En España se suicidaron 4.116 personas en 2023.

En España se suicidaron 4.116 personas en 2023. iStock

Salud

El punto ciego de la prevención del suicidio: la mitad de los casos no tenía antecedentes ni problemas de salud mental

Un estudio reciente muestra que la predisposición genética y las patologías psiquiátricas no tienen tanto peso para evitar las muertes por autólisis.

Más información: El amargo balance de la muerte por suicidio en España: rompe la tendencia al alza pero deja más de 4.000 víctimas anuales

Publicada

Las claves

Casi la mitad de los suicidios ocurren en personas sin antecedentes ni diagnósticos previos de enfermedades mentales.

El estudio analizó 2.769 muertes por suicidio en Utah y encontró que los factores genéticos y psiquiátricos clásicos no predicen todos los casos.

La impulsividad y dificultades para regular emociones aparecen como factores relevantes en algunos casos, más allá de la patología mental tradicional.

Expertos proponen ampliar la prevención del suicidio hacia factores sociales y personales, alejándose de un modelo basado solo en señales clínicas o genéticas.

El suicidio se ha convertido en una suerte de epidemia del siglo XXI. En España, por ejemplo, es la segunda causa de muerte externa, precedida solo por las caídas accidentales. Solo en 2023 murieron 4.116 personas por esta causa en el país.

Si se miran los datos a nivel mundial, la Organización Mundial de la Salud estima que cada año se cometen unas 727.000 autólisis y muchas más se quedan en el intento. Estas cifras muestran la necesidad de investigar este fenómeno para poder hacer una prevención adecuada.

Un grupo de científicos ha visto que, quizá, se estaba mirando en la dirección equivocada. Su estudio, publicado recientemente, ha mostrado que en casi la mitad de los suicidios no se habían producido intentos o ideación suicida con anterioridad.

Tampoco encontraron en este grupo mayor predisposición genética a enfermedades neuropsiquiátricas ni diagnósticos de estas dolencias. Los investigadores evaluaron 2.769 muertes por autólisis en el estado de Utah, en Estados Unidos: 1.432 personas con intentos previos y 1.337 sin ello.

Emplearon también un control de 20.000 individuos y midieron el riesgo genético para 12 condiciones neuropsiquiátricas y otros rasgos como el consumo de alcohol, el tabaquismo o la enfermedad de Alzheimer.

Los que no habían tenido intentos autolíticos previos tenían una puntuación genética bastante más baja que los que sí para depresión mayor, afecto depresivo, ansiedad, neuroticismo [inestabilidad emocional] y enfermedad de Alzheimer. También puntúan menos en estrés postraumático, trastorno bipolar y esquizofrenia.

Al compararlos con el grupo de control tampoco se observó un riesgo mayor, de hecho, estaba en niveles bastante parecidos, lo que puede indicar que no tienen una mayor vulnerabilidad genética que quienes no realizaron una autólisis.

Miguel Guerrero, psicólogo clínico en el Servicio Andaluz de Salud (SAS), cuenta que resultados como estos evidencian los fallos del modelo biomédico tradicional en prevención del suicidio, que intenta predecir el riesgo basándose en listas de factores, pero son sensibles y poco específicos.

"Muchas personas con factores de riesgo nunca harán una conducta suicida, mientras que muchas de las que mueren no tenían los factores ‘clásicos’ identificados", resume.

En prevención del suicidio, expone el psicólogo, hay que hablar menos de genes, biomarcadores o neuromodulación y más de pobreza, discriminación, acosos, violencia, abusos, traumas, derechos humanos, desigualdades sociales o estigma social. Todo esto, queda patente con resultados como los de esta investigación, sostiene.

Mayor impulsividad

Los autores de este estudio sí que vieron que ambos subgrupos de personas que se habían suicidado tenían una mayor predisposición genética a desarrollar trastorno de déficit de atención e hiperactividad, autismo y consumo de alcohol que el grupo de control.

Estos factores están fuertemente vinculados a problemas para controlar los impulsos, dice Guerrero, por lo que el dato no le resulta extraño.

La impulsividad dificulta la regulación emocional y favorece el deseo de obtener respuestas rápidas ante el malestar. Por eso, puede ser una clave tanto en la predisposición al suicidio y que ocurra una transición brusca de una crisis a una conducta autolítica sin planificación.

Repensando la prevención

Esta investigación cuestiona "fuertemente" la idea de un núcleo único para prevenir la autólisis y muestra que la predisposición a sufrir ciertos trastornos no es un elemento único ni está presente en todos los casos. No es el factor central.

Eso sí, no significa que estas patologías no sean un factor de riesgo, porque lo son, pero "son uno más, no son decisivos", desarrolla el psicólogo del SAS.

No es la primera vez que la ciencia arroja evidencia sobre esto. Un metaanálisis de 2017 ya mostró que los factores clásicos que se han considerado en la prevención del suicidio, solo lo predecían un poco mejor que el azar y el modelo no había mejorado en décadas.

Guerrero explica que esto quiere decir que, aunque la depresión aparece frecuentemente en quienes se suicidan, su presencia también es muy común en la población general. Por lo tanto, la patología sirve de poco para distinguir quién está realmente en riesgo.

El psicólogo del SAS celebra que el paradigma esté cambiando y ya haya nuevas metodologías que están replanteando ese concepto de riesgo autolítico. "Se ve como un estado dinámico, fluctuante y situado en un contexto y da una prevención menos centrada en etiquetar y más en comprender al individuo".

Es más, no verlo así y reducir el suicidio a un modelo predictivo, además de un error, manifiesta Guerrero, "no es viable" porque puede generar una falsa sensación de control.

Todo este cambio en el paradigma de la autólisis permite intervenciones más personalizadas, rápidas y eficaces, defiende. "No todo suicidio pasa por una gran carga psiquiátrica detectada. Estamos obligados a ampliar la prevención más allá del campo de las neurociencias y la psiquiatría biológica".

Por otro lado, el experto del SAS reconoce que, aunque no se puede acabar con el suicidio, sí que se pueden reducir sus cifras significativamente. Para ello hacen falta estrategias de prevención "universales, selectivas e indicadas".

Puede parecer un concepto muy técnico, pero la prevención es todo aquello que permita reducir el sufrimiento, recuerda Guerrero. Acciones que dan esperanza a las personas o que reducen su sensación de estar atrapadas en una crisis, pero, sobre todo, que permitan conectar con la vida y potencien las ganas de vivir.

En el caso de las personas que llevan a cabo un suicidio sin que haya señales previas para su entorno que permitan que reciba ayuda, esto demuestra que no se puede basar la prevención en la existencia de señales, cuenta el psicólogo.

Algunas de ellas son: retraimiento social, irritabilidad, alteraciones del sueño, pérdida de interés o señales más sutiles de malestar emocional. Puede ser útil estar atentos a ellas, pero tomarlas como indicador único puede dar una falsa sensación de seguridad o, incluso, provocar una interpretación errónea.

La estrategia más efectiva, según Guerrero, es fomentar una comunicación abierta, honesta y directa con las personas y abordar el tema directamente y sin miedo. "Desde ahí, se puede ayudar, proteger y cuidar de manera concreta y humana, ofreciendo escucha, acompañamiento y acceso a apoyo profesional si es necesario".