Ibáñez con Alfred Hitchcok por su afán de controlarlo todo, incluida la vida privada de sus empleados, a quienes les prohibía colaborar en otros proyectos. Por eso la Kika, de Pedro Almodóvar, fue Verónica Forqué y no Miriam Díaz-Aroca, que entonces presentaba el show junto a Jordi Estadella. Silvia Abascal equilibra la balanza: “Yo era la niña del equipo y ‘el señor serio de la bufanda blanca’ no me imponía”, dice divertida y añade, “Chicho es exigente y no disfraza ni un poquito lo que no le gusta, pero aprendí tanto trabajando con él...”

Caro, pero rentable

Un programa del Un, dos, tres… era caro, pero el jefe tenía visión comercial. Una de las fuentes de ingresos que inventó fueron las actuaciones por encargo. “Fuimos a hacer un programa a Marbella. Nos invitaba una marca de coches que patrocinaba el programa. Teníamos que hacer una especie de Un, dos, tres… a sus empleados”, cuenta Gómez Kemp.

Otra variante consistía en ir por plazas de toros a hacer versiones reducidas del Un, dos, tres…, sobre todo cuando lo presentaba Kiko Ledgard, y recuerdan los “bolos” que hoy hacen los ex concursantes de realities por discotecas del país que los contratan como reclamo. “Todos los programas de entretenimiento beben de Un, dos tres… Algunos sin ni siquiera saberlo”, cuenta Julio Moreno.

Idea de Ibáñez también fue crear el merchandising del programa y según Moreno, a partir de un recorte de prensa de la época, sólo los productos de La Botilde le habrían reportado cien millones de pesetas. “Con eso, también generó un coleccionismo que fortaleció el lazo entre los espectadores y el programa”. Además de reforzarlo, lo amplió con la figura de Los sufridores, que ganaban lo mismo que los concursantes y que accedían al show con unos cupones que venían con yogures o revistas del corazón que se convirtieron en anunciantes importantes.

Esa familiaridad, entre espectador y concursante, también se fraguó haciendo que los mejores volvieran varias a veces a concursar o creando programas relacionados, con lo que también se aumentaba el tiempo en antena. Un ejemplo fue El debut de las secretarias, en el que mostraba el rodaje de un casting de azafatas, como hacen hoy en los espacios previos a programas como Operación Triunfo o La voz.

“Por la calle me reconocían de forma masiva y a veces me sentía sobrepasada”, comenta Isabel Serrano confirmando que la cercanía que sentía el espectador con sus personajes era, efectivamente, estrecha.

De España a Europa

La venta del formato a cadenas extranjeras también generó ingresos: Reino Unido, Bélgica, Alemania, Países Bajos y Portugal fueron los países elegidos. El país vecino elegía algunas de sus temáticas: el escritor Eça de Queiroz, los fados o los santos portugueses. Como los demás, compartió contenidos con el programa español: La Antigua Roma era un ejemplo, también el turismo, forma de ocio que espoleó el franquismo, la Transición y la democracia y el motivo por el que otro de los premios más cotizados del Un, dos, tres… siempre fue el apartamento en la playa mandara Franco, Adolfo Suárez, Felipe González o José María Aznar.

En Países Bajos, aunque la dinámica era idéntica, el público holandés estaba en otro momento económico y social y el formato se concibió como puro pasatiempo. Así lo explica a EL ESPAÑOL Henny Huisman, presentador de la última etapa que asegura que aunque ambos países eran y son distintos, la fórmula funcionaba igual de bien. “Siempre saldrá bien porque no enfrenta al espectador a los dilemas de la vida real y es emocionante y educativo al mismo tiempo. Yo me divertí muchísimo trabajando en él”.

Lo que define el showman holandés es el divertimento por el divertimento, algo que Moreno reivindica que se tome más en serio también en las facultades de comunicación, donde asegura que se ha investigado mucho la televisión desde lo cinematográfico y la ficción, pero se ha desmerecido el entretenimiento. “Es comunicación de masas, cultura popular, y hay que estudiarla para entenderla y mejorarla porque además, son los programas que más audiencia tienen”.

El legado y los desvíos

¿Tendría sentido Un, dos, tres… en la televisión actual? Según Gómez Kemp, que la edición de 2004 durara sólo una temporada fue la señal de que “su momento ya había pasado”. El experto, sin embargo, cree que encajaría perfectamente en TVE o en Antena 3 adecuándose un poco a los tiempos. “Como hizo Eurovisión, que ha encontrado un público nuevo entre los más jóvenes”.

El padre de la criatura también lo cree: “Tendría sitio, sin duda, porque es un programa atemporal”. Que sea un espacio ligado a la historia reciente es otro punto a favor pues “la nostalgia funciona”, dice Moreno. De fomentarla se encargan los miles de fans que aún tiene el programa y que están en contacto a través de webs y redes sociales.

De aquel programa con firma quedan, efectivamente, muchos elementos en la tele actual: desde la forma en que bajan la escaleras los presentadores de Sálvame, que es la de Mayra, a la presencia de los mismos concursantes durante meses Saber y ganar.

Antes queríamos maderas nobles para que duraran y hoy prefieren el pino y cambiar de mobiliario cada año

Otras evoluciones son menos evidentes: por ejemplo, la de Bigote Arrocet, uno de los humoristas más recordados del Un, dos, tres… y hoy participante en La isla de los famosos o la de Emma Ozores, un día guionista del espacio, y hoy ex concursante de Gran Hermano VIP. Ambos, como fue el Un, dos, tres… son programas de máxima audiencia, pero en estos el concurso es lo de menos.

Esta programación actual, Ibáñez la compara con los muebles: “Antes queríamos maderas nobles para que duraran y hoy prefieren el pino y cambiar de mobiliario cada año”. Puntualiza que no es una crítica, pero entre madera y madera el maestro de la tele, que sigue gastando puro y bufanda blanca, guarda un leñazo.